No viste de blanco, no tiene alas, tampoco una corona. No apareció por arte de magia, pero el dolor del abandono no le impidió convertirse en el ángel del hogar San Roque, donde llegó hace casi quince años, sin nombre, sin identidad, uno de los derechos fundamentales de todo ser humano desde su nacimiento. Lo bautizaron “Luis” y le sienta bien, dice mucho de él, pues hace alusión a “lo ilustre o iluminado, a un carácter luchador y benevolente”, sólo le falta obtener su Documento Nacional Identidad (DNI), por el que quienes lo rodean luchan hace tiempo.
La docente Verónica Stockmayer trata a diario con él y recordó que “no se tomaron recaudos en el libro de entradas del hogar “San Roque”. Sólo los necesarios, ‘síndrome de Down’, ‘aproximadamente 25 años’,‘no sabe de dónde viene’, ‘no porta documentos’. Ni siquiera la fecha exacta de arribo, porque el proyecto era la guarda preventiva por un día, dos, hasta tanto se diera con la familia, hasta tanto alguien viniera a recogerlo. Todos recuerdan que hacía frío. Entre junio y agosto de 2005, dato que surge de comparar esos recuerdos -‘frío – invierno’”.
Y añadió que “el ingreso regular de la siguiente internación, 1 de enero de 2006, llegó por mediación de Acción Social de la Municipalidad. Quienes lo encontraron deambulando, confundido y evidentemente asustado, dieron aviso a la Policía ante cuyos agentes no pudo explicar cómo había llegado al pueblo, de dónde venía, con quién, dónde quería llegar. El hospital fue su primer refugio -de ahí la pista de ‘edad presuntiva’ -y mientras se averiguaban antecedentes, desde el área municipal solicitaron a la comisión del hogar y a sus empleados que lo tuvieran a resguardo. Los días fueron pasando y pese a que los medios publicaron fotos e imágenes de video, lugar de acogida, edad emitida por médicos de Salud Pública, nadie reclamó por él. No hubo por parte de los entes responsables del Estado la lucidez de una presentación formal ante un juez, para que fuera posible reasignarle su lugar de ciudadano pleno: identidad, documentos, asistencia social y una pequeña pensión de subsistencia, derecho que no puede ejercer por el hecho de que no se puede constatar su origen y todo en torno a él es nebulosa, datos vagos que aportó él mismo en las condiciones traumáticas en las que se lo halló. Hubo sí el amor providencial de mucha gente, abrigo, alimento, refugio, buen trato”.
“Los días se transformaron en semanas, las semanas significaron la necesidad de ordenarle rutinas y de darle un nombre, el primer atributo de humanidad y de pertenencia que todo ser merece. Acordaron llamarlo ‘Luis’. Él respondió con generosidad y entrega. Le asignaron pequeñas tareas, transportar la leña y encender el fuego de la caldera y la cocina, algo que hacía con devoción de niño. Creyeron que podría atender la huerta y el jardín, pero eso no le interesó, fue incapaz de distinguir una verdura de una maleza. Pronto descubrieron que era hábil en el trato con los ancianos, sabía levantarlos, trasladarlos, estar atento a las necesidades de cada cual. Dio a entender que lo había hecho antes, porque cuidaba ‘a papá’, ‘que le pegaba mucho’. Los meses fueron descolgándose del calendario y Luis -por entonces ya un chico adaptado, feliz, confiable y más o menos previsible- pasó de interno provisorio a miembro de la familia del hogar”, describió la docente.
“Transcurrieron diez años en los que con proverbial alegría, con enojos, con más o menos paciencia, acompañó los días, el lento desmigarse, el irse yendo de muchos ancianos. Fue ojos para Ernesto y Mario, piernas para Carlos, Iris, Luci, Ramón, Clara, Amanda, Otilia, Kobs, Norma… Es el que inicia y culmina con los cuidadores todas las rutinas, higiene, traslado, comidas. Se toma su tiempo para el descanso, el paseo, algún recreo para el mate, una naranja, una panzada de mandarinas, pero aun así acompaña la jornada hasta el atardecer, porque después de la cena conduce a los viejitos a sus cuartos y participa del ritual de ayudarlos a acostarse, cubrirlos, acercarles un vaso de agua y está pendiente de cualquier necesidad. Aunque a veces está concentrado en lo suyo -por lo general es quien se encarga de doblar y acomodar la ropa lavada, sabe muy bien a qué habitación y a quién pertenece cada prenda- los demás de los días atiende a las visitas haciendo gala de temperamento expansivo. Ampuloso en sus gestos, con su media lengua es capaz de contar novedades, sabe hacerse entender y con ademanes apropiados hasta entra en detalles, las minucias y los incidentes, las pequeñas glorias, el dolor de una partida, el desconcierto del destrato de alguien que tuvo un mal día”, subrayó.
Además, mencionó que “es tan complejo y contradictorio como cualquier persona. Vivencia todas las pasiones humanas, amor, celos, enojo, ira. Estos años de vincularse con el afuera y sus matices, el afuera y sus ofertas, le fueron dando datos de cómo funciona el mundo. Llegan visitas que le destinan pequeños obsequios, protagoniza con vitalidad las actividades del Centro Especial de Educación Física (CEFE), tanto en el seno del hogar, como en excursiones, caminatas y ejercicios al aire libre, sonriente y pleno, y en eventos especiales se lo ve en envidiable primer plano. Lo cautivan los desfiles, las pequeñas fiestas donde asume el rol de anfitrión atento y dedicado. La visita anual a la Fiesta de la Flor -acompañado siempre- es una ilusión que lo mantiene entusiasmado por días.
