“Esto es un problema que se fue agravando con el paso de los años. Nosotros vivimos acá cuando las calles eran de tierra y construimos nuestras casas al nivel de las mismas. Después eso se entoscó, se fue un poco más arriba, después se empedró, asfaltó y subió más el nivel de la calle. Lo que pasó fue que las alcantarillas que se hicieron no pueden desagotar el agua por la pendiente con la que quedó la calle y el agua, cuando llueve, se nos mete en nuestras casas como un arroyo”, comenzó explicando Mariel Nielsen, una de las perjudicadas con esta situación.
Son cuatro las casas que tienen este problema que, según cuenta Nielsen, ya fue planteado ante los funcionarios correspondientes, pero no obtuvieron ningún tipo de solución. Las viviendas están ubicadas en la intersección de las calles Península Valdéz y Viedma.
De acuerdo al relato de la vecina, la empresa encargada de la construcción de la calle contempló cuatro bocas de tormentas, “porque al llover se formaba un lago e ingresaba a nuestras casas, que quedaron un metro debajo del nivel de la calle, pero eso no es suficiente. Hicimos notas que fueron presentadas en 2015, cuando tuve un metro de agua adentro de mi casa, me prometieron que iban a solucionarnos el tema pero nunca le dieron curso”.
Las otras familias que también tienen el mismo problema coinciden en que “como antes no habían muchas casas el agua se escurría después de las lluvias pero luego se fueron agregando nuevas construcciones y se complicó el panorama porque se encajona y no puede salir hacia ningún lado”.
Con bombas de desagote
La vecina Nielsen apuntó que un agravante del problema cuando llueve es que las napas freáticas de la zona están saturadas de agua. Es por ello que ya hace bastante tiempo tuvo que comprar dos bombas de achique, que le permite sacar el agua de su terreno pero con los temporales eso no da abasto.
“Cada vez van quedando menos terrenos, se van ocupando y eso hace que el nivel vaya buscando las zonas más bajas. Atrás de mi casa elevaron el nivel del terreno y también se suma ese problema. Esto nos genera una presión psicológica porque se viene el Niño y en cualquier momento vuelven las lluvias intensas”, detalló.
Luego agregó que las “dos bombas de achique trabajan de 12 a 15 horas por día y las boletas de luz se incrementan notoriamente, pero no me quiero inundar. Hay vecinos que tienen menos recursos y les va todo el agua. No quiero inundarme más, tengo pedazos de muebles de las pérdidas por las inundaciones, somier, placard que quedaron inservibles y no vivo a orillas del Zaimán, vivo en un barrio de categoría residencial y eso me indigna”.
Sin dormir
“Cuando hay pronóstico de lluvias ya no podemos dormir más. Escucharle a mi hijo que tiene 18 años y que me dice desde los 10 veo que nos inundamos me genera una tristeza porque el lugar más seguro de un ser humano debe ser su hogar. Incluso tuvimos que anular la entrada principal y colocamos tres hileras de ladrillos para tratar de contener la inundación”, dijo Nielsen, quien tiene a su cargo a su mamá, que padece una discapacidad de cadera y deberá ser intervenida quirúrgicamente y luego instalarse en la casa de una amiga de la familia, por temor a inundarse durante el postoperatorio domiciliario.