A pesar de haber iniciado hace unas semanas ese viaje sin retorno, en el pueblo se pueden oír, como un eco, las carcajadas de Manuel “Manele” Delindau, el entrañable personaje corpeño del que casi cada vecino tiene una anécdota interesante. Lo imaginan tal cual fue, atravesando el pueblo con su gorro de marinero y sus pantalones largos, un poco menos de lo habitual.
Sabía que nació el 9 de diciembre, pero no recordaba el año (su DNI dice 1948). Dentro de su mundo, no molestaba a nadie. Saludaba a todos y era amigable. Se ganaba la vida haciendo trabajos manuales y changas de patio, de escasa paga.
Entrañable, no andaba con medias tintas. Así lo recordó Lorenza Aranda en las redes sociales. Para ella era “una persona fuera de lo común. Si era bueno él lo veía en vos, te quería y te ofrecía sus querencias. Si no, no te quería y punto. No había términos medio en su día a día”.
“Siempre lo recuerdo ‘barullento’ en su andar. Todos sabíamos de ante mano que ‘Manele’ iba pasando con su gorro de marinero y su pantalón largo, pero con unos diez centímetros más cortos. Era un divino”, agregó.
Tras su partida, María Luisa Gukoski recordó los momentos en que vendía abono para las plantas a tan sólo un peso, pero “si le querías dar dos monedas de 50 centavos no quería tomarlos y no te dejaba el producto”. Para Alberto “Chino” Pittana, “Manele” era uno de esos personajes que “todos apreciaban y querían. Le gustaba andar siempre vestido con algún uniforme militar, pero más que nada quería llevar la gorra de alguna de las fuerzas, que tuviera por, sobre todo, el escudo grande. A veces alguno de los integrantes le obsequiaban una, pero sin el escudo”.
Añadió que andaba siempre con dos bolsas grandes con los más diversos contenidos. “Se rebuscaba, hacia changas casa por casa, pero sobre todo iba a buscar abono en los montes de las inmediaciones. Entregaba a cambio de monedas o algo que fuera de su interés. Lo que él pedía, eso había que darle”, contó.
Olga Rosa Leiciaga Elordi recordó en su libro “siembra y cosecha” que “al atardecer buscaba refugio seguro adonde pasar la noche. El lugar está elegido de antemano: casi siempre algún galponcito de casas deshabitadas. Se levanta como quien ha dormido en un mullido colchón, sólo que se queja de los mosquitos. ¡no es para menos! con las primeras luces del alba, se lo puede ver preparando sus `petates`. bolsas y mas bolsas constituyen su equipaje, que carga sobre sus hombros con total naturalidad. en cada bolsa lleva algo distinto, ya sean los diarios que servirán de colchón cuando se acueste nuevamente por la noche; la comida; la ropa que alguien, con generosidad, le obsequia; revistas, y alguna otra cosa, pues siempre habrá algo más para el misterio”.
Manifestó que sus padres tienen una panadería y suelen hornear el pan a la tardecita. “Manele” venía con la carretilla e iba a buscar la leña para el horno y, a cambio, quería el pan calentito. “Si le querías dar otras cosas, no aceptaba. Si quería comer o tomar, te pedía. Si le ofrecías algo cuando él no te lo había pedido, no lo agarraba. O se enojaba y se iba. Lo que quería te pedía, no había que ofrecerle nada, nunca, porque el gesto alteraba su humor. Así era de terco”, rememoró. A veces, en su honor, “le cargo a mi hija, que como criatura por ahí no saluda, y le digo ‘Manele’. Porque él era así. Si te saludaba estaba todo bien, pero no lo saludes antes porque se enojaba y se iba”.
Narró que pocos días antes de su muerte, estaba inapetente, “entonces vinieron las mujeres del Hogar de Ancianos a buscar unas morcillas que les había pedido. Y las compraron para completar el menú”.
Amante del chamamé y de las canciones de Leo Dan, a “Manele” le gustaba la música “a todo volumen”. Cuando en el pueblo se instalaban las calesitas o los parques de diversiones, se ponía contento. Durante las reuniones del primero de mayo, por ejemplo, o cuando se cocinaba un locro o se programaba una jineteada y había música fuerte, se sentaba cerca de los parlantes y se quedaba apostado allí todo el día.
Pero lo llamativo era que en cada casa era otro el comportamiento. En la de los Pittana, “iba a buscar el pan fresco, corona, si le dabas otro tipo de panificado, se enojaba y se iba sin llevar nada. Quería un pan, si le dabas dos, no llevaba. Había que darle lo que él quería. Era un personaje”, insistió “Chino”.
Sostuvo que “cuando éramos chicos le teníamos miedo. Porque nuestros padres nos decían que era el hombre de la bolsa que nos iba a llevar si no tomábamos la sopa o no dormíamos la siesta”.
En una ocasión lo habían detenido porque al enojarse con unas personas agarró un machete y destruyó toda una plantación de sandías que estaban a punto para la cosecha. Entonces en la comisaría le dieron una escoba para que barriera las veredas, lo que no le había caído en gracia. Y “cuando éramos adolescentes, le cargábamos con el tema de la escoba y nos corría porque no le gustaba que le recordaran sobre ese incidente”, dijo Pittana.
Era como un niño grande. Buena parte de los vecinos de corpus tienen alguna anécdota para contar sobre “Manele”, un hombre sin maldades, al que le gustaba la música “a todo volumen” y se extasiaba con la llegada de la calesita. ya no se lo verá por corpus cargando las bolsas con sus “petates”.

Luego pasó a ser “compinche, amigo, era un personaje, el loco lindo. Le encantaban las chicas y para él todas tenían ojos verdes”. Sus carcajadas se escuchaban a cien o a 200 metros. “Sabías desde lejos que ‘Manele’ se iba acercando. Era parte y miembro de cada familia. Los domingos quería comer asado con la mano. Era algo común”. En una oportunidad se había caído, se lastimó y no pudo recuperarse. Fue entonces que lo llevaron al Hogar de Ancianos “donde con amor y dedicación lo cuidaron” y vivió allí casi diez años.