Luego de las sencillas experiencias meditativas y la descripción de sus beneficios en nuestras lecturas vacacionales de las notas anteriores, siempre siguiendo a la profe Stella Ianantuoni, ahora podemos empezar a comprender qué es la meditación.
En nuestra cultura occidental, la palabra meditar proviene del latín meditari, que significa reflexionar, pensar en algo, estudiar, indicando que reflexionamos sobre una idea, una lectura o un hecho. Pero en Oriente el concepto es distinto: meditar es una práctica donde la observada es la mente.
Generalmente confundimos la mente con sus contenidos, pero es necesario comprender que todos los contenidos de la conciencia manifestados en los pensamientos pueden ser observados igual que observamos estas palabras escritas. Y si los contenidos afloran desde el inconsciente, podemos observar imágenes, símbolos y también señales de la memoria ancestral de nuestra especie.
Para las tradiciones orientales entonces, meditar no es pensar en algo sino dejarnos estar en completa calma para observarnos a nosotros mismos.
Es la experiencia de observar cuerpo y mente sin juzgarlos, dejando surgir libremente lo que somos sin interferir. Es dejarse ser. No es fácil explicar esto racionalmente.
Así como nuestra mente constantemente separa y divide, analizando las cosas que percibe para poder conocerlas y comprenderlas, podríamos decir que el conocimiento encontrado cuando meditamos es totalizador y surge de la experiencia de conocer con todo nuestro ser. Y esto no se puede expresar con palabras, es la experiencia de ser.
Asimismo, meditar es lograr que los aspectos positivos y negativos de la mente se neutralicen; es salir de la polaridad en la que nos encontramos cotidianamente, porque el universo material se basa en ella: el día y la noche, el frío y el calor, lo femenino y lo masculino, lo bueno y lo malo, la acción y la reacción, etc.
Sólo si trascendemos esa separación, esa división en que nos sume la polaridad, podemos llegar a alcanzar un estado de unidad y de totalidad. Y esto es posible porque los dos hemisferios cerebrales, el lógico y el intuitivo, se armonizan durante la meditación y se sincronizan de tal manera que podemos descubrir nuestra realidad existencial.
Entonces meditar, lejos de ser un escape, es ir hacia nuestro centro, hacia nuestro origen. Es estar atentos, despiertos, y obtener una visión más clara de lo que somos y de lo que da sentido a nuestra vida, sin aislarnos de la realidad sino participando responsable y armoniosamente en ella. Y esto se reflejará en el entorno, porque adonde vayamos, nuestra presencia comunicará eso que somos.
Podemos mirar dentro de nosotros mismos siguiendo diferentes métodos y tradiciones. Cada uno ha de buscar, encontrar y mantener la forma adecuada a sus características individuales.
Por ejemplo, el sistema que proponen los Yoga Sutras comprende ocho pasos o grados. Los dos primeros son reglas morales para una vida ordenada, sin la cual no es posible el avance hacia planos superiores.
Los tres pasos siguientes son: postura correcta, control de la respiración y retracción de los sentidos hacia nuestro interior. Los últimos tres pasos constituyen el Yoga propiamente dicho: concentración, meditación y samadhi o percepción supraconsciente. Este Óctuple Sendero nos conduce así a la iluminación, que es trascender y liberarnos de la ignorancia en que vivimos inmersos, ignorancia acerca de la verdadera naturaleza humana, de nuestro verdadero ser.
Volviendo al aquí y ahora, vemos que la palabra “trascendencia” nos habla de ir más allá de los límites de la vida sensible y cotidiana y buscar nuestro soporte en una realidad más profunda. Y eso sólo es posible cuando, aunque sea por un momento, dejamos de mirar hacia afuera y miramos hacia nuestro interior.
Relajando el cuerpo, dando un descanso a nuestra mente razonadora, estando dispuestos a escuchar en el silencio -que es no sólo ausencia de ruido exterior sino de parloteo interior-, podremos encontrarnos con nuestro centro, con nuestra verdadera naturaleza, con lo que le da sentido a nuestra vida, con ese lugar en el ahora donde reinan la verdadera paz, la sabiduría y el amor.
Y finalizada la experiencia, desde ese lugar podremos volver al mundo, pero distintos, centrados, en armonía y equilibrados en cuerpo, mente y espíritu. Namasté.
Colabora
Ana Laborde
Profesora de Yoga
[email protected]
376-4430623