Viajar, perfeccionarse, estar pendiente de las últimas técnicas y tendencias, para resolver las exigencias de su clientela, fue una constante en la vida de “Bettina”, que celebra más de 50 años de profesión, y en la que promete seguir “hasta que me den las fuerzas”.
“Mi trabajo me enamora. Me produce un placer enorme. Es bellísimo porque lo que hace es embellecer a las personas”, declara, emocionada.
“Bettina” es chaqueña, nacida en Resistencia, donde se recibió de maestra en 1954. Al evocar sus inicios en la actividad, recordó que por razones políticas no podía ejercer la docencia en la ciudad por lo que debía salir al interior de la provincia o, de lo contrario, no podría trabajar. Fue así que con su amiga Berta Solari decidió probar suerte en la localidad de Loro Blanco, donde se desempeñó como directora de una escuela. Para llegar a destino, debían movilizarse un día en tren hasta Pampa del Infierno, hacer noche, y recién al día siguiente completar la travesía tras dos horas de viaje en carro. “Con mi amiga fuimos a reabrir una escuelita de madera que estaba emplazada en un obraje de La Forestal. Allí la gente criaba chivos, era muy pobre. La Forestal levantaba un campamento con una casa para el administrador y otra para los profesionales que llegaban a la zona como el enfermero u odontólogo”, rememoró. Ambas, “pararon” en la casa del enfermero porque la escuela quedaba muy apartada de la administración y no se animaban a vivir solas en el establecimiento.
Durante los dos años que permanecieron allí, “yo me ocupaba de cuatro grados y ella de los tres últimos”. “Bettina” ya estaba de novia con Raúl Anadón, quien luego se convertiría en su esposo. Después “fui acercándome a un pueblo más inmediato”, hasta que regresó a Resistencia. Justo en ese momento la educación comenzaba a cambiar, las escuelas empezaron a incorporar la doble escolaridad, se enseñaba teatro, carpintería, y ella decidió estudiar peluquería “porque también se podía enseñar, como un complemento”.
Ya establecida en la capital chaqueña, empezó a cumplir tareas en la escuela de doble escolaridad y a estudiar peluquería, sin imaginarse que esa profesión le haría “tocar el cielo con las manos”. Como maestra seguía estudiando porque “siempre me gustó perfeccionarme. En aquella época, a medida que hacías cursos ibas aumentando el puntaje, que te servía para los nombramientos. Como tenía el máximo porque estudiaba, estudiaba, estudiaba, cuando me presenté para peluquería, gané”. Dividía el tiempo entre el trabajo y el cuidado de sus tres hijos, hasta que a su esposo lo ascendieron como gerente de la firma en la que se desempeñaba y lo trasladaron a Posadas. “Tuve que dejar todos mis cargos y seguir a mi marido. Todavía no había acuerdos con otras provincias así que los traslados no existían. Y me quedé sin trabajo”, contó, quien también fue maestra de jardín de infantes y vino dispuesta a poner un jardín particular. En eso estaba cuando su hija Mónica, con 8 años, iba a bailar el minué y para ello le confeccionó “un súper vestido con un encaje que tenía y la peiné de época, con unos bucles. Una peluquera vio a Mónica y quedó fascinada con el peinado. Le preguntó quién lo hizo. La nena contestó que fue mi mamá, porque ella es peluquera”. La mujer, de apellido Cañete, que tenía su local a media cuadra de casa de “Bettina”, fue a verla, a felicitarla e invitarla a que fuera a charlar. “Como no tenía trabajo, estaba aburrida y empecé a ir a la peluquería a eso de las 18, la ayudaba un poco, charlaba. Hasta que un día ofreció para que me quedara con su comercio. Y así fue como cambió mi destino”, agregó.
Se perfeccionó en Resistencia y empezó a trabajar sola en la peluquería de calle Félix Aguirre. El local desbordaba de clientela y allí peinaba, entre otras celebridades, a la esposa del gobernador. Al tiempo tuvo que incorporar a una chica que limpiara los pisos y le ayudaba a poner los ruleros.
