Mañana será el gran día, pensaba Mauricio. Se encontraba en la cama, no podía dormir, la emoción, el suspenso le devanaba los sesos. El déjà vu contraía los tiempos y a esa hora pero de cincuenta años atrás. Pensaba, sí, igual que ahora pero… la espera era distinta pues al día siguiente se casaría con Azucena, la joven que conquistó su corazón y la eligió para que fuera la madre de sus futuros hijos.
Ahora estaba allí, a su lado, durmiendo, sin percatarse de las fotografías que recorrían la memoria de cuando se conocieron.
Fue un viernes de continuados en el Cine Teatro Español, que de esa manera llevaba a la cultura de masas al espectador que de otra manera no se acercaría al otro, al de más allá, con películas llenas de temas desconocidos para esta parte del mundo con ideas de paz.
Mauricio, como presintiendo algo increíble, se sentó en la tercera fila del piso de arriba. Al sentarse valoró todo el entorno hasta que su mirada cayó sobre la joven que, justamente, se encontraba en el asiento contiguo al suyo. Todo él, su cuerpo vibró, se erizó, se encogió y, avergonzado, tomó asiento. Su mente galopaba a miles por hora. Como fuera de su voluntad se escuchó decir: – Me llamo Mauricio ¿y vos? – Como desde un punto lejano oyó esa voz angelical contestando: – Mi nombre es Azucena.
Ese fue el inicio de un romance ideal. Cada domingo se encontraban en los mismos lugares, en cada matiné. Transcurrió un año, se conocieron comiendo chocolate o maní y, cuando menos lo pensaron, el uno conocía a la familia del otro y mañana se cumplirían cincuenta años de esa fecha.
Al llegar a ese recodo memorístico la miró. Su Azucena dormía plácidamente, los años hicieron mella en su piel y el tiempo se vengó en su figura. Pero no fue a esa mujer anciana, arrugada, canosa lo que él vio sino que se le presentó aquella joven de la juventud, pulcra, rozagante, azabache en el pelo con una figura soñada y envidiada.
Tanto la amó y la amaba aún que, aunque a ambos les pasó lo mismo, él siempre se consagró a ese amor y lo que el tiempo fue rasgando no fue considerado.
Pongo la fotografía de la boda, la pongo sobre mi pecho, me acomodo sobre la cama y trato de revivir aquellos y estos momentos pero las imágenes mentales no se forman y se disuelven instantáneamente. En ese momento siento que la fotografía se mueve, ajena a mi voluntad. Me sorprendo, la alejo de mi pecho y veo que el Mauricio y la Angelina (o Azucena) que allí relucían, desaparecían en una nebulosa.
Al tiempo me enteré del fallecimiento de ambos esa noche del recuerdo.
Adiós papá, adiós mamá. Hasta algún día. Tu única hija.
Sobre la autora
Elsa “Chita” Fabiana Cantero nació en Corpus, Misiones el 20 de enero de 1944. Completó sus estudios primarios en la Escuela Nº 2, la secundaria en la Escuela Normal “Estados Unidos del Brasil” de Posadas y la universitaria en la UNaM, obteniendo el título de Profesora en Letras.
Comenzó la hermosa tarea de escribir siendo adulta y lleva publicados trece títulos. En estos años en que la belleza de las letras se ha hecho placer, ha concurrido a muchos encuentros de escritores, tanto en la capital misionera como en el interior, en otras provincias y el exterior.
Además ha cosechado premios (mención, homenajes, diplomas de honor…) que elevan la autoestima como el haber sido seleccionada para concurrir a Buenos Aires a la Feria del Libro 2016 en representación de la provincia.