Verónica apareció una tarde vendiendo un sospechoso plan de ahorro, y, pese a que desestime su oferta, debido a su insistencia finalmente accedí a que me recitara las ventajas del plan. Este fue el puntapié de una charla, en la que mate de por medio, hablamos del plan, de su trabajo y finalmente de nuestras vidas. Un abismo de treinta años nos separaba, pero aun así congeniamos, y más que eso, personalmente la mutación que experimente fue notable, el hasta entonces huraño introvertido que yo era, de pronto se convirtió en un jocoso parlanchín que entre graciosas ocurrencias develaba los entretelones de su vida. Así, en esas tres horas de mutua fascinación ambos, sin quitarnos la ropa nos desnudamos el alma, todo era como si siempre nos hubiéramos estado esperando. En un momento dado ella me dijo “ A tu casa le falta la alegría de los niños o de las flores” y yo le respondí “tengo plantas” …“flores” me replico ella. Antes de marcharse me solicito mi número de celular, obviamente absteniéndose de darme el suyo, es que habíamos planeado para ese sábado siguiente, llevar en el auto, buena música, bizcochitos y un equipo de mate para encarar la bellísima Ruta 14 hasta donde nos sorprendieran las primeras estrellas, ya sea en alguna capillita olvidada en medio de las sierras o en algún motelucho barato, no importaba el lugar, lo que contaba era la compañía. Pero ese sábado siguiente ella no dio señales de vida, ni siquiera llamo para excusarse. Decepcionado pensé que había sido víctima de alguna viuda negra arrepentida y tuvieron que pasar tres meses, para que una tarde insospechada apareciera Verónica.
Esta vez vino en una camioneta conducida por un joven y entre ambos bajaron varias cajas de Crisantemos, Coralitos, Petunias, Hortensias y un Jazmín de Lluvia que deposito en mis manos diciéndome “vine para quedarme”. Luego a modo de despedida, antes de marcharse, con deliciosa ternura me roso la mejilla. Superada la sorpresa me compare con el joven conductor y lleno de ira casi tiro todos los plantines, pero calculando que en algún momento ella podría regresar decidí plantarlos.
Los plantines efectivamente prosperaron y llenaron de colores algunos rincones de mi patio, pero Verónica jamás volvió. Incluso después de años, de noche cuando llueve, abro las puertas ventanas de atrás, las que dan al patio, para enfrentarme a una constelación de florecillas del Jazmín que adheridas al muro, llenas de su aroma evocativo, le dan una consistencia real a Verónica.
Esa fragancia la convirtió en un fantasma perfumado que arrastrado por la briza esas noches de nostalgia invade el hogar y los recuerdos de este viejo solitario. Supongo que entre todas las sustancias que nos definen, debe haber algunas que trascienden la carne y obran como un plasma etéreo y volátil que al rozarse con el de otro ser, fundido con este, comienza a vibrar en una frecuencia que lo emancipa de la realidad. Quizás eso es el amor y Verónica por su intuición femenina lo sospecho mucho antes que yo ,y por eso, sabiendo que con las reglas de este mundo lo nuestro no iba a resultar, decidió con sus flores obsequiarme un atajo al infinito. Por eso, aunque el día de su despedida no la comprendí, reconozco ahora que fue sincera…!Verónica había venido para quedarse!
El autor
Raúl Esteban Kazibrodiuk, es oriundo de la ciudad de Resistencia Chaco, pero hace treinta y tres años está radicado en la ciudad de Apóstoles, Misiones. Tiene 64 años, dos hijos y dos nietos. Es comerciante y en sus ratos libres, entre otras aficiones, se dedica a escribir.