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Miguel Claro (74) y Ana Yaciuk (74) llegaron a la capilla San Antonio, por separado, emocionados, y así caminaron hasta el altar, para reafirmar ese amor eterno que se juraron hace 50 años. Ella ingresó por la alfombra roja del brazo de los dos únicos hijos varones, Jorge y Luis, mientras que el “novio” lo hizo en compañía de sus hijas, María y Cecilia. En el atrio los esperaban sus nietos más chicos, Javier y Thalía, guardando celosamente un par de anillos y una canasta de caramelos, que la novia pretendía esparcir por los aires al culminar la ceremonia religiosa. La misa, presidida por el sacerdote Jorge Maniak, comenzó puntualmente a las 10. Atrás quedaron meses de preparativos intensos. Se iniciaban los festejos, pero a lo grande.
“Fue un agradecimiento a Dios y a la vida, por habernos regalado unos excelentes padres como los que tenemos. Estamos agradecidos porque ellos nos brindaron todo, con lo poco que tenían. Nos educaron bien, tanto en lo escolar como en lo espiritual. Nada fuera de lo normal, pero en una familia muy amada”, señaló María Claro, una de los nueve hermanos junto a Teresa, Angélica, Cecilia, Marta, Jorge, Ana, Luis y Cristina, al explicar la relevancia de aquel festejo, en el predio de la capilla San Antonio, en el kilómetro 1265, de San Vicente.
Miguel nació en Arroyo del Medio, mientras que su esposa proviene de la zona de Oberá, se conocieron y contrajeron matrimonio en el mismo escenario, recibieron la bendición del mismo sacerdote, pero 50 años atrás. Se afincaron en la chacra, y se dedicaron a la agricultura. Además, Miguel trabajó como carpintero y albañil, para llevar el pan a la mesa, mientras que Ana criaba a los hijos, se ocupaba de los quehaceres de la casa y se dedicó a la peluquería y a la costura.
Antes de explayarse con el programa vivido, María hizo un llamado a quienes quisieran escucharla al manifestar que “quiero que cada hijo festeje a sus padres, que los valore, que valore los principios que le inculcaron, la modalidad de enseñanza que establecieron. Con mis hijos Víctor y Alejandro, seguí las mismas costumbres”.
Incentivó a que “se hagan tiempo para celebrar las fechas importantes de sus padres, con lo mínimo que tengan, o con lo máximo que lleguen a conseguir. Que hagan una colecta entre los hijos y los agasajen. Valoren porque es el único tesoro que tenemos. Cualquier edad, aniversario de casados, día de la madre o del padre, cualquier fecha es un motivo suficiente. Háganles sentir que los aman, que es lo único que se van a llevar. Hacer sentir que lo que ellos hicieron por nosotros, lo que nos dieron, a su manera, fue lo máximo que pudieron dar”.
Por su trabajo de mucama en un sanatorio privado, confió que “lamentablemente veo a mucha gente abandonada por los propios hijos. Muchos prefieren pagar a otras personas para que los acompañen o cuiden. Entiendo que todos tenemos trabajos, responsabilidades, una vida a las apuradas, pero creo que deberíamos dejar algunas cosas de lado, más que nada cuando los padres están internados, y dedicarles un tiempo. Necesitan de los hijos, el amor, la caricia de sus manos”.
Todo calculado
El viernes 17 de enero comenzaron a organizar el salón parroquial, entre hermanos y amigos. Un grupo de hombres se dedicó a faenar el animal bovino, los cerdos, a espetar los pollos y a preparar otros alimentos. El movimiento mayor comenzó el sábado, a las 5, cuando se encendió la leña para el carbón y se puso a hervir la mandioca, y las papas para la ensalada.
Al salir de la ceremonia, los fieles esperaron afuera para el ritual del arroz y el papel picado, les entregaron flores, y los saludaron. Enseguida, pasaron al salón. María y Cristina, los acompañaron a sus padres hasta el asador, donde Marcelo y Antonio daban el toque final a las exquisiteces que tomaban color y sabor sobre una extensa parrilla. Cuando los comensales tomaron sus lugares alrededor de las mesas, parte de los 35 nietos y 13 bisnietos se apostaron a un costado de la alfombra y tiraron a su paso pétalos de rosas rojas. Antes que se sirviera el almuerzo, hubo un momento para las fotografías familiares. Al concluir, se largó el tradicional vals con ronda. Y el baile que se extendió hasta las 16, con la animación de los Auténticos Cambá, que con un acordeón y un órgano hicieron de la música una maravilla.
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Cuando los invitados se sentaron para descansar y tomar un nuevo impulso, las hijas efectuaron el “show de las tortas”, explicando el significado de cada imagen impresa sobre el dulce. En la primera había una foto donde muestra a la pareja llegando al registro civil en un carro tirado por bueyes, guiado por Rosa Claro (hermana mayor de Miguel). Fue retratada por el único fotógrafo que había en San Vicente en diciembre de 1969. La segunda torta tenía la foto del brindis de las Bodas de Plata, oportunidad en que renovaron los votos. La restante tenía la cara de todos los hijos, rodeando a los progenitores, mientras que en la última quedó registrado el beso que se dieron en la fiesta de los 70 años (cumplen con pocos días de diferencia).
María les dedicó una canción titulada “Unión eterna” que practicó por meses, que emocionó a muchos de los presentes. El baile continuó hasta las 19, cuando Ana tiró el ramo, que fue a parar a manos de la tía Santa, hermana de Miguel, que está próxima a celebrar las Bodas de Oro con su esposo Natalicio De Jesús. Una hora más tarde se entregaron los souvenires marcando el final de la fiesta.
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