Por:
William Haltenhoff Nikiforos
Es Eliana María, primera oficial submarinista de Sudamérica, lleva sangre polaca en sus venas giratorias, ama el mar y sus misterios, temprano quiso ser marinera, surcar los mares encabritados por amor a su patria, jugar con las hélices de las sombras submarinas, anudar los grifos de los mares a sus manos de seda, hurgar con su mirada luminosa los estratos hambrientos de este mar precipitado, el Atlántico surco de agua nutrida de dolor y fuego.
Eliana María y 43 marinos viajan en este sumergible lustroso que es el San Juan, orca gigante hecha de acero y murmullos que cuida la soberanía de la Argentina, nación arcoiris hecha de albedríos desatados y pasiones desbordantes que enceguecen.
El Atlántico y sus misterios es una pampa submarina nutrida de cientos de vidas argentinas.
Mar mullido y cerebral que guarda en sus brazos vidas heroicas.
“De Argentina y Sudamérica soy la primera mujer submarinista”.
Pero, ¿por qué ser submarinista? ¿Por qué viajar dentro de una avioneta de acero soportando cerros de agua sobre los hombros? ¿Qué tiene esta mujer de plata, henchida de valor que eligió la punta de la flecha y no la flecha misma? ¿Por qué ser la primera mujer en bajar a los jardines abisales que rodean las cordilleras submarinas del Atlántico?
Bajo la superficie de aquel océano fastuoso existe un caserón de enigmas abundan atunes de voces acuosas y peces azulados que nadan en medio de esos arrabales acuáticos la oscuridad y sus sinfonías tienen sus raíces en ese universo silencioso cuyas paredes se encrespan al menor ruido el Atlántico es un útero colosal, rizado de olas que exudan peligro día y noche, en él viven serpientes transparentes y lagartos bicéfalos que deletrean extraños sonidos mientras más hondo viven abundan medusas gigantes de trajes gelatinosos, leones escamados y pulpos monstruosos que danzan al compás de las turbulencias que hierven sin cesar en estas madrigueras leoninas, también hay medusas y caracoles que anidan entre los arrecifes, merodean peces que trinan como jilgueros en bandadas ligeras, hay caballos submarinos que galopan y relinchan sin cesar, hay extrañas orcas que poseen brazos con púas, mariscos que trepan ombúes acuáticos para polinizarlos de noche, (¡y aquí sí que reina la oscuridad!) estrellas multicolores alzan sus brazos para buscar alimento o migajas de luz solar. Bajo el mar viven muchas bestias marinas que escupen tinta para protegerse, abundan los volcanes que escupen lava hecha de legamos moluscos y medusas que muelen sus alimentos con sus uñas.
“Soy la única mujer abordo y me siento bien, contenta y feliz”.
El destino bajo el mar es como el de los mineros bajo tierra, nunca se sabe cuándo el techo de las tragedias caerá como nieve plomiza sobre quienes se aventuran en esos terruños colosales. El fondo del mar y las cumbres del planeta están colmados de ensordecedores peligros caníbales aquilatados por miles de años de deshielos y enfebrecidos magmas que atraviesan las venas del planeta.
La vida nació en el mar, por eso la muerte y sus escualos tienen en esos sótanos vastos escenarios a su antojo, por eso el viento de las tragedias toca el gong de la muerte de improviso y ronda día y noche los mascarones más atrevidos.
Por esta selva frondosa bracea el silente San Juan su bitácora como sumergible no tiene premura…
Hasta que a las 7.30 del 15 de noviembre de una mañana sin amanecida un extraño ruido en la proa sacudió las baterías del sumergible, la nave se estremeció y quedó en una semipenumbra. Todos corrieron alertados por este accidente cizañero. La alarma de peligro sonó como enloquecido carillón de catedral, un procaz incendio se desató en esa jungla de acero que son las vísceras del San Juan. La nave comenzó a calentarse como acero en un horno. Voces angustiadas dieron la alerta máxima a tierra firme. La herida no parecía leve, a cada segundo una penetrante angustia submarina sacudía los rostros de los 44 marinos.
En medio de aquel tumulto de nervios acendrados, Eliana María socorre con sus manos sabias la herida de la nave, su ánimo está sereno, la disciplina bajo el agua hizo de ella una mujer fuerte, la segunda piel de su belleza se llama coraje, el primer aliento de su corazón se llama lealtad, el miedo ya no le toma por sus hombros.
Ella toma por los hombros al miedo y lo sienta a su lado.
La nave herida pierde resistencia y su fortaleza cede bajo el mar, el peso del agua sobre los submarinos se hace insostenible, una presión colosal penetra por los poros, las naves se vuelven frágiles por tanto entornan sus dolores hacia dentro. Tras varias horas de lucha contra ese accidente sobrevino un estruendo colosal que azotó el esqueleto de acero y patria que es el San Juan.
Los arcos y vértebras interiores se estriaron por este portentoso estruendo, un extraño fuego encorsetado de bencina, fierro y calor torció el techo y los intestinos del submarino, la nave sintió como si una horda de facones le descerrajara su anatomía marina, toda la órbita acuática que rodeaba la nave sintió este espolonazo gigantesco que sacudió los morrales de ese mundo abisal.
Segundos antes de ese resplandor ensordecedor Eliana María, la misionera, tuvo un segundo para si en medio de ese fragor endemoniado que se le vino encima evocó su amor por su patria, su familia, su novio, sus mascotas, debajo del mar la emoción por vivir se multiplica, las muertes precipitadas enlabian de nostalgia los últimos pensamientos que brotan de un corazón urgido, los adioses son más profundos porque el universo es otro, la intimidad del dolor con la hondura de mar se ensancha hasta volverse un pez silencioso que acepta su destino.
La misionera de ojos de candelabro en medio de ese fuego avasallador miró a sus compañeros con quienes tejió un compañerismo extenso y fibroso, sólo posible cuando la marea del peligro reina las 24 horas bajo el mar, el tótem de la felicidad se llama compañerismo, los abrazos calan hondo como semillas adormecidas que vuelan alto cuando el calor humano las despierta.
La misionera cerró sus ojos dejando que la onda expansiva la envolviera en sus brazos, aquel fuego iracundo la maquilló con su colores tétricos, el resto fue la muerte escalando la montaña del dolor martirizado por explosiones de fuego y esquirlas asesinas, el San Juan comenzó a descender tal como un halcón cae al vacío tras recibir balazos en el pecho.
A los 907 metros detuvo su marcha, amarizó en las dunas de un extraña oscuridad salina y burbujeante… partes de su andamiaje quedaron esparcidas antes de posarse en aquella mortaja submarina, su último puerto.
William Haltenhoff Nikiforos
William Haltenhoff Nikiforos es periodista. Nació en Tocopilla (Chile) en 1956. Dramaturgo, escritor y poeta. Vivió en Buenos Aires, desde 1976 hasta 1990.
Estudió teatro y ejerció como actor, debutó como dramaturgo en “Severino Di Giovanni, un Anarquista”, que también protagonizó (firmaba como WillyNikiforos), estrenada en el teatro Galpón del Sur.
En Argentina editó dos textos de poesía, “Crepúsculo y Resurrección” (1983) y “La rebelión” (1986). En Chile editó la novela “Dawson, sangre, goles y penales” (2005).
En poesía tiene varios textos de inspiración argentina, uno dedicado al mate y otro basado en la muerte de Emiliano Sala, jugador argentino muerto en un accidente de avioneta al cruzar el Canal de la Mancha.