Hijo de docentes, Pedro Honorio “Coco” Perié (88) nació en Concepción de la Sierra. Pero su niñez transcurrió en Gobernador López, colonia cercana a Leandro N. Alem, donde cursó sus estudios primarios junto a sus hermanos Julio César, María del Carmen y Ángela. La Escuela Nº 195 a la que asistía se encontraba monte adentro, en una hectárea que se había desmontado para levantar el edificio y la casa del director, Florentino Perié, y de la maestra, Margarita Cabassi, padres del protagonista de esta historia.
Antes de continuar con su prolífica historia, se apresuró a aclarar que el López al que se aludía era un “famoso contrabandista”, ya que las picadas de la zona eran usadas para transportar los barriles con caña, pero que cuando se oficializó el nombre del municipio, lo bautizaron con el del dos veces gobernador del territorio de Misiones, Gregorio López.
Al secundario, Perié lo completó en Posadas. Primero en la Escuela Normal y, finalmente, en el Colegio Nacional porque “papá no quería que fuéramos maestros” sino que “continuáramos estudios universitarios”. Contó que se pasó al Nacional para recibirse de bachiller, y viajó a Córdoba para seguir medicina.
Su paso por la universidad fue bastante agitado porque el cursado se entremezcló, inevitablemente, con la política gremial, el peronismo, y el antiperonismo, que “era muy fuerte” por aquel entonces. Era la época en la que comenzaba la lucha por la educación “laica o libre”.
Durante el tercer año de la carrera, una asamblea de estudiantes lo designó presidente del Centro de Estudiantes. Para el misionero, significó “un orgullo porque éramos 1.500 estudiantes y había que manejar la situación, las asambleas, y saber hablar ante ellos”. Esta fue, quizás, la puerta que se abrió a una futura y constante labor gremial.
Contó que en una de esas actividades, “tomamos la universidad, lo que obligó a renunciar al rector, a los decanos. Y en una asamblea de estudiantes, uno que era alumno de derecho pero que se desempeñaba como jefe de policía, dijo que la universidad no podía quedar acéfala. Entendía que ésta asamblea era soberana y tenía que elegir a sus autoridades.
Y nosotros éramos partidarios de un movimiento que se llamó la Reforma Universitaria, que se desarrolló en 1918, que proponía que la universidad fuera manejada por estudiantes, egresados, y profesores. Así que seleccionamos a quienes serían los rectores”.
Y a Perié lo eligieron decano de la Facultad de Medicina, cargo en el que permaneció por apenas tres días porque “nos sacó el Ejército. Las tropas aerotransportadas nos cubrieron de gases lacrimógenos, y mi decanato de tres días llegó a su fin”. Los docentes que fueron desplazados con esta toma universitaria “nos hicieron un juicio por usurpación de autoridad.
Yo estaba en vísperas de ser expulsado de la Facultad de Medicina. Felizmente los que habían actuado como profesores, rectores y egresados eran personas muy importantes en Córdoba. Todos estaban enjuiciados. Consiguieron que Lannuse dictara una ley y nos amnistió. A raíz de ello pude terminar mi carrera. De lo contrario me iban a expulsar. Estuve a un paso de irme al tacho”, confió el profesional.
Cuando se recibió de médico fue a prestar servicios a Leandro N. Alem porque ese era su objetivo. “Trabajé como médico general y estaba preparado para ejercer la medicina en los pueblos porque los últimos años de mi carrera los hice en un nosocomio de la policía, donde se atendían todas las urgencias. En Córdoba no había hospital de urgencias en esa época.
La policía tenía un sector del hospital San Roque que ocupaba para recibir a los accidentados, apuñalados, todos iban a parar allí. Y en ese lugar cumplí tareas en mis últimos años. Estaba muy entrenado para las urgencias, no tenía problemas de abrir la puerta de mi consultorio y encontrarme con un apuñalado o un baleado”, recordó.
Además de estar en el hospital policial, acudía a la maternidad de Córdoba, así que también estaba bien preparado para atender partos, cesáreas. Y en Leandro N. Alem se manejó bien con ese bagaje de conocimientos adquiridos. Y como un condimento, también sabía hacer pediatría.
