Durante ocho años guardó silencio. Durante ocho años el volumen de la tele, el largo y filoso machete cirirí y la ausencia de su madre cuando trabajaba fueron parte del horror impuesto por su padre.
Abusos y ultrajes sexuales desde el tercer grado de la escuela primaria hasta los 16 cuando ya atormentada le suplicaba a su padre que la violara a ella y no a su hermana de 11.
La historia de dolor y sometimiento dejó perplejos hasta a los camaristas Eduardo Ernesto D’Orsaneo, Gregorio Augusto Busse y Ángel Dejesús Cardozo, quienes lo juzgaron el jueves 4 y viernes 5 de julio pasados en la sala de debates del Tribunal Penal 1 de esta capital.
El caso fue denunciado a la Justicia luego de que una mujer del barrio Norte de Garupá llamó a la madre de la víctima luego de que la tía escuchó y vio llorar en pleno acto de violación y con su progenitor de 38 años como protagonista. Habían pasado poco minutos de las 21 del domingo 7 de febrero de 2016.
La primera comparsa del carnaval de Garupá arrancaba alegría en los vecinos, salvo en la adolescente de 16 años que fue encerrada por su padre en la precaria vivienda, con el televisor emitiendo fuerte sonidos y obligada a desnudarse y acostarse en la cama matrimonial por las amenazas de muerte que su padre profería y el machete que lo transformaba en impune.
El llamado que puso fin a los abusos lo realizó la abuela de la adolescente, quien escuchó los sollozos y súplicas de su nieta. Logró que su hija retornara rápidamente con los demás menores y hallara a la víctima en llanto desconsolado y al padre gritos: “Es mentira, tu mamá habla pavadas”.
El valor de la abuela fue superior: “Yo te vi, no mientas”. Y todo lo que su memoria conservó, lo volcó junto a su hija en la correspondiente denuncia ante la Comisaría de la Mujer de la Unidad Regional X y posterior instrucción de la causa ante el juez Carlos Giménez y solicitud de elevación a debate de la fiscal Patricia Clérici.
Las pruebas y evidencias recolectadas fueron reproducidas durante el debate en TP 1 de calle La Rioja casi Rivadavia.
Pruebas incontrastables
La contundencia probatoria fue expuesta por el fiscal Martín Alejandro Rau durante el juicio oral, pero de instancia privadas por tratarse de un delito contra la integridad sexual, por el que también se omiten las identidades para preservar a las menores abusadas.
Del debate quedó en claro que fue la propia madre de la abusada quien autorizó a los efectivos policiales a ingresar a la casa y detener al sospechoso. Que la menor estuvo durante cuarenta minutos privada de su libertad mientras era violada por su padre, con acciones aberrantes y, por pudor, inenarrables. La amenaza lisa y cruel: “No le cuentes nada a nadie, ni a tu madre, porque no sé cómo puedo reaccionar, la puedo matar a ella y a vos también”.
Pero tampoco rompió el silencio sobre esos cuarenta minutos. También entraron en erupción ocho años de dolor constante que alcanzó a su hermana cinco años menor.
La tía que vio a su sobrina por una hendija de la ventana siendo ultrajada, tuvo el coraje suficiente no sólo para que el caso se denunciara sino que se convirtió, también, en el puntapié para que todas las víctimas hablaran, incluyendo a la abuela a quien el victimario persiguió con el machete y la amenazó: “Vieja de mierda te voy a picar en pedazos por calumniadora”.
Durante el debate los testimonios de la tía y abuela de la víctima fueron ratificados. Incluso hasta el del marido de la mujer que descubrió la violación. También relató que observó al hombre por la misma rendija concretando del delito y el machete a un costado, “a mano” para que no intentara escapar.
Compareció el vecino a quien la abuela le pidió auxilio para llamar a la policía. Y que al ver lo que había sucedido lo increpó al autor: “Cómo vas a hacer eso a tu hija, degenerado”.
Otra tía también fue testigo, oficial de policía. Estaba de franco y fue alertada de lo que ocurría en la vivienda del barrio Norte. Llegó rápidamente y se acercó a la vivienda donde escuchaba llorar a la menor y observó al padre acostado en la cama dormido. “Sol abrí la puerta, soy la tía”.
Fueron las palabras de salvación para la adolescente inmovilizada de miedo y llanto. Se levantó, quitó un candado y fue rescatada. Aunque el ruido del correr de la cadena de la puerta despertó al victimario.
La menor se sujetó a la tía y no escuchó más a su padre. Cuando se sumaron más policías, se quebró la adolescente: “Es cierto tía, me viola desde que tengo ocho años, me tapaba la boca para que no gritara y la abuela escuchara (…) Me decía siempre que era propiedad suya: ‘Sos mía y de nadie más’. Y no me dejaba salir, escapar”.
El relato se amplió en Cámara Gesell e incluyó las ocasiones en que ella le pidió a su padre que soltara a su hermana de 11 años y que la violara a ella, para que la más chica no sufriera el mismo terror.
Que el domingo 7 de febrero de 2016 no la dejó ir a disfrutar del carnaval con su madre con el pretexto de la penitencia por no haber pasado de año en la escuela secundaria.
También fue tajante: “No recuerdo cuántas veces lo hizo porque fueron tantas. Cuando mamá se iba a trabajar, por temporadas me violaba todos los días y me mandaba a lavar para que no quede embrazada, me decía”.
El testimonio de la menor de las víctimas también fue coincidente en Cámara Gesell en cuanto a que su hermana se interpuso al padre cuando le estaba tocando los genitales por encima de la ropa.
Fuentes consultadas por PRIMERA EDICIÓN, remarcaron en exclusiva que durante los relatos de los testigos en el debate, el acusado se expresó con ironía, sonriente, sin respetar a los que declararon, despreciándolos en pleno acto testimonial.
Hasta el ADN
Las pericias fueron contundentes también en el laboratorio. Las muestras de semen halladas en la ropa interior de la víctima indicaron el registro genético coincidente con el del encartado, un porcentaje superior al 99,99 por ciento de acuerdo al trabajo tanto del Cuerpo Médico Forense del Superior Tribunal de Justicia, como de la Policía Científica y del renombrado analista Gustavo Penacino, del Colegio de Farmacéuticos de Capital Federal.
Los informes ginecológicos a la adolescente también fueron determinantes con el desgarro vaginal de vieja data, tanto así que los últimos ultrajes no le provocaban lesiones.
Al acusado tampoco le fueron favorables los informes psiquiátricos, ni los conceptuales y clínicos en general. Consumía alcohol en exceso, no tenía medio estable para ganar dinero, es agresivo y su entorno no destacó ningún hábito bueno o destacable.
Dura condena
La contundencia del alegato y la fría letra del artículo 119 del Código Penal Argentino fueron consecuentes y remarcaron el hecho como agravado por el vínculo.
El fiscal Rau solicitó veinte años de prisión efectiva por los abusos, y que el delito de “amenazas” sea tomado como de pena prescripta por el tiempo transcurrido.
Los jueces y la sana crítica racional obraron luego lo suyo: 18 años de prisión de cumplimiento efectivo.