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Los primeros meses de clase no fueron fáciles para Matías Benjamín Aranda (26) cuando algunas compañeras le “marcaban la diferencia” porque decidió ser docente de Nivel Inicial, una carrera hasta hace un tiempo casi exclusiva para mujeres. Había cerca 300 inscriptas pero cuando inició el cursado en el Instituto Superior de Formación Docente Normal extensión áulica Corpus Christi sumaban unas 230 y “yo en el medio”.
Hubo otros varones pero sólo asistieron a las charlas de curso nivelatorio de los primeros días y abandonaron en esa instancia. Obviamente, con el tiempo todos se fueron adaptando y Benjamín se recibió de “maestro jardinero” en junio de 2018. Ahora dice que “no fue una decisión mía sino que la carrera vino a mí” porque llegó al municipio como un aula satélite de la Escuela Normal 11 de Eldorado.
Sostuvo que fueron cuatro intensos años. El primero y segundo, como toda carrera, con mucha teoría. Pero todo se complicó cuando empezaron a surgir las prácticas, las residencias. “Creería que cuarto año es realmente difícil, no es para cualquiera. La autoestima y la energía se te va. Cuando tenés que hacer residencia en otras localidades es necesario viajar, preparar los exámenes, preparar las clases, ir a cursar por la noche. Me costaba salir para hacer la residencia porque dentro de todo estaba acá, en mi ámbito. Pero supe de chicas que vivían en Santo Pipó y tenían que hacer la residencia en Posadas, volver a cursar a Corpus y después regresar a su hogar. Y así la rutina hasta culminar o aprobar. Era muy sacrificado”, manifestó el joven.
Benjamín trabajaba en un taller mecánico junto a su tío y durante el primer año intentó alternar con el cursado. Luego tuvo que dejar porque los tiempos no le daban. “Había que elegir porque se complicaba. Mi hermana (Sabrina Aranda) y mi mamá (Nilda Mandagarán) me empezaron a ayudar a fin que no abandone la carrera, y eso que tantos gastos no tenía. Es que cuando empezás a hacer las residencias de cuarto, la parte económica se vuelve pesada, un poco por la necesidad de adquirir los materiales como la movilidad para llegar a las clases”, explicó.
Añadió que la residencia “fue muy exhaustiva. Tenés que hacer todo lo posible para no tener errores porque en algún momento deberás enmendarlos. Y eso hace que se extienda por un par de semanas más. Mis propias compañeras me dieron una mano porque mi hermana había puesto una librería con fotocopiadora y como en el instituto no había, las chicas sacaban fotocopias en otras localidades y traían una cantidad considerable para trabajar en clases. Pero era caro e incómodo. Como yo estaba en el aula les cobraba prácticamente a precio de costo. Con lo que juntaba pagaba mi residencia. Era una manera de sustentarme, pero gracias a ellas. A su vez, le daba una mano porque de esta manera las copias le salían más económicas”.
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Cuando hacía la residencia en Posadas tenía que cursar y hacer “montañas” de fotocopias en el poco tiempo que tenía. “Mientras esperaba que salgan las copias preparaba mis materiales, los exámenes. Eran épocas de finales, parciales y se complicaba estudiar. Y había que descansar, que es fundamental y es el gran problema en esos tiempos”, comentó, al tiempo que destacó el apoyo incondicional de su familia.
Admitió que pensar en ingresar a al aula “te causa nervios porque te dan a conocer el destino una semana antes. Incluso hasta llegar y entrar al aula es re complicado. Los propios chicos se quedan petrificados como cuando entra un extraño. Cuesta sacarlos de ese lugar, también cuando sucede lo contrario porque muchos se activan cuando ven gente extraña”.
En tercer año hizo prácticas en el NENI de Santo Pipó y a su entender, “fue complicado, porque aunque nos dividíamos con la pareja pedagógica, teníamos experiencia de nada. Eran cuarenta minutos de clase ante 16 chicos. En cuarto año nos hacíamos cargo de la clase completa, desde la entrada de los niños a la escuela hasta el final de la jornada, con el desayuno, la higiene”. Otra residencia fue en el Jardín Maternal San Francisco, en el barrio Sesquicentenario, de Posadas, donde había quince pequeños en sala de 3. En la segunda instancia volvió al NENI donde eran 17 niños en sala de 4.
“Lo más difícil fue en Posadas porque es sala maternal, no jardín de infantes. Aunque mi gran miedo era ir a la sala de bebés o de lactantes. Porque la experiencia era cero, ni siquiera tengo sobrinos. Pero me adapté re bien, y creo que fue la mejor residencia que tuve. Que pude sobrellevar. Lo único que era una sala totalmente diversa. Estuvo bueno porque si uno llama la atención de uno o dos niños y si ellos se enfocan en la clase los otros de alguna manera acompañan. El problema es cuando no lográs captar la atención de nadie”.
Otro tema es entrar en confianza con la maestra responsable del aula. “Esa es una parte fundamental para que las cosas salgan bien. Lo que me ayudó es que un día antes preguntaba y daba pie a que la docente me encamine a cómo teníamos que manejarnos porque son ellas las que tienen la experiencia”.
Hernán Juarez, un docente de Nivel Inicial chaqueño que se desempeñó en Corpus desde hace algunos años “me dio ánimo para ingresar”. Es que cuando Benjamín era chico el “maestro jardinero” vivía en una habitación de alquiler en el fondo del terreno donde estaba su casa. “Él llegaba con el uniforme cuadrillé, siempre hablábamos y eso, inconscientemente, me dio coraje”, dijo quien inició la carrera después de pasar por la Escuela de Cadetes de la Policía de Misiones pero que a diez días del ingreso “abandoné porque comprobé que no era lo mío”.
Relató que los primeros meses fueron difíciles porque “había compañeras que veían raro que yo estuviera ahí, tampoco aceptaban. Era como incómodo que me miraran de costado. De todos modos había mucha gente que me conoce pero se asombraba igual. Finalmente hubo acercamiento, acompañamiento y predisposición”. Y trajo a colación una anécdota tras participar de un congreso de matemáticas en la localidad de Ruiz de Montoya. Dividieron a los docentes en grupos y después de compartir la consigna, “una docente insistía con que ‘esto era nivel inicial’ como haciendo oídas que yo estaba descolocado. Hasta que alguien le hizo ver que era estudiante de la carrera. Había muchos con experiencia que se interesaron y me abordaron. Para muchos resultó como algo novedoso, y eso que eran docentes de muchos años”, narró quien ahora tendrá que usar un uniforme del mismo color que el de las maestras pero “adaptado”.