Es que en aquella época los médicos de los pueblos no sabían hacer la hidratación por vía venosa a un lactante. “Se le inyectaba el suero en la panza, y era un error enorme. Y como yo sabía hacerla, pasé a ser en Alem, como el pediatra del pueblo. No había pediatras en la provincia, pero la gente te adjudica una especialidad y te quedabas con ella”, aseguró.
Durante varios años permaneció en ese destino de la Zona Centro, hasta que tuvo un inconveniente con el comisario del pueblo “que se había disgustado conmigo en una fiesta del Club Social” durante una velada del 25 de Mayo. A partir de ese momento “me empezó a perseguir, me mandaba pacientes lesionados a horas impropias (a las 2 de la tarde o a las 3 de la mañana), en lugar de enviarlos apenas ocurrido el hecho.
La relación iba de mal en peor, y se volvió insostenible. Me creó fama de ser comunista, que en aquel momento era muy mala. Me armó una figura como de un comunista peligroso y mandó esos elementos a Posadas y luego a Buenos Aires”, lamentó quien había quedado cesante “por racionalización administrativa”.
Acotó en 1964 era director del hospital de Alem y construyó un sanatorio con su cuñado, el Dr. Eduardo Corbalán, en esa localidad, que no tenía antecedente ni sumario administrativo, y que su legajo era impecable.
“Vine a Posadas y lo vi al doctor Ayrault, que había sido mi profesor y amigo, y le comenté sobre la situación. Sugirió acompañarme a Buenos Aires para verlo a Frondizi para que, a su vez, nos acompañara a ver al general Eduardo Señorans, que era el que manejaba la lucha contra el comunismo. Finalmente viajamos y Frondizi nos dijo que era totalmente inútil que lo veamos a Señorans porque para él toda persona que sabe leer y escribir es un comunista en potencia”, manifestó.
Fue entonces que Perié decidió irse del país. Es que estaba “muy herido” porque consideraba que lo ocurrido “era una injusticia muy grande, porque nunca fui comunista. Por el contrario, había estado en los movimientos anticomunistas, porque no me gustan los totalitarismos. Decidí irme del país, no quería seguir viviendo aquí”.
El delegado de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en Buenos Aires, era Mario Nosiglia, y lo fue a ver. “Le expliqué lo que me pasaba y me dijo que lo viera en unos días. Cuando lo visito me comentó que lo único que tenía disponible era un cargo de médico en la Isla de Madagascar. Cuando comenté a mi familia, no estaba dispuesta a acompañarme en la decisión”, contó.
En el ínterin apareció un amigo, un hombre mayor que había sido director del Hospital Santa Lucía, pero que, si bien no ejercía, era la persona más importante del nosocomio. En la sala de médicos, la cabecera era para el Dr. “Nacho” Recca. “¿Cómo te vas a ir a Madagascar?, ¿estás loco?, vení a trabajar con nosotros en el hospital”, invitó.
Pero Perié sostenía que de oftalmología “no tengo la menor idea. No importa, te vamos a enseñar. Me presentó al director y me dijo, lo que usted me cuenta es la mejor carta de recomendación que me puede traer. Las puertas del hospital están abiertas para cuando quiera venir.
Y era muy difícil entrar a ese hospital, era complicado, había que tener relaciones importantes. Con ese aval del director, no tuve problemas”, celebró. Pero el galeno volvió a Posadas y fue a ver al Ministro de Salud Pública. “Ya que me dejaste cesante en Alem y sabés que cometiste una injusticia muy grande, quiero que envíes una nota a Salud Pública de la Nación pidiendo mi traslado del cargo de médico en Alem al hospital Santa Lucía.
Hizo la nota y me trasladaron. Era uno de los pocos nombrados. La mayoría iba a trabajar de forma gratuita para aprender la especialidad”, rememoró, quien efectuó la especialidad y permaneció tres años en el Santa Lucía.
