Luisito era un niño de Misiones, de la tierra colorada, aquella donde las flores crecen más bellas, en donde el Paraná se recuesta en el ocaso abrazando la ciudad de Posadas. Tenía en su mirada la tristeza de los niños pobres, la ignorancia de aquel que aprende a los golpes sin ir a la escuela. Luisito era, amigos míos, un gurisito como tantos otros que vagan pidiendo pan y durmiendo las siestas en las veredas con sólo un cartón debajo de su débil cuerpecito para amortiguar el suelo. Luisito, a pesar de esto, no era un niño a quien el rencor hubiera transformado el alma; era muy noble, le gustaba sacar frutas de los árboles que encontraba mientras caminaba la ciudad día y noche para llevar el sustento a su pobre hogar. Luisito, a menudo se acostaba sin tener ni siquiera un hueso para roer, pero él estaba acostumbrado a sentir el ruido de su estómago crujiendo debajo de sus costillitas hambrientas. No le importaba tener hambre si sus hermanos tenían llena la panza. Y el mate era un amigo, pues aliviaba la sensación de querer comer. La mamá de Luisito ponía la yerba a secar al sol para poderla reusar, ya que no había plata para comprarla los días en que se acababa. El niño la miraba con tanto amor en sus ojos, con tanta admiración a esta mujer que criaba a los siete sola, sin un hombre que la apuntale, que salga a hacer changas mientras ella se quedaba a zurcir pantalones, a fregar los trastos, a cuidar sus plantas, a hacer reviro, a tender la ropa de la gurisada. Un día en que Luisito salió a buscar el pan como siempre, para alimentar a la familia, el milagro sucedió: una mujer muy buena lo vio y a su casa lo llevó, a su mesa lo sentó, le dio de comer, le habló de Dios, apretó muy fuerte sus manitas chiquitas y le dijo: No te preocupes más niñito, yo siempre te voy a cuidar. Contame de tu familia, de tu necesidad. Llorá tranquilo mi niño tu falta de amor en esta sociedad, que sólo sabe usar la vida para tener y que al pobre mira con desdén. Tranquilo mi gurisito misionero, que nunca más andarán descalzos tus pies, nunca más irás a la cama sin comer. Yo te enseñaré a trabajar sin pedir. Vendrás a mi casa a hacer el jardín, plantaremos juntos las mejores flores para llevarlas a tu mamá y así hacerla florecer de felicidad, como a esa mujer llamada María que desde el cielo nos mira y llora por nosotros porque no sabemos amar. Y mientras la mujer hablaba, los grandes ojos del niño se agrandaban: mi gurisito querido yo te vestiré, te tomaré como a un hijo, te daré calor. Te haré ver que aunque tu vida haya sido sólo golpes y dolor, hay esperanza cuando encuentras a quien puede darte amor. A Luisito le brotaban las lágrimas al escuchar a esa mujer, que tenía cara de niña a pesar de ser ya de edad. No podía creer que había encontrado otra mamá. Y se recostó en sus hombros para llorar su sufrir, y se acordó de todo lo que vivió: la muerte de su padre, la humildad de su rancho, el no poder ir a la escuela a aprender para así tener educación. Y lloró su pena apretado a esa mujer que despeinó sus cabellos, lavó su cara y sus manos con un rico jabón. Y después de llorar Luisito empezó a reír, enjugó su llanto y se olvidó de su sinsabor pues había encontrado en aquella casa al Amor hecho Mujer. Y ahí pensó y se dio cuenta, que ese día no era un día cualquiera: Era…¡Navidad!
Alicia Maluf
Es oriunda de Posadas, Misiones. Hija de Francisco Alfredo Maluf y Neneca Sténico Loizaga. Asistió a la Escuela N° 3 Domingo Faustino Sarmiento y al Colegio Nacional N° 1 Martín de Moussy. Empieza a escribir poesía en su adolescencia. A los 17 años viaja como estudiante de intercambio a los Estados Unidos, experiencia esta que la impulsa a elegir la carrera de Profesorado de Inglés, profesión que ejerce actualmente. Además es intérprete Simultáneo de Inglés y licenciada en Lengua Inglesa, ambos títulos de la Universidad del Salvador de Buenos Aires. Publicó dos poemarios: “Desde el Alma” y “Andando”.
El tercero: “Viva María” se encuentra en preparación.