Luego se mudó a la calle Bolívar, donde permaneció por quince años. En los años 70 “nos quedábamos de corrido hasta la madrugada. Era impresionante cómo se trabajaba, fue el esplendor de Bettina”.
En esa época el negocio de su esposo sufrió un traspié y “no sabíamos qué hacer. Queríamos construir en el terreno que ya habíamos adquirido por calle Sarmiento -donde actualmente funciona la bellezería, pero no nos alcanzaba. Nos salvaron unos dólares que había ahorrado porque quería ir a Europa. Para mí era muy importante viajar porque allá estaba la moda, los grandes peinadores. No había redes sociales ni Internet. Soñábamos con viajar para aprender”. En los años 80, alquiló sobre Junín y se declaró la guerra de las Malvinas. Siguieron unos meses de incertidumbre “hasta que dije ¡hay que seguir! Así que transformé esa casa, la reciclé porque tenía como quince habitaciones y la convertí en mi mejor peluquería. Trabajé allí muchísimos años”.
Camino al éxito
En la década del 80, prestigiosos peinadores europeos empezaron a venir a la Argentina. Llegaban a Rosario, a Buenos Aires, Corrientes, trayendo la moda “que nos deslumbraba” pero que a la vez “nos asustaba porque estábamos muy lejos de lo que hacían. Algunas de las modelos, a las que pagaban para trabajar sobre sus cabezas, salían llorando porque les cortaban el cabello. Eran diferentes a nosotros que no solemos cortar porque todas quieren usar el pelo largo”. Pero se venía el pelo corto, la moda cambiaba terriblemente, y “Bettina” empezó a viajar “porque siempre me gustó la moda”.
Así, junto a Luis María, María Ester, Lidia, Chelita, formaron la Cámara de Peinadores que “Bettina” presidió a lo largo de 25 años. De esa manera buscaban traer a Posadas a famosos peinadores de Buenos Aires, “para que nos acercaran la moda y los colegas de acá pudieran aprender sin necesidad de viajar”.
En una de las ocasiones, le comentó a un gerente de L’Oréal que había venido a su salón por un atelier, “que me sugiriera adónde puedo ir a aprender porque en Buenos Aires no iba a lugares donde podía ver lo que quería ver. Me contestó: ‘sé adónde vas a ir’. Al tiempo me mandó una invitación de la Intercoiffure que se hacía en Buenos Aires y que en ese momento presidía Armando Pozzi, propietario de uno de los grandes salones que comercializa pelucas, perfumería”. “Bettina” empezó a asistir a las reuniones cuando le comunicaron que la nombraron aspirante a miembro de la entidad. Pero “para aceptar, tenía que estar dispuesta a realizar todos los viajes que se proponían.
Acepté y empecé a viajar, a Río, a otros destinos y no paraba de aprender”. Le faltaba Europa. Hasta que logró viajar a un congreso de la Intercoiffure que se hacía en el Circo de Invierno de París.
“Cuando los peinadores empezamos a viajar, vivimos un mundo que el público no imagina. Tampoco se imagina todo lo que aprendemos porque no todo el conocimiento que incorporamos lo podemos volcar”, acotó “Bettina”, para quien “ese fue un viaje soñado”. El alcalde de París invitó al grupo a un cóctel dentro de un palacio. “Éramos mil peinadores de distintos lugares del mundo los que llegamos al evento. Todos vestidos y lookeados a su manera. Era una cosa impresionante, y a mí me sobrepasaba la emoción”, dijo. Luego L’Oréal ofreció una cena en barco, amenizada con orquesta, mientras navegaban por el río Sena.
