
Don Silvio Aquino (95) fue un ciudadano paraguayo que hizo mucho por Puerto Rico, localidad donde residió por casi cincuenta años y partió hace dos semanas. La paciencia, alegría, la honradez y humildad, son algunas de las cualidades con las que lo recuerda su hija mayor, Carmen Zoraida, con el dolor a flor de piel. Contó que “se fue un hombre que hizo mucho por esa ciudad. Era agrónomo y trabajaba en el INTA, y los colonos lo querían mucho”. Prueba de ello fue el homenaje que recibió el día del sepelio.
La mujer añadió que “para nosotros, fue un ejemplo de vida, un modelo de padre. Con su esposa, Justina Sosa Reyes -también paraguaya, oriunda de Itá-, había celebrado los setenta años de casados. Era un matrimonio ejemplar, siempre rodeado de sus siete hijos, que si bien están dispersos, lo visitaban constantemente, por eso todos ponderaban la unión familiar”.
Recordó que su padre, que había nacido en Acahay, Departamento de Paraguarí, el 31 de julio de 1923, era un apasionado de su trabajo y de la lectura, y que para Don Silvio, el INTA “era palabra mayor. Primero desempeñó tareas en Cerro Azul, después fue trasladado a Puerto Rico, donde se arraigó” y donde cumplió diversas funciones, entre ellas, en la Casa Paraguaya del municipio donde la colectividad se tornó numerosa.
Aquino “desembarcó” en Puerto Rico con el propósito de mejorar la calidad y productividad del tabaco al que se denominaba “criollo misionero”, entre otras cuestiones. También cumplió un rol importante en la experimentación del cultivo de mandioca para la Cooperativa San Alberto para que pudiera asesorar a los socios respecto a las variedades a cultivar.
Su hija aseguró que “lo que más le gustaba” a don Silvio era “visitar las distintas chacras del municipio y hablar largo y tendido con los colonos. Le brindaba asesoramiento, les explicaba cómo hacer determinadas cosas. Eso era para él, estar en su salsa. Mientras estaba en la oficina, organizaba las carpetas y después salía para la colonia”.
El primer lugar al que había llegado era Posadas y como traía algo de dinero, “levantó un ranchito en el barrio Tacurú, donde hacía base para empezar a buscar trabajo y en poco tiempo logró conseguir un espacio en el INTA”.
Don Silvio era un hombre profundamente agradecido a Argentina porque “aquí encontró trabajo y posibilidades de crecimiento profesional y económico” pero que “siempre hablaba del sufrimiento que le produjo el desarraigo” aunque en varias ocasiones pudo volver a cruzar el Paraná.
La necesidad de abandonar su querido país no fue por decisión propia. Siempre remarcaba que “nunca me metí en política porque a mí sólo me interesaba mi trabajo, pero mi papá era liberal y era de decir las cosas, y con esos antecedentes familiares, el panorama se complicó y decidimos buscar nuevos horizontes de este lado de la frontera. Personalmente me dolió mucho tener que dejar mi Paraguay”. Carmen Zoraida tiene vagos recuerdos de las anécdotas que su padre narraba sobre su tierra natal. Dijo que él siempre contaba que la casa que habitaba de chico junto a su familia estaba cerca de dos arroyos de agua muy limpia y que “a su alrededor había mucho monte. También hablaba de un cerro que escalaban hasta la cima. Era tan claro que nosotros nos imaginábamos mientras lo escuchábamos”.
Para asistir a la escuela primaria tenía que caminar más de un kilómetro pero para cursar el secundario viajó a la ciudad de Asunción, donde el patrón de su papá tenía una vivienda y le había ofrecido. Siempre decía que tenía que ir al Colegio Nacional pero que como ya no había lugar, lo anotaron en el Colegio San José, que era un prestigioso establecimiento educacional. Luego siguió la carrera elegida en la Escuela Nacional de Agronomía “Mariscal Estigarribia”, donde obtuvo el título en 1946. Enseguida hizo una especialización en el Instituto Agronómico de Caacupé que formaba agentes de extensión rural, haciendo ensayos experimentales de cultivos. Fue así que Aquino se recibió de agente de extensión rural y de inmediato inició su vida laboral.