“Me hizo mucho bien, modeló mi manera de ser, el hecho de convivir tantos años con gente de las colonias de la Zona Centro, sencilla, buena, sincera. Fue una experiencia muy linda que me sirvió para toda la vida, saber valorar lo que tenemos, y nunca desear lo que no está a nuestro alcance”, reflexionó Elsa Velozo de Aguirre (97), que como miembro del Club de Leones de Posadas asegura que la vocación de servicio “es algo que llevo en el alma”.
En ese espacio Elsa se considera la “sobreviviente de la guardia vieja” pero que continúa colaborando como “socia activa. Me gusta. Para mí es mi otra familia. Ahí todos tenemos la misma responsabilidad pero por mi edad ya no hago lo que hacía antes”. Admite que “colaboro en lo que puedo. Cocinamos platos para vender, hacemos muchos eventos para recaudar fondos. Soy consejera en muchas cosas”. Sostiene que para ayudar “estamos todos porque el leonismo es una vocación de servicio y nuestro lema es Nosotros Servimos, pero !servimos ya! Al que lo está necesitando”.
Es una de las promotoras de la ayuda a Facundo Romero (27), el joven posadeño afectado por toxoplasmosis que debe afrontar una delicada y costosa operación de cataratas. “La gente es solidaria. Estamos haciendo venta de ropa y de plastelitos, estamos ayudando a vender un bono colaboración y organizamos un té bingo para completar el dinero que falta para que se opere lo antes posible”, reconoció.
Sostuvo que la visión es una de las prioridades en el leonismo y que “es mucha la necesidad que se registra en el tema visual. Tenemos un banco de anteojos. Muchos nos donan los marcos y los cristales, si están buenos. Y las ópticas que trabajan con nosotros, los gradúan. Los pacientes nos dejan las recetas debajo de la puerta y nos ocupamos de gestionar por Internet, que es la modalidad actual. Es que tenemos muchos profesionales en el Club de Leones pero los jóvenes trabajan todo el día, y solo disponemos de más tiempo las jubiladas pero somos tres”, contó. E insistió que a “la vocación de servicio la llevo en el alma. Aprendí a ser útil allá en el monte, en esos años de docencia”.
Elsa nació en San Javier, donde su papá era jefe de correos. Cuando tenía cuatro años, a su padre le asignaron una sucursal que funcionaba frente al sanatorio de Córdoba y 25 de Mayo, de Posadas, camino a la estación de trenes. Cuando se cerró, don Velozo fue a trabajar al correo central, y la familia se radicó sobre la calle Santiago del Estero, entre Colón y Félix de Azara. “De ahí salí con 22 años, cuando me casé con Eudoro Aguirre, un docente bien correntino, oriundo de San Roque, y me fui a vivir al monte”, dijo Elsa, quien estudió magisterio en la Escuela Normal cuando, que estaba en Entre Ríos y San Lorenzo.
Elsa conoció Oberá en 1941, cuando era “un pueblito, con casitas por acá, dos o tres negocios importantes donde encontrábamos todo lo que necesitábamos”. Y cumplió 20 años en su primera suplencia -cubría a su hermano mayor que cumplía con el servicio militar- en la Escuela 151 de paraje Bayo Troncho, mientras su esposo ya era maestro titular en la Escuela 208 de Los Helechos, distante a escasos kilómetros. Contó que Eudoro se fue al monte en 1937, con 19 años, y viajó en el primer colectivo de la empresa Singer, apodado “El patito” que cumplía el trayecto entre la capital del monte y Posadas.
“Y así fue como me fui al monte. Y como conocí al correntino, con quien me casé en 1944 y volví al monte”, rememora a la distancia. En ese ambiente se movió durante 16 años. Hasta 1960. Allí nacieron sus dos hijos, Graciela, abogada, ya fallecida, y César “Coco” Aguirre (72), licenciado en estadística, que se jubiló como profesor en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.
