Esteban Carlino tiene 42 años, nació en Quilmes y vivió en Córdoba, pero se radicó en Puerto Esperanza junto a sus padres cuando tenía 6 años. Por eso, su documento quizás no refleja la realidad en cuanto a su identidad. No hay dudas de que Esteban es misionero.
Sin embargo, hay algo más que no coincide con su historia personal. Al menos, con los antecedentes familiares y su sangre. En el mundo del ajedrez provincial, donde se lo reconoce como uno de los jugadores más importantes de los últimos años, muchos lo llaman “El Ruso”. El apodo no cierra por ningún lado, ni por su fisonomía ni por la herencia genealógica.
Carlino se ganó ese sobrenombre hace ocho años, cuando se transformó en el hasta ahora único representante de la tierra colorada en participar del Abierto de Aeroflot, uno de los campeonatos de ajedrez más importantes del planeta, que se disputa año tras año en Moscú y reúne a los mejores del tablero a nivel mundial.
“Desde entonces, me gané el apodo de ‘El Ruso’, aunque no tengo nada que ver con la colectividad”, se ríe Carlino, que rememoró junto a EL DEPORTIVO cómo fueron aquellos días inolvidables en el otro lado del mundo, ante los maestros internacionales y a pura pasión. Una historia que vale la pena revivir hoy, en plena cuarentena y con el ajedrez en su máximo esplendor.
Esteban, antes que nada, contanos un poco tu historia personal…
Bueno, en realidad suelo decir que soy de muchos lados, pero hace 20 años que estoy en Posadas. Nací en Quilmes y viví un tiempito en Córdoba, pero cuando tenía 6 años me mudé a Puerto Esperanza primero y después a Posadas.
¿Cómo empezaste con el ajedrez?
Empecé a jugar de muy chico, en Puerto Esperanza, pero como en ese momento allá no había muchos jugadores, terminé dejando. La verdad es que no recuerdo quién me enseñó. Lo cierto es que retomé el ajedrez ya en la Facultad, cuando vine a Posadas para estudiar Ciencias Económicas en la UNaM. Y empecé a jugar de en serio cuando estaba en primero o segundo año. Ahí me di cuenta que había pasado mucho tiempo y que estaba totalmente fuera de ritmo. Entonces descubrí que existía el Club de Ajedrez Posadas, me contacté, empecé a leer libros, revistas, y comencé a mejorar. Si hubiese hecho eso antes, de chico, hubiese sido una ventaja, porque si adquirís esos conocimientos siendo un niño, te quedan fijados para siempre y todo es más fácil después.
Además de Rusia, ¿cuáles son tus mejores recuerdos con el ajedrez?
En cuanto a triunfos, quizás mis años fuertes fueron allá por 2004. Fueron años fructíferos, en los que pude darme el gusto de ganarle a jugadores muy importantes. Por ejemplo, pude vencer al Maestro Fide brasilero Luismar Brito. También me acuerdo siempre de una tabla (empate) muy interesante con José Cejas, Maestro Fide argentino.
Hablemos de ese torneo en Moscú…
Es el Abierto de Aeroflot, porque lo patrocina esa línea aérea, y se sigue jugando hasta hoy. Se disputa ese torneo y a los pocos días se juega el Abierto de Moscú. Y en el Aeroflot generalmente está lo mejor del mundo. En esa época creo que era todavía más importante que hoy. Cuando fui, en 2012, había más de 500 jugadores de todo el mundo.
¿Cómo surgió la idea de participar?
(Se ríe) La verdad es que agarré Google, busqué cuál era el torneo más grande del mundo y saltó ese. Venía ahorrando, vi la oportunidad de viajar y me decidí. Más o menos en todo el viaje habré gastado unos 20 mil pesos de ese entonces, algo así como 7 mil dólares de hoy. Igual es difícil comparar los números. Hoy lo pienso y la verdad es que no me arrepiento para nada. Fue una experiencia única.
¿Cómo fue la llegada a Rusia?
Antes que nada, por el clima, fue durísimo. Imaginate que salí de acá con 29 grados y cuando llegué allá, hacían 30 grados bajo cero. El otro argentino con el que fui y, en general, todos los latinos que viajamos, la pasamos muy mal, estuvimos engripados toda la primera semana. Y después, sobre la personalidad del ruso, es muy diferente a nosotros.
¿En qué lo notaste?