De vuelta a Misiones
Regresó a la tierra colorada cuando se inauguró el SAMIC de Eldorado, en la época del ministro José Manrique. Este tipo de hospitales de autogestión fueron famosos por la manera de administrarse. “Tenían un Consejo de Administración conformado por las personas importantes del pueblo, dos médicos del plantel del hospital y un delegado de Salud Pública, que era el director. Pero la administración estaba en las manos de ese Consejo.
Era el que autorizaba nombramientos, gastos. Con el Dr. Demaio estuvimos como administradores, fuimos los representantes de los médicos en el Consejo de Administración”, explicó. Entre 1977 /78 fue nombrado director del SAMIC Eldorado.
Paralelamente a la actividad médica, fue un empresario de la madera. “Siempre tuve obrajes, montes, aserraderos”, que le daba más o menos importancia de acuerdo a cómo se daban las situaciones. Se asoció a su hermano, Julio César, que era ingeniero, dueño de la empresa constructora Corporación Misionera SA (Comisa), que en un momento tuvo el 90% de la obra pública contratada.
De esa manera, compraron una propiedad de cinco mil hectáreas situada entre El Alcázar y Dos de Mayo, donde el médico organizó el obraje. Era un monte que hacía 25 años no se explotaba, de manera que tenía mucha madera de muy buena calidad. “Empezamos a sacarla y a traer a Posadas porque el aserradero de Comisa estaba ubicado en cuatro manzanas de avenida Lavalle casi Almirante Brown.
La última carga de rollos, allá por 1960, la mandamos por jangada. La hicimos en el puerto de Parana-í, y vino con el jangadero hasta la entrada a la laguna San José. Luego se enganchaba a un remolcador y se estiraba a la jangada hasta dentro de la laguna, y con guinches se descargaba.
Se cargaba en camiones y se llevaba al aserradero”, comentó. Fue la última jangada que entró a la Laguna San José. Finalmente, “nos fue mal y terminé retirándome de la sociedad. Mi hermano me dio la parte que me correspondía, y me dediqué de nuevo solamente a la medicina. Me instalé en Posadas, a hacer la especialidad, que nunca la había abandonado.
Inclusive en medio de todas las actividades paralelas que había emprendido, seguía yendo al hospital y era médico ad honorem del área de oftalmología. Siempre estuve relacionado con los colegas y con la medicina, no la abandoné porque en el ambiente después se olvidan”, alegó.
La primera caja de jubilaciones
Volvió a la actividad exclusivamente médica pero continuó con la parte política gremial. Siguió trabajando en el Círculo Médico Zona Sur (CMMZS), donde en una oportunidad fue electo presidente. También estuvo de director del IAMIP.
Lo más importante en esa etapa fue la creación de la Caja de Jubilaciones de los Médicos cuando ninguna de las profesiones tenía la propia. “La primera caja de jubilaciones que se creó en la provincia fue la de los médicos. La creamos después de mucho batallar, yendo y viniendo de la Cámara de Diputados”, relató.
Tuvo la colaboración del Dr. Otaño, “a quien interesó el tema y me acompañó en esa gestión, y la del doctor Bortoluzzi, que era titular del CMMZS también nos prestó apoyo porque esa actividad significaba erogar dinero que en la caja todavía no había. Fue así que el Círculo Médico financió los primeros tres meses del funcionamiento de la Caja de Jubilaciones”, de la que también fue presidente.
Cuando la caja empezó a recibir el aporte de los médicos, que era muy importante porque eran los profesionales de toda la provincia, pudieron devolver al Círculo Médico lo que les había prestado. “Empezamos a manejar mucho dinero. Compramos, entre otras cosas, el piso donde se encuentra la caja sobre calle Colón”, manifestó.
A pedido del Colegio de Médicos, Perié se desempeña como delegado ante la Federación de Colegios y Consejos Profesionales de la Provincia de Misiones (Fecopromi).
“Dejé la caja con mucho dinero porque hicimos muy buenos negocios, compramos campos, forestamos, y vendimos el campo forestado. Se ganó muchísimo dinero. Eso es lo importante de la administración de la caja, no sólo cobrar la cuota de los médicos y comprar acciones, porque con eso, a veces te va bien, otras mal. Hicimos negocios grandes, importantes, de mucho dinero, de miles de dólares”, insistió.
