En la habitación, a altas horas de la noche, a oscuras, conectada con su cuerpo o en la cocina a primera hora de la mañana, todavía adormecida, piense.
O simplemente trate de no aferrarse a ningún pensamiento. Pero se colarán en su mente los recuerdos de cómo ha llegado hasta aquí. Mire al pasado, al principio de algo, de todo. Cuando se acerque al final de ese algo —quizá de algo que la hizo feliz o no—, deje que un sentimiento de arrepentimiento la invada hasta el cansancio.
Arrepentimiento por no haber hecho más o haber hecho demasiado. Siéntase humillada por ese pesar. Cierre y abra las manos con contracción, como si quisiera romper alguna cosa. Deje de hacer lo que está haciendo y salga a caminar, siéntase cansada. Regrese a su casa. Mire una película que haya visto siempre o abra un libro y conozca historias: pregúntese por qué usted no puede sentirse aliviada, como los personajes de esa historia que ríen con energía o lloran con carácter. Contémplese en el espejo, y diga: “gracias”.
Sepa que puede sentir el triunfo pero no siempre podrá salir ganadora. En lugar de un final con sentido a triunfo, siéntase cansada, como cuando se lucha por llegar a ese tan ansiado final en donde algo en nosotros se desarma. Sienta que transita por un camino filoso. Sienta miedo de que todo se derrumbe. Sienta la necesidad profunda de que todo se derrumbe.
Entienda qué es lo que sucede si eso pasa y deje de entenderlo un segundo después. Reconozca si hay un sentido de logro. Sepa que la clave para comprender si hay un sentido de logro, debería exceder el juego de los triunfos y las derrotas. Y cuando sienta que todo se termina, piense que es el principio de algo nuevo, y celébrelo.
Recuerde: hay un único final que no éste, ni aquel, ni ninguno de los finales.
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Dan Parihuamán
Periodista digital.
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