Víctor Guillermo Díaz (62), artesano de la madera, con su marca Pica-Pau, llega a toda la región y no cesa de recibir pedidos. “Aquí estoy, continuando en lo mío, sigo haciendo lo que me pide la gente, incluso en esta cuarentena, me llegan pedidos de Córdoba, Buenos Aires, entre otros lugares. Está complicado para el envío, pero sigo trabajando”, reconoció a Ko’ape.
Es obereño pero se crió en Panambí. Su relación con el exmaestro, director de escuela, artista y figura emblemática de la Zona Centro, Eduardo Sánchez, en la comuna situada a la vera del Río Uruguay, no sólo le transmitió sus dones, sino que además despertó al artesano. Juntos, estudiaron en la por entonces Facultad de Bellas Artes, actualmente Facultad de Arte y Diseño de la UNaM, pero los caminos de la vida, las necesidades del momento, lo llevaron al trabajo formal. Sin embargo, la llama de esa pasión no se apagó nunca, por lo que hace algunos años, decidió dejar el entorno laboral seguro, para dedicarse a la creación de obras en madera, artesanías que lo llevaron a ser reconocido.
“Esto nació cuando era empleado de una casa de cerámicas en Candelaria, trabajaba con un hermano mío. Por las noches me entretenía tallando madera, me gustaba hacerlo, por lo que mi hermano me dijo: parecés un Pica pau, (pájaro carpintero) y ahí me quedó el nombre de fantasía que hoy tiene mi empresa. Un día, los muchachos de la cerámica, me trajeron de la costa del río Paraná, un poste de anchico, todo carcomido por el agua. Ellos sabían que me gustaba tallar. Lo transformé en la cabeza de un caballo, eso me movilizó, fue sólo el inicio”, recordó el artesano.
Tomar la decisión no fue fácil, pero decidió dejarse llevar por lo que fluía en él. “Hace ocho años me decidí, empecé en el 2012. Un señor de Buenos Aires, que vivía en Estados Unidos, me hizo un pedido y así fue el inicio. Luego tomé pedidos de la zona y no paré más. Tengo un cuadro, réplica de la Santa Cena de Leonardo Da Vinci, que me valió un premio a nivel nacional, incluso vino gente de cultura de Nación y me entregaron la distinción. También en lo que es talla de madera, hice un Espíritu Santo, de un metro por un metro treinta, que está en una Iglesia en Brasil. Hice una variedad de relojes artesanales. La verdad que son muchas creaciones. Vivo de esto, así que hago trabajos a pedido y todo lo que hago, lo vendo”, celebró, entusiasmado.
Su vida se transformó, afirma el artesano, cuando decidió desarrollar lo que le nacía naturalmente. Habilidad única y extraordinaria. “Hace ocho años vivo de esto, empecé bajo una carpa, hoy tengo mi taller, con mis máquinas, para las que hice una inversión. Tengo dos hijos que me ayudan y están conectados con esta tarea. Lo que más me da para vivir son las bandejas, las cucharas, carteles.
Trabajo generalmente en madera nativa, porque tenemos una gran variedad y me gusta ese tipo de madera. Como voy buscando, socavando para llegar al centro, me apasiona descubrir cosas nuevas, en las formas, las vetas de la madera. Tengo aserraderos que me guardan las piezas, ya soy cliente, ya me conocen”, agregó. Pica-Pau es una marca que quiere seguir latiendo. “Es un legado que dejo a mis hijos: Daniel y Hugo.
El tallado en madera como muchos oficios van desapareciendo, como padre es importante que ellos lo sigan, que me ayuden, que conozcan y por qué no, se apropien”, reflexionó el artista, que reside en Villa Barreyro, del barrio Oberá 6.