¿Te vas a quedar allá? ¿qué vas a venir a hacer acá?, aunque contradictorias, son dos de las preguntas que familiares y conocidos realizan con frecuencia a Viviana Rettori (39), una posadeña que hace 18 años reside en Astoria, Nueva York. La razón original por la que viajó fue por unas vacaciones de tres meses. Una vez allí, la argentina comenzó con algunos problemas económicos que eran evidentes y, “decidí quedarme en Estados Unidos para, básicamente, tratar de generar una diferencia económica”.
Empezó a trabajar casi automáticamente, y comenzó a estudiar el idioma porque “lo necesitaba para expresarme”. Esto último “tomó su tiempo porque al trabajar, se complicaban los horarios de ir a clases”. Después, en lugar de revalidar el título secundario, “preferí volver a cursar para poder interiorizarme un poco más sobre la escritura, el idioma en sí, y la lectura. Como la mayoría de las personas que llegan a otro país, donde uno tiene que desempeñarse en lo que sea, pasé por varios trabajos. Actualmente soy manager en ventas, que requiere de una continua preparación técnica, práctica, teórica, a la que la compañía nos envía. Hoy por hoy mi trabajo se complementa con mi estudio”, manifestó, quien regresa al país, una o dos veces al año.
Hija de Roberto Rettori y de Graciela Viero, confió que “mis padres son para mí, los pilares mas importantes. Más allá de ser mis padres son mis primeros amigos. Agradezco a la vida que me los haya puesto en mi camino. En cada gran decisión, en cada gran cosa que me pasa, ellos están muy presentes, los involucro muchísimo”. Cuando tomó la decisión de quedarse en Estados Unidos por un tiempo más -nunca pensó que fuera por 18 años sino por dos o tres-, ambos supieron escucharla pero “no me dieron una opinión de un sí o de un no. Dejaron que yo tomara la decisión. Me dieron mucha libertad entre qué elegir y qué no.
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Y cuando digo libertad, significa que uno como padre o como familiar cercano, sabe del efecto que causa su opinión al otro. Entonces, ellos trataron de no involucrarse en esa parte, en el sentido de no interferir o de no hacer cambiar mi opinión. Creo que ningún padre quiere que sus hijos se vayan lejos y, más aún, por mucho tiempo. Ellos trataron de ser bastante neutros a fin que pudiera elegir lo que yo realmente quería, con el riesgo de equivocarme. Así que la manera en que ellos tomaron mi decisión, a la distancia, -al menos así lo percibo- fue con mucha libertad”.
El “volver”, es un tema del que habla con frecuencia con sus padres. “Es gracioso para mí. Pasa que muchos me dicen, sobre todo cuando viajo a mi país, ¿ya te vas a quedar allá? o ¿qué vas a venir a hacer acá?, y cosas así. Cuando estoy acá, con amistades o la familia de mis ahijados Lucas y Sophia -en Argentina también tiene dos: Aaron y Melina-, que pasaron a ser mi familia por elección, tenemos conversaciones más personales, y preguntan o comentan. Y, personalmente, dentro de mí, no siento que tenga que elegir. Al menos no todavía”.
Rettori no cree en eso que las personas tengan que limitarse a elegir adonde vivir. “Entiendo que hay quienes necesitan tener un lugar de arraigo, para sentirse más seguros. En mi caso, tengo doble nacionalidad, entonces puedo entrar y salir cuando necesite y como quiera. Entonces no creo que en este momento necesite decidirme”.
Explicó que por el momento “estoy viviendo aquí pero no quita que en breve fuera a vivir a Argentina o a cualquier otro lugar del mundo -porque también lo consideré- pero no creo que las personas sean para estar asentadas por mucho tiempo en un solo lugar. Claro que hay lugares que el corazón elige, o hay espacios que por comodidad uno momentáneamente elija. Pero en mi caso no tengo esa sed o necesidad de elegir adonde me voy a quedar. Entonces a mí me llama un poco la atención cuando me dicen te quedas o te vas. Como que están muy apurados en que decida adonde y no, yo estoy en el momento que considero que necesito estar o que por alguna razón estoy donde estoy”.
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Lejos de los afectos
Admitió que extraña muchas cosas y en tiempos diferentes. En estos 18 años “extrañé cosas que ya dejé de extrañar, y comencé a extrañar otras. En un principio era la familia, el contacto del día, el hecho de estar comunicados constantemente, saber qué pasa con el otro, tengo dos hermanos (Ricardo y Esteban) por lo tanto éramos una familia de cinco que generaba mucho movimiento en la casa. Acá era esa sensación de estar sola y parece que te faltaran cosas. Después no es que dejé de extrañar sino que me enfoqué más en mi día a día porque no era sano extrañar todo el tiempo, me obligué a enfocarme en otras cosas”.