Para Elsa, “fue una hermosa experiencia de vida y agradezco a Dios el haberme ido así joven a convivir con esa gente, de la que aprendí mucho. Lo primero a valorar lo que uno tiene. Porque ellos eran felices con tan poco y con tanto trabajo. Para el colono, el chacarero, no hay sábado, domingo, feriado, todos los días hay que ordeñar las vacas, dar de comer, esa gente vive feliz. Ellos también aprendían de los maestros”.
El Plan Quinquenal
En 1945, a Eudoro lo ascendieron a director y lo mandaron a la Escuela 276 de Campo Ramón, y a Elsa la titularizaron y la ubicaron en la misma escuela. “Cuando llegamos, era una escuela rancho con 104 alumnos. Había sólo dos maestras y se trabajaba en un solo turno. Y cuando salimos en 1955 o 56, ya era de primera categoría con más de 400 alumnos con un hermoso edificio con baños y agua”, acotó. En ese entonces estaba como gobernador Luis Cirilo Romaña que ante la cantidad de docentes misioneros sin trabajo, nombró a 200 maestros para cubrir las vacantes “porque antes teníamos dos y tres grados acoplados. Los chicos iban pasando pero los maestros eramos los mismos”.
Era una edificación de madera. El piso se nivelaba con cepos y donde había desnivel eran más los escalones para subir. Aguirre compraba el diario La Nación en la librería de Marcos Kanner, que era el único que recibía diarios y revistas. “El hombre le guardaba y a veces aparecía con la pila de una semana. Teníamos radio pero no la escuchábamos mucho porque era a batería y había que cargarla porque los domingos a la tarde transmitían los partidos de fútbol de Buenos Aires y el correntino estaba prendido a LT4”, acotó. Y así, leyendo, se enteró sobre la vigencia del Plan Quinquenal, que pregonaba la construcción de un centenares de escuelas en todo el país. Fue entonces que “sacó una foto a nuestra escuela rancho y la envió al mismo presidente Juan Domingo Perón porque no sabía a quien otro mandar. Y mediante una carta pidió que nuestra escuela fuera incluida en el plan”.
A los quince días recibió la respuesta desde Presidencia donde le comunicaban que su escuela sería de la partida. “Así como se prometió, se cumplió. Ese mismo año una empresa italiana empezó la obra. El primer gobierno de Perón nos compró a todos los maestros que vivíamos en el monte. El segundo ya no, era como una dictadura”, aclaró la mujer a quien pasó por “muchos gobiernos”.
De esta manera, “tuvimos casa de material, mis hijos supieron lo que era tener baño instalado después de utilizar la letrina del patio, y agua corriente. Al prender la cocina a leña se calentaba el agua de la cocina, el lavadero y el baño. Me faltaba sólo la luz eléctrica. Pero nos cambió la vida.
Luchábamos para que los alumnos no derrocharan el agua. Es que el líquido era de lluvia y se almacenaba en una cisterna enorme, previa limpieza de los techos”.
En 1967 a Eudoro lo ascendieron a inspector (supervisor) y regresaron a Posadas. Ella consiguió el traslado del cargo de maestra y de secretaria de la Escuela Normal que ya se había fundado en Oberá y funcionaba en la 185. “Vine de secretaria de la Escuela de Artes y Artesanías que con los años se transformó en Bachillerato con Orientación Artística 9”, que puede divisar desde el balcón de su departamento.
Para Elsa, “lo que hicimos como maestros en el monte, lo hicieron otros cientos, miles. Y lo siguen haciendo. La diferencia es que la mayoría tiene los medios para llegar. Por ejemplo, el establecimiento que lleva el nombre de mi marido, en Campo Ramón, se encuentra en el monte pero tiene electricidad y teléfono. No me considero heroína de nada. Además, ¿cuándo el maestro ganó mucho? Por algo trabajábamos siempre en dos turnos. Y por algo ya lo dijo Domingo Faustino Sarmiento, que el maestro era el último orejón del tarro”. acotó entre risas. Pero, a pesar de todo, “viví siempre contenta. Fue una experiencia de vida importante. Mis mejores años, mi juventud, me pasé en el monte. Ahí tenía a mi familia y en el pueblo estaba nuestro grupo de amigos”, celebró.