Pero todas estas motivaciones muchas veces lo sumen en la melancolía. Puede comparar la riqueza de estímulos que laten más allá de los límites de su pequeño universo, con la simpleza a veces aplastante de su vivir cotidiano. Le cuesta entender que afuera las reglas son un tanto crueles: hay que moverse con premura, negociar, manejar un dinero que no tiene, arreglárselas solo, circular con un documento de identidad. Se muere por unas vacaciones. Entonces lo oprime la tristeza por un rato. Necesita la charla larga y el consuelo de sus ‘mamis’ y ‘tías’, y refugiarse en otra de sus grandes pasiones: la televisión, esa magia, el informativo del canal local donde a veces descubre con sorpresa y júbilo escandaloso a personas que conoce bien, las telenovelas, a las que se entrega con fruición culminadas que fueran las labores del día, si es que la conversa amena con el sereno no amerita una velada a cielo abierto, con las estrellas lejanas alumbrando su mirada inocente, mientras el mate o el tereré circula de mano en mano”.
“No faltan amor ni misericordia en los días de Luis, pero el Estado todavía tiene con este ángel una duda pendiente: necesita poder asumir su condición de ciudadano. Tiene derecho a identidad refrendada por un documento. Necesita garantía para preservar su salud y algo de previsibilidad para el futuro: una obra social, una pensión, porque no todo puede ser cubierto por la providencia y la voluntad o la mirada del prójimo, que por ahora tienen para él nombres calentitos, Estrella, Celina, Irma, Miriam, Yiyi, Carmen, Ramona, Matilde, Nelly, Juan, Coco, Martín, Pánfilo, Amalia… las que se suman cuando alguien deja la posta, esa que él no dejará mientras viva. Cada semana acuden las manos pájaras y el bálsamo en palabras de reconocimiento de Lola Kiess y Alicia Gómez, que se prodigan en masajes y alivio, de las que él toma su parte. Y la novedad de los juegos de los profesionales del CEFE, que le dieron un lugar importante en los haceres. La contención de una psicóloga, beneficio de su condición de integrante de la comunidad amparada por el CEFE. En esos brazos, en esas presencias y en otras tantas -las damas de las iglesias, los chicos y maestros que visitan su casa y tienen para él el apretón cerrado de un abrazo sanador- cobija su desamparo y da aire a su envidiable optimismo para encarar los días”, sostuvo.
“En esta gesta generosa de lograr para Luis un lugar en el mundo y dos o tres razones para vivir los días, hay que mencionar especialmente el amoroso tiempo que brinda el cuerpo de señoras y algunos caballeros que conforman la comisión directiva que maneja las cuestiones atinentes al hogar. Desde principios de este año Luis tiene en el hogar San Roque su propia suite, con todas las comodidades, televisión, ventilador que trajo Papá Noel, baño privado, una vista privilegiada al parque. Tal vez el pueblo no dimensione la trascendencia de esta institución de bien común, que tiene para el sector más vulnerable y a veces más desprotegido de la sociedad, una mirada comprensiva y las herramientas básicas para dotar a los días de la inevitable ancianidad la dignidad que toda vida merece”, reflexionó Stockmayer.
“Mientras haya en el mundo corazones de pan, los ‘Luises’ -y el nuestro, que se ganó el afecto de todos a fuerza de trabajo y gestos de picardía- pueden seguir andando sus días con menos alertas que buena disposición para atrapar la vida”, finalizó.
“Luis”
Un duende sigiloso
habita su mirada
abierta al infortunio,
al dolor de los otros.
No reniega labores
-ni las más inclementes-:
sus manos redentoras
aplacan sinsabores.
Su corpachón silvestre
irradia mansedumbre,
mitiga transparente
soledades y hastío.
Con qué cauta presencia
alivia las angustias
y atenúa las propias
derramando en el prójimo
su sensible simpleza,
su obrar sin mezquindades.
Escandaloso y torpe,
dueño de la alegría
puede narrar los hechos
en media lengua y gestos
que nos abren un mundo
donde vive y se hace
necesario y querible.
Ángel desmesurado,
sonrisa de gigante,
la ternura despierta
paciencia militante.
Un nombre que inventaron
las glorias del cobijo
cuando llegó en su noche
hecho sombra y misterio.
Un nombre que lo abriga
y al que responde siempre
con alborozo serio…
tal vez se lo precise
para encender el fuego,
para tender la ropa
o llevar al viejito
a la mesa tendida.
Hay que partir el pan
y acercar a la boca
la sopa calentita
el agua que refresca.
Aún así halla tiempo
para la charla laxa
con contento de niño,
con seriedad de anciano.
Sus manos prodigiosas
sostienen firme un mundo
que da cuidado y lumbre
al que se está apagando
y su mente pequeña
sabe del desconsuelo
por haberlo vivido
cuando aún no era Luis
sino sólo un nudito
de soledad y miedo
Por eso se levanta
con tan digna entereza
para amparar la vida
ahí donde se encuentre…
Verónica Stockmayer,
2 de febrero de 2015