Dijo que empezó a vivir más conscientemente su realidad en el Norte de América. Hoy por hoy “lo que más extraño, por el ritmo de vida, los mates, el tiempo de charla, el comentar como fue tu día aunque lo sigo haciendo gracias a la tecnología. Soy consciente que esa es una de las razones por la que me quedé, porque hay un ritmo de vida que permite que la economía sea un poco más productiva. Sin entrar en ese detalle, lo que falta en un lugar sobra en otro, y viceversa”. Pero, anímicamente, lo que extraño “es el tiempo de conversaciones, del contacto con el otro, que aquí es muy complicado”, reiteró.
Baila folclore desde los 4 años, por lo que se crió en las peñas, yendo a festivales como Cosquín, Laborde, el Festival Nacional de la Música del Litoral, “eso es básicamente de lo que extraño”. Por el hecho de trabajar, adaptarse a otra cultura, a otra lengua, y a otras cosas nuevas, “hubo mucho tiempo en el que no bailé folclore a pesar que era algo que me conectaba mucho con Argentina. Eso se arraigó mucho en mi estando lejos.
Tuve la suerte de reencontrarme con José Rojas, un muchacho entrerriano en una peña de Manhattan con el que conformamos una pareja de baile independiente de folclore”. Ahora, enseña folclore grupal, individual, “es algo que me gusta mucho, me pone muy contenta, es algo que me conecta con Argentina, mis raíces y mi vida personal”. Es que en su casa la rutina era “levantarme los domingos con música folclórica y era mi papá haciendo el asado, con una mamá que constantemente estaba cocinando. Me conecta mucho de mi vida de niñez, de adolescencia y familia.
Entonces cada vez que hay una peña aquí, que no es muy común, muy simple que hagan, trato de estar. Es como que busco mucho eso. Aparte de mi trabajo, también trato de estar en contacto lo más que pueda con el folclore argentino en el exterior”.
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Las mil y una
Para Rettori, adaptarse implica un ejercicio del día a día. Por ejemplo, desde lo que vas a comer “hoy” porque hay muchos productos diferentes. “Cuando vine la primera vez me quedé en lugares muy americanos. No vine a un lugar de habla hispana o donde se conseguían productos latinos, era como ir desde Posadas a una película que veía en la tele donde se consumían productos bastante norteamericanos. Con el ritmo de vida, con tener que desayunar fuerte -nunca desayuné comida-, me costó esa parte física, si queremos ponerle un título”, recordó.
Añadió que le representaba una odisea “ir a los kioscos donde tenías que pedir las cosas, y no saber lo que estás pidiendo o si el idioma no te ayudaba, comprabas o consumías lo que podías. Fue complicado el idioma, más que nada porque soy una persona muy comunicativa. Y eso fue un tema”.
Sin embargo, “no me costó mucho moverme, movilizarme. Por más que no entendía el idioma no me quedé estancada. Esas cosas no las sufrí, más bien fue como cuando un elástico se estira y vas sintiendo poco a poco esa cosa de ir como haciéndote un lugar, preguntando, indagando. No soy una persona que tenga vergüenza por hablar mal un idioma, por comunicarme con las personas como sea, creo que esa parte conmigo fluyó mucho más. Me hizo mucho más accesible todo ese tránsito.
De ser nueva en un lugar y no tener el idioma, de no tener las personas cómplices, la familia, las amistades cerca, en la parte física fue como un descubrir para mí”.
Agregó que después estaba la parte “emocional, mental, que ahí es donde me encontré conmigo. Ahí me vi diferente de antes, por lógica, nunca había cambiado mi lugar de origen, nunca había vivido lejos de mi familia, nunca trabajé estando en Argentina. Estaba en cuarto año de la carrera de Turismo, me faltaba un año para terminar, entonces, tenía otra realidad y rodeada de seres queridos. Entonces eso fue un tema.
Anímicamente fue complicado pasar la primera Navidad, por ejemplo, porque no había ese espíritu, y al ser sola, era totalmente otra cosa. Fue bastante shockeante y no solamente para mí, sino para mi familia, que está del otro lado”.
Hoy por hoy Rettori tiene muchísimas amistades, a las que considera parte de su familia, “pero en las fechas importantes, algo falta. Si bien estamos muy comunicados, hay una parte de mí que se adaptó a muchas cosas para sobrellevar el día a día, para adaptarme a la vida de aquí, pero hay cosas a las que mi alma no se adapta”.