La rutina durante los años de cursado y prácticas era más o menos así: Adriana Schoffer se levantaba a las 4,30 para llegar a su trabajo como empleada doméstica a las 6 desde Santa Helena, Garupá. Trabajaba hasta las 11 y, con todas las cosas a cuesta, llegaba a la terminal para tomar el colectivo a Apóstoles a las 12,15. Hacía las prácticas de 14 a 17 y desde las 18 hasta las 22,30 cursaba. Luego el cole de regreso a casa adonde llegaba 23,30 para el otro día hacer la misma rutina. Todo como madre soltera de tres niños. El esfuerzo tuvo su recompensa: en 2018 consiguió el título de profesora de nivel inicial y hoy espera ansiosa el llamado para ejercer de la profesión en la que se formó.
Adriana siempre quiso estudiar y ser maestra jardinera pero, por diferentes situaciones de la vida, no pudo hacerlo al terminar la secundaria y debió posponer su objetivo.
Nacida en Eldorado pero criada en Andresito, Adriana tuvo a su primera nena, Brisa, en 2001 cuando tenía 17 años, antes de terminar la secundaria. Fue difícil contarle a su papá sobre ese primer embarazo, de hecho fue una de las monjas del colegio católico al que concurría quien tuvo la tarea de hacerlo. Sus padres la ayudaron para que pueda terminar la escuela. Es más, su hermana más grande, llamada María Estela, hizo de niñera para que Adriana concurra a clases. Egresó y al año siguiente tuvo a su segunda hija, Sabrina, lo que hizo las cosas un poco más difíciles.
“Mi idea era seguir una carrera desde que empecé el secundario, como todos, pero como vivía lejos no había ninguna terciaria”, recordó a PRIMERA EDICIÓN. Siempre quiso ser maestra pero “tengo una caligrafía muy fea entonces pensé que no iba a ser posible porque siempre los maestros escriben re lindo”, confesó entre risas. Otra de las opciones era abogacía pero parecía más difícil aún.
En 2007 nació Hernán, el tercero de sus hijos y al tiempo Adriana consiguió trabajo como portera y cocinera en la escuela a la que concurrían los chicos. Como vivía allí pudo ahorrar dinero con el único objetivo de estudiar. “Quise venir a Posadas a probar suerte, en realidad si no venía igual iba a empezar el magisterio en Esperanza o Wanda, pero iba a ser maestra de grado porque allá no hay maestra jardinera”, contó.
Para febrero de 2011 se decidió y, con sus hijos, emprendió viaje a Posadas “a probar suerte, hice algunos contactos y me dijeron que me iban a conseguir trabajo. Parecía todo tan fácil y cuando llegué me di cuenta que no era así. Esperé un mes y como no me llamaban comencé a buscar y así empecé a trabajar en casas de familia”.
El camino al título
El objetivo de estudiar seguía latente y Adriana no se daba por vencida. Comenzó el cursillo en el Instituto Montoya pero el horario de cursado (por la mañana), no era compatible con sus trabajos por lo que en 2014 se decidió por el Instituto de Formación Docente “Mariano Moreno” de Apóstoles, donde podía cursar por la noche. “Como yo trabajaba a la mañana, si tenía que hacer una práctica o algo hacía a la tarde y a la noche cursaba”, explicó.
Al principio, sus tres hijos se quedaban al cuidado de una vecina y luego, cuando su hija mayor llegó a los 14, se quedaban solos en la casa. “Encerraditos, siempre tuve miedo pero nunca pasó nada gracias a Dios. Yo decía que si llegaba a pasar algo no me iba a perdonar nunca”.
Durante cuatro años “viajé a Apóstoles para cumplir ese sueño de estudiar y ser maestra, cuando no tenía que hacer prácticas tomaba el cole de las 16 y llegaba 17.30 allá. Cuando tenía prehora salía un poco antes, a las 15”, recordó. Cuando comenzaron las prácticas “me levantaba a las 4.30, tomaba el cole a las 5, entraba a las 6 a mi trabajo para salir a las 11, traía todas mis cosas porque ya venía como para hacer las prácticas, me iba a la terminal y tomaba el cole de 12.15. Hacía mi práctica de 14 a 17, me quedaba un ratito libre, iba a la facultad, salía 21.30 y tenía el último colectivo a las 22, llegaba 23.15 a casa. Mi nene dormía a las 20 y no lo veía. Los descuidé pero era pensando en lo mejor para ellos porque si un día me quedo sin trabajo, es más estable que tenga una profesión”.
El 3 de agosto de 2018 llegó el día más esperado: el examen final. Sistematización fue la materia. “Estaba re nerviosa y cuando me recibí no caía”, recordó. La nota: 10 (diez). “No podía creer”. Sus hijos estaban felices. “Ellos más que nadie me presionaban que cuándo me iba a recibir”.
Con el título de profesora de educación inicial, Adriana se inscribió en el padrón 2019 en el Consejo General de Educación (CGE) y, mientras continúa trabajando en casas de familia, espera ansiosa el llamado que le permita poner en práctica todo lo aprendido. “Las señoras donde trabajo son re piolas, me dicen que si consigo a la mañana vaya a la tarde, o si consigo a la tarde que siga yendo a la mañana”.
Brisa, Sabrina y Hernán, ahora más grandes, la ayudan un montón en el día a día. “Para mí son buenos hijos porque nunca tuve problemas, desde la escuela nunca me llamaron”. Adriana reflexionó que todo lo ocurrido fue “porque hay un círculo en el que todo funciona a tu favor. Porque si tuviera problemas con algunos de mis hijos no iba a poder, y nunca me enfermé, nadie se enfermó, todo de 10. Es más, cuando hice mis prácticas la directora me dijo que yo era una de las únicas que tenía asistencia perfecta. Me sentí re bien con lo que me dijo”.
En cualquier momento ese teléfono sonará y Adriana podrá entrar como “mae” a un aula con niños ansiosos por aprender. Los más orgullosos serán sus hijos. Una historia que demuestra que cuando se quiere, no importa qué suceda alrededor, siempre se puede.