Los personajes del cuento que da título al libro de Salvador Marinaro, “Una tristeza decente”, transitan el momento anterior a la tormenta, cuando su vida cotidiana parece desmoronarse: en ese instante de transformación, se descubre la ferocidad del mundo que los rodea.
Los diez cuentos que componen el libro desmenuzan las relaciones íntimas y familiares, como solo en los pueblos y pequeñas ciudades puede darse: a través de las miradas de los otros, los rumores y lo dicho al pasar sin inmutarse.
Marinaro (Salta, 1988) es investigador y periodista; trabajó como docente en la Universidad del Salvador y la Nacional de la Plata.
Actualmente reside en Shanghái, donde cursa un doctorado.
¿Cómo consiguió articular los diez cuentos que conforman el libro?
Creo que nunca voy a entender del todo cuál es la relación entre escribir y hacer un libro. Siento que son dos actividades que se tocan, pero no sabría decir cómo ni cuándo. Desde que empecé el primer relato, “La Marilín”, que acompaña el baile de una trans en pleno carnaval, y terminé el más reciente, “La obra de Mastroverdi”, que reflexiona sobre los modos de ser autor, pasaron cinco años. Sin embargo al momento de juntarlos había algunos ejes muy claros, un conjunto de tensiones que se movían de la misma forma: la gran ciudad contra el interior, la familia que se descompone ante la violencia, la vida en el barrio de provincias, la mirada de los otros acechando. El libro surgió a partir de fragmentos, de imágenes sueltas que se repetían. Cuando me tocó compilarlos, me di cuenta de que todos los personajes de algún modo se mentían a sí mismos, escondían un dolor profundo para mantener las apariencias. Así surgió el título y es el eje que conecta los diez cuentos.
¿Se puede marcar un pasaje significativo de la pobreza a la tristeza en el marco del libro?
Es cierto, la pobreza ocupa un lugar importante en lo que escribo. Pero lo que más me interesa es la transición, el empobrecimiento, que es la historia de la clase media en el interior. En uno de los cuentos, un personaje que se llama Marta decide llevar a sus hijos de shopping para que se olviden “por un momento” del divorcio que atraviesan como familia. Su marido los ha echado de la casa y los chicos son una especie de refugiados que duermen en los sillones de la abuela. El cuento es la narración de algo que empieza mal y termina pésimo, atravesado por el intento casi obsesivo de la madre de llevarse una postal de familia feliz, aunque eso implique quemar todos sus recursos. El movimiento de la clase media a la pobreza se vive como una tragedia, sobre todo en las ciudades pequeñas, donde los vecinos se miran entre ellos por la ventana. Creo que hay varios cuentos que exploran la misma temática: personajes que siguen viviendo un mundo al que ya no pertenecen.
¿Sus personajes están constantemente descubriendo un mundo cruel?
Más bien ya lo saben, pero prefieren pensar en otra cosa. Sobre todo en los primeros relatos del libro, centrados en relaciones familiares o amistades íntimas, cada personaje se esfuerza por ocultar lo que le sucede. Me gusta el desfasaje: un trabajador municipal que se dedica en sus ratos libres a forjar cuchillos, un guía turístico que lleva de city tour a un viejo amigo por la ciudad de su infancia, un padre golpeador que realiza un acto de ternura. Parecen vivir en una realidad que no es la suya.
Se trata, además, de una pequeña noción del cuento: los personajes esconden lo que lo que les preocupa para que se descubra a lo largo de la narración. Me gusta trabajar en el momento anterior a que todo se vuelve obvio, o el instante posterior, cómo “siguen viviendo pese a todo”.
¿Lo fantástico en sus historias surge desde el deseo de los personajes?
Me encanta leer cuentos fantásticos y creo que hay una generación joven muy brillante que trabaja con ellos. Pero no se me da. Intento más bien ver qué sucede en los bordes, es decir, producir mínimas desviaciones y observar qué sucede con la vida cotidiana de esos personajes. Lo siento como un género de traslación, basado en algo que me sucede a diario: cierro los ojos y por un momento pienso que la realidad se ha desviado; las cosas que busco las encuentro en los lugares más insospechados y, a veces, meto las manos en los bolsillos de un saco y encuentro un papelito con un mensaje en un idioma incomprensible. Quisiera que algunos cuentos produjeran ese efecto de desconcierto, como si la realidad hubiera dado un salto, sin que sea un hecho inexplicable del todo.
¿Cómo se siente un escritor argentino viviendo en Shanghái?
Llegué a Shanghái por una beca y voy por el tercero año. La ciudad es tan gigantesca y difícil de comprender que me resulta imposible describirla en pocas palabras: China es el polo opuesto, el extremo radical, el lugar más cercano a Marte al que podés acceder. Vivir rodeado por una sociedad que no entendés y que cuestiona a cada momento tus pocas herramientas para analizarla es una sensación hermosa, que cuestiona tus puntos más profundos. De repente, lo que considerabas “normal” no es más que una moda pasajera, que puede ser intercambiada.