Al principio, me pareció muy chocante la manera de ser que tienen ellos. Es algo así como Snob, al menos en Moscú, donde hay gente de muchísimo nivel. En la calle, la gente no le da bolilla a nadie. Eso, sobre todo en Moscú, es impresionante. Y después, otra cosa es que casi nadie habla inglés. Le decís algo en ese idioma… y nada. Incluso en el hotel, que era de cuatro estrellas, ahí casi nadie hablaba inglés. Al principio, por ahí uno se sentía desubicado o daba un poco de bronca, pero después lo fui entendiendo, es una cultura que viene de la Guerra Fría. Se pasaron de guerra en guerra.
Contanos un poco del torneo… ¿cómo se juega en un campeonato de ese nivel?
Bueno, esos son torneos largos y una partida puede llegar a durar cinco horas. Entonces se juega una ronda por día, porque más de una partida al día es imposible. Y eso te termina agotando. Al tercer día, lo único que querés es que termine el torneo.
¿Y cómo te fue?
El torneo tuvo nueve días. Logré cuatro triunfos –cuatro puntos- sobre nueve juegos, algo así como el 45%. La verdad es que esperaba un poco más, pero bueno, el otro argentino que fue hizo 2.5. Y eramos solo nosotros dos de Argentina. No es una excusa, pero creo también que el tema de la gripe fue una desventaja importante para todos.
¿Recordás quiénes fueron tus rivales?
Una de las experiencias más ricas fue poder enfrentarme a jugadores de todos lados. En total jugué contra dos rusos y una rusa, un ucraniano, un israelí, un bielorruso, un alemán y una india, porque el torneo es mixto. Esa jugadora india es Seshadri Srija y hoy es Gran Maestra (N. de R.: el máximo título que otorga la Federación Internacional de Ajedrez, reservado para players con más de 2.500 de ELO, una jerarquía muy difícil de alcanzar). Y también el caso de María Drogovoz, la jugadora rusa, que hoy es Maestra Fide (N. de R.: tercer escalón de la FIDE, para jugadores con más de 2.300 de ELO).
¿Cuál es la anécdota que más recordás?
(Se ríe) En el partido contra el alemán, toqué sin querer la reina, pero iba a mover otra pieza. No llegué a levantarla, simplemente la toqué. Entonces el rival se quejó, llamó al árbitro y, bueno, me castigaron. Le dije en inglés al alemán que no iba a mover la reina, pero vino el juez y no me quedó otra. Y terminé perdiendo.
¿Recordás la posición del ránking en la que terminaste?
Sí, terminé en el puesto 80 entre 112 jugadores en la categoría C, porque la A y B son para profesionales…
Bueno, nada mal en una cita de esa jerarquía…
La verdad es que esperaba un poco más, pero bueno… En mi categoría ganó Ramshbabu Praggnanandhaa, de India, que luego se transformaría en el jugador más joven en llegar a ser Gran Maestro (N. de R: Praggnanandhaa obtuvo ese título ¡¡con 12 años!! Y tenía 7 cuando ganó el Aeroflot 2012; actualmente tiene un ELO de 2586)
¿Pudiste conocer a algún jugador de renombre en aquel momento?
Sí, tengo una foto con Fabiano Caruana (N. de R: hoy tiene un ELO de 2822), que es italiano pero está radicado en Estados Unidos. En ese momento era el tercero del mundo y ahora está segundo. El año pasado jugó el Mundial. Una persona muy agradable. Ahí también conocí a Sergei Kariakin (N. de R.: hoy tiene 2752 de ELO), que en 2016 perdió el título mundial ante Magnus Carlsen. Y también pude saludar a Aleksandr Morozevich, que en 2008 llegó a estar segundo en el ránking mundial. Imaginate que Caruana fue a ese Aeroflot a jugar el Blitz, las partidas rápidas… Imaginate el nivel de ese Blitz.
Estar allí fue una experiencia inolvidable…
Sí, fue algo muy bueno. Además fue en el momento indicado, todo se me dio, mi nivel estaba alto y bueno, lástima lo de esa gripe, pero ese fue el momento hasta en lo económico. Y de paso aprendí un poco de ruso, lo básico. Hasta ahora sé cómo pedir una cerveza en ruso (se ríe).
Y además, te ganaste un apodo… ¿Qué sentís cuando te llaman por ese sobrenombre?
