Por la Dra. Valentina Maltaneres
Directora de la Licenciatura en Psicología de la UCAMI
El miedo tiene un alto valor adaptativo: gracias al miedo, a la toma de conciencia de la fragilidad humana, aprendemos a cuidarnos y cuidar a los otros; nos volvemos prudentes y orientamos nuestra conducta a evitar peligros innecesarios.
Sin embargo, en el mundo actual, caracterizado por la incertidumbre acerca del futuro, aparecen nuevos miedos que atentan considerablemente la calidad de vida de las personas en todo el mundo. Miedo al terrorismo, al cambio climático, a las confrontaciones religiosas, a la inseguridad, y desde fines del 2019, miedo a una nueva epidemia, al contagio, a la enfermedad y a la muerte.
En un mundo globalizado, interconectado, de sobreabundancia de información, observamos cómo los medios de comunicación contribuyen en gran medida a la construcción social del miedo. Las noticias sobre el coronavirus ocupan casi la totalidad de la programación de los canales, con altos índices de audiencia y no hay espacio para poder pensar sobre otros temas o asuntos de igual o mayor interés.
En este escenario ideal de captación de la atención colectiva, las noticias falsas también tienen su lugar y se consumen y viralizan tanto como la información verídica. El resultado no sorprende y abarca desde sufrimiento psicológico, estrés, hipocondría; aislamiento, desesperanza, hasta paranoia.
¿Qué hacer ante este panorama que lejos de contribuir a la salud mental nos deja paralizados, sin poder salir del circuito de buscar más y más información (cuántos casos, cuántas muertes, quienes, dónde, cómo, etc.)?
En este punto conviene hacer referencia a los aportes de la Psicología Positiva, una disciplina joven (su inicio data de finales del S XX), abocada al estudio científico de las fortalezas y virtudes humanas.
Desde un enfoque salugénico los psicólogos/as nos preocupamos no sólo por la evitación (prevención) de la enfermedad, sino por aquellas acciones que conducen al incremento de la salud y del bienestar en general.
No se trata únicamente de hacer foco en las vulnerabilidades sino en los recursos protectores que tenemos los seres humanos, recursos que es necesario identificar y utilizar convenientemente para mejorar las opciones de salud y de calidad de vida, más aún en momentos de adversidad como el que estamos viviendo.
Al hablar de recursos, nos referimos a todas aquellas fortalezas psicológicas que tenemos los seres humanos y que hacen a la vida digna de ser vivida: la resiliencia; la sabiduría, la creatividad, los talentos, el optimismo, el humor, la gratitud, los valores, la empatía y muchas otras más.
En relación con el tema planteado al inicio, el miedo, una reconocida emoción primaria, diremos que un buen recurso de afrontamiento será contrabalancear sus efectos recurriendo al incremento de emociones positivas.
Las emociones positivas se vinculan a experiencias positivas que hemos tenido en el pasado (aquí conviene recordar todas las veces que superamos dolencias y enfermedades, la gratitud que sentimos al recibir ayuda, el orgullo de haber superado pruebas difíciles, etc.); las que tenemos en el presente (los momentos que hoy vivimos de alegría, de tranquilidad, los pequeños placeres al alcance de nuestra mano, desde un buen libro o música hasta la contemplación de la vida y la naturaleza, entre otros) y las experiencias futuras, relacionadas con lo que está por venir (esperanza en que superaremos esta prueba, optimismo sobre la inteligencia humana y los esfuerzos abocados a conocer y superar esta enfermedad; la confianza en que no estamos solos, confianza en Dios; en nuestros seres queridos…).
Concentrarnos en desarrollar emociones positivas requiere un especial trabajo introspectivo en el que deberemos apartarnos del televisor y del celular por un momento para dar tiempo a la experimentación de estas otras emociones.
Que quede claro que esto no implica subestimar o hacer caso omiso a las recomendaciones y prescripciones que día a día se bajan a la población. Significa únicamente que decidimos expresamente circunscribir el miedo y dar espacio a otras emociones tan necesarias para nuestra salud.
Aprender a manejar nuestros pensamientos y estados de ánimo es todo un desafío y una elección. Quedarnos rumiando sobre lo mal que están las cosas y las complicaciones que acarrea esta pandemia no sólo no solucionará el problema, sino que nos debilita y nos hace perder perspectiva.
La invitación entonces es no dejarnos abatir, ni volvernos esclavos de las noticias. Por el contrario, buscar y entrenar en todas aquellas capacidades que nos hacen fuertes, sin dejar de considerar lo mucho que aprenderemos como humanidad luego de esta experiencia.