En época de crisis el ingenio aparece en quienes pretenden sobrevivir y José Esquivel (53 años) es protagonista de uno de los casos que merecen destacarse, porque lejos de bajar los brazos, se las arregló para mantener y mejorar la venta de choripanes en una bicicleta con parrilla incluida.
“Yo estaba laburando en la obra de Itaembé Guazú, siempre vendiendo choripanes, chipas pero después terminó todo, concluyeron la construcción de las viviendas y tuve que venirme para acá y empezar prácticamente desde cero”, comenzó con su relato Esquivel, a quien PRIMERA EDICIÓN lo encontró en cercanía del Mercado de Villa Urquiza.
Son las 8.30 y en pleno ir y venir de quienes cargan las bolsas de papas, cebollas y cajones con distintas verduras, se filtra el aroma tentador de una parrilla y para quienes tienen el olfato más desarrollado no hay margen para el error: se trata de un “chori”.
Esquivel estaciona su “máquina” en una esquina del Mercado y una pequeña brisa, que pareciera que lo esperaba, hace de cómplice y esparce el humo por todo el lugar. Así, inmediatamente empiezan a desfilar, sin distinciones, hombres y mujeres, en búsqueda de la combinación de embutido asado y pan que ningún nutricionista aprobaría -al menos en ese horario- pero que genera tanto placer en muchos.
“Sienten el olor, se les abre el apetito y enseguida vienen. Es la mejor presentación, el olorcito a chori”, expresa Esquivel tratando de explicar qué lleva a la gente a comerse un choripán en cualquier horario.
Mientras atiende a los clientes y prepara el pedido, Esquivel cuenta que “si me instalaba en un solo lugar no iba a vender lo suficiente porque si bien la gente compra no es tanto como cuando yo estaba en Itaembé Guazú y había muchos obreros de distintas empresas. Entonces empecé a buscar la manera de recorrer más, de llevarle el choripán hasta donde la gente está laburando y así nació la idea de la biciparrilla”.
Pasan algunos clientes de Esquivel y al notar que le estaban haciendo una nota lo saludan y no pueden evitar la ‘gastada’: “hacenos descuento ahora que sos famoso” -le dicen-, a lo cual asiente con una sonrisa y sigue con su tarea.
“Se vende, trato de que sea lo más barato posible y manteniendo la calidad. Hoy el precio de un choripán es de 30 pesos. Tengo mi proveedor de chorizos que está por Quaranta y Tomás Guido, y en la ruta que hago todos los días ya tengo a quienes comprarle el pan, porque tampoco puedo andar llevando demasiadas cosas encima”, detalló.
Tempranito, a prender el fuego
Esquivel empieza su jornada “a las 5.30 prendiendo el fuego para salir de mi casa con la parrilla lista y los chorizos arriba. A las 8 podemos decir que es el primer horario de ventas a full, aunque ya antes hay quienes me compran. Vivo en la zona de López Torres y Mariano Moreno y ahí empiezo el recorrido”.
Con su bicicleta va trazando las rutas con alternativas de ventas, dependiendo del clima, si llueve o no y de la altura del mes. “En los días de lluvia suele repuntar la venta. Es complicado andar con la bici y la parrilla así pero sé que se puede vender mejor, entonces me arreglo para de alguna forma instalarme bajo algún techito. Casi todos los días hago la avenida Mitre, después Uruguay, sigo por Rademacher hasta llegar al Hospital. También paso por La Placita, donde suelen estar mis primeros clientes. Al mediodía hago un pequeño descanso alrededor de las 14, reacomodo todo y vuelvo en un par de horas a la Placita del Puente, donde cierro la jornada”, comentó.
Esquivel tiene siete hijos y aclara que “sólo dos son menores y están conmigo, el resto ya formó su familia pero igual, la situación no está fácil, todos los precios suben y la plata no alcanza”.
Sus cuentas están muy claras y sabe que “debo vender entre siete y ocho kilos de chorizos por día. Vendo a buen precio porque quiero que la gente compre de lo contrario no me sirve de nada que me sobre mercadería. Quiero que la gente coma y que yo pueda ganar mi platita para poder llevar a casa”.