Después de ver cómo las mujeres se cortaban el pelo y se ponían mechas de colores, junto a su amiga, peinadora de Santa Fe, alquilaron un auto y “fuimos a Llongueras a aprender con él. Todas las chicas estaban con los pelos cortos. Se usaba el punk. Nos veíamos desubicadas así que esa misma noche nos cortamos el punk para estar a tono”, agregó la mamá de Raúl, Mónica -la única que siguió sus pasos, Gary y Gabilí Anadón.
Al regreso, sus colegas empezaron animarla a subir al escenario. “Había una fiesta en Michelángelo, en Buenos Aires, y yo decía qué voy a hacer porque subir al escenario implicaba enseñar a tus colegas y me pareció demasiado compromiso. Pero la presión hizo que subiera. Me fue de película. Apliqué todo lo que aprendí en Europa. El punk, los colores. Trabajé mucho para conseguir las modelos, la ropa, que pasa sobre todo cuando sos del interior. Pero me fue fantástico. Tengo varias cartas de felicitación de la Intercoiffure”, recordó como husmeando en el tiempo. “Bettina” fue siempre amante de la moda, hasta se reconoce un poco transgresora, intrépida, que “buscaba cosas modernas que no encontraba por eso paré en la Intercoiffure”. Su experiencia en los escenarios fue fabulosa “pero el costo era mucho. Había que viajar el viernes, dejar tu salón durante el fin de semana, tener vinculaciones para conseguir las prendas y las modelos. Me cansó pero me saqué el gusto. Me agradaba porque te obliga a estudiar y a prepararte, pero es un reto, es mucho compromiso”.
Al graficar lo que le significa esta profesión, mencionó a su nieto, Franco Zappelli, quien en una red social describió su asombro “al verme llorar ante un trabajo que estaba viendo sobre el escenario. Es que venimos de una época en la que el peinado era mucho. Era lo más importante. Hacíamos realmente obras de arte. Los peinadores somos creadores de arte, y más en aquellas épocas en que teníamos tiempo para trabajar una cabeza. Hay algunos peinadores que son una maravilla, por eso yo ante un trabajo que hizo en un minuto, una transformación de un pelo suelto y trabajado a un peinado recogido, cuando veo un trabajo tan maravilloso, no tengo otra opción que emocionarme”.
Aurora, su mamá, fue de gran ayuda, le solucionaba muchas cosas, “a pesar que era muy malcriadora. Y con mi esposo tuve que luchar porque en aquella época era muy difícil entender que la mujer viajara tanto. Como yo estaba segura de lo que hacía, a veces me iba a los cursos con los ojos hinchados de llorar. En un momento entendió porque yo venía y trabajaba cada día más, veía el progreso. Cuando una va, estudia, se preocupa, el resultado se ve. Mi mamá me ayudó muchísimo, fue un baluarte de esa época”, manifestó.
Su sueño era, sin dudas, tener el salón propio, pero era muy difícil. Necesitaba un préstamo y andaba con su proyecto por todos lados. “Una arquitecta escuchó una conversación y me consiguió un préstamo bancario para que edifique y en el 2001 pude inaugurar la casa soñada, propia. Y aquí continúo. No sé hasta cuando porque no pienso dejar hasta que las fuerzas me den, hasta que pueda”.
Si de algo está segura “Bettina” es que a la peluquería le debe la vida. “Tenemos miles de problemas pero venís al salón y tenés que sonreír porque es el arma salvadora. Me ocupé mucho que la gente que venga, se encuentre bien. Hice 14 años de meditación donde aprendí muchísimo, trabajé el perdón durante años. Me costó mucho pero lo que logré es mantenerme bien, sonriendo y con anteojos rosados, para ver la vida color de rosa”, confió, quien quedó deslumbrada con Misiones apenas pisó la tierra colorada. Además de meditación, hizo teatro, pero lo que más le gusta es bailar así que cuanto curso de salsa, merengue, “aparecía ahí estaba, hasta que paré en la Peña Itapúa donde me transformé en bailarina de folclore y donde soy miembro de la comisión”.