Sí, sí (se ríe). Desde ese viaje, me dicen “El Ruso”. Ernesto Khule me puso el sobrenombre. Ahora soy “El Ruso” Carlino. Cuando lo escucho, me da mucha gracia, lo acepto por eso, porque en realidad tengo una genealogía bastante amplia, pero de ruso no tengo nada (vuelve a reírse).
De ese torneo pasaron ocho años… ¿cómo vivís el ajedrez ahora?
Yo creo que hay que darse cuenta cuando a uno le llega su etapa. Sigo jugando, sí, pero ahora quiero dedicarme más a transmitir lo que sé. A veces no hace falta ser el mejor jugador, pero sí tener la capacidad de transmitir. Ahora estoy trabajando en un proyecto, en la posibilidad de ser el entrenador del equipo misionero de ajedrez online, que ahora se potenció y mucho por la pandemia.
¿Cuán importante es estudiar para jugar al ajedrez?
Desde el punto de vista del estudio, el ajedrez es una de las disciplinas más exigentes que existe. Para ser un jugador profesional, se calcula que necesitas alrededor de doce horas diarias de estudio. Es que hay muchísima teoría. Imagina que, por eso que te conté, para entrenar a los muchachos ya me pasaron 800 libros. Hay muchísima bibliografía.
La tecnología permitió un avance respecto a eso…
Es que ahora hay muchas ventajas. Ahora haces un click y tenés acceso a diez millones de partidas. Y yo soy de la época previa a Internet, entonces en aquel momento era ir al club y escarbar en el archivo, estaba todo en notación antigüa. La verdad, había que tener muchas ganas.
Vamos a la pregunta polémica… ¿el ajedrez es un deporte?
Para mí, antes que nada, el ajedrez es una pasión. No necesito catalogarlo o no como un deporte. Quizás desde el punto de vista presupuestario, para una provincia o un país, es importante que sea considerado un deporte. Hay muchas perspectivas sobre eso. Se puede decir que es un deporte porque requiere preparación física y psicológica. Un ejemplo de eso es el match que jugaron Andrew Kramer y Garri Kasparov en 1998. Kramer bajó 20 kilos en diez días. Eso demuestra que hay un esfuerzo, un desgaste físico. Y si alguien piensa que eso no es un deporte, bueno, ya es cuestión de esa persona. Para mí, en todo caso, es como le dicen, un juego ciencia. Esa definición se acerca un poco más a mi forma de pensar. Que es ciencia o deporte, alguien lo podrá discutir, pero nadie puede discutir que requiere de muchísima preparación.
En síntesis, tu mejor definición es la de el ajedrez como pasión…
Sí, sin lugar a dudas, el ajedrez es una pasión. Cuesta explicar en palabras el placer que uno siente al jugarlo. Bobby Fischer decía que sentía cierta lástima por la gente que no sabía jugar al ajedrez. Y algo de eso hay, porque a uno le gustaría que todo el mundo supiera lo que se siente jugar, hacer una combinación. Mirá, cuando vivía en el albergue, en mi época de universitario, una manera de estudiar es reproducir en el tablero partidas clásicas. Y me acuerdo que venían mis compañeros y me decían “otra vez estás jugando solo”. Y no entendían que era una partida de Paul Morphy, del año 1850. A eso apuntaba Fischer. Hay que jugar al ajedrez para entenderlo.
Una partida especial contra Jiménez
Esteban Carlino y Joaquín Jiménez quizás sean dos de los mejores ajedrecistas de la provincia durante los últimos años. Eso no quiere decir que no hayan tenido sus enfrentamientos. Un Boca vs. River, digamos… que tuvo de todo.
“Años atrás tuvimos un enfrentamiento por cuestiones técnicas. Resulta que en un IRT, en Posadas, habíamos llegado los dos al final con poco tiempo. A mí me quedaban dos minutos y a él un poquito más. Él estaba en una posición perdida, pero de repente movió el caballo y quedó en ventaja. Yo quedé desorientado. Y me ganó”, recuerda Carlino.
¿Qué había sucedido? “Cuando voy a jugar la siguiente ronda, veo que publicaron esa partida, pero solo hasta la movida de Joaquín. Había sucedido que había movido el caballo en diagonal, es decir, no como marca el reglamento. Al tiempo lo hablé con él y me contó que no se había dado cuenta”, se ríe hoy Carlino. “Quedamos medio enfrentados tácitamente después de eso, es que para mí significaba mucho ganarle a él. Hoy nos acordamos y nos reímos, tenemos una buena relación”, sintetizó.