En una reunión anual de todas las cajas de jubilaciones de profesionales viajaron a Mendoza y presentaron un proyecto de forestación que llevaban adelante. Ese tema entusiasmó a miembros de la caja de jubilaciones de contadores de Buenos Aires, una de las más grandes del país.
Travesuras
El recientemente fallecido músico Ricardo Ojeda, a quien calificó como “un tipo extraordinario” fue su amigo y compañero de la primaria en Picada López. Junto a él llegaron a Posadas los hermanos Pedro y Julio Perié aunque ya les había aclarado que no iba a cursar el secundario “porque no podía aprender matemáticas.
Con nosotros iba a hacer los deberes a la escuela donde papá era el director y nos copiaba los problemas. A veces me decía, voy a copiar mal éste porque sino Don Florentino se dará cuenta”, relató Don Coco, entre risas. Fue entonces, que se dedicó a estudiar bandoneón con su tío, Calistrato Ojeda, que era un violinista espectacular. Las prácticas se extendían a lo largo de seis o siete horas diarias.
“Fue un músico excepcional, creo que no hubo un músico como él en la provincia”, acotó, al recordar al amigo. Cuando vinieron a la capital, Perié padre había comprado una casona de unos 40 metros de largo sobre calle Alberdi, en Villa Sarita, y la abuela Fabiana vino para cuidarlos, pero optó por vivir en el fondo, en una pieza, al lado de la cocina. Con Ojeda y “mi primo ‘Chiquito’ Vázquez, un odontólogo ya fallecido, que tocaba muy bien el violín, nos juntábamos en la sala, donde estaba el piano, para hacer música.
Al lado de casa estaba el almacén de Don Rafa, un tipo buenazo, que había comprado un camión nuevo y nos prestaba para llevar el piano y salir de serenata. Cuando llegábamos a destino, apuntábamos el camión de culata hacia la casa del destinatario, hacíamos la serenata, volvíamos, descargábamos el piano y la abuela ni se enteraba”, relató, para quien la música es algo que quedó inconcluso.
Un día “Coco” se decidió a estudiar piano porque “mi pasión era leer todas esas cositas negras pintadas en un pentagrama y tocar en el piano. Conseguí que la señora de Steger fuera mi profesora. Cuando le conté a ‘Preto’ -así le decía a Ojeda-, me dijo, lejos, es la mejor profesora que hay en Posadas.
Además, era muy alegre y se moría de risa de las macanas que yo hacía. Iba yendo bien, estaba aprendiendo a leer algunas de estas cosas de música, cuando la mujer falleció en un accidente de tránsito. A partir de ese momento no toqué más el piano. Ahora tengo un acordeón de dos hileras, pero no encuentro quien me enseñe”, lamentó.
Después, le habían regalado un bandoneón “que los chicos usaban para jugar en el patio, lo estiraban como un carrito, y llevé para que Ojeda lo arregle. Cuando vio el instrumento, se quería morir. Le aclaré: vengo a verte, primero, para que lo arregles, y segundo, para que me enseñes a tocar.
Y se agarró la cabeza. Y, efectivamente, con él no iba ni para atrás ni para adelante porque era muy exigente”. Fue entonces que consiguió que el “Chiche” Silva fuera su maestro. “Iba tocando como cinco temas y me robaron el bandoneón. Compré otro, más lindo, en mejor estado, voy al acto de presentación del libro de Gerardo Cáceres Zorrilla y me lo sacaron desde adentro de la camioneta. Estaba por comprar otro, pero se me murió Silva, o sea que me quedé sin profesor”, dijo.
Eternamente agradecidos
Sus hijos: Fabiana, Eugenio y Nelia -todos contadores- se mostraron felices, agradecidos y se sienten bendecidos de tenerlo. La mayor de las hijas sostuvo que junto a su papá descubrió en la política un mundo que no hubiese imaginado. “Papá me transmitió su legado, avalado por esa trayectoria intachable en todos los campos en los que se desempeñó.
Tenía buena relación, buen diálogo con todos los dirigentes, y me transmitió eso, de no tener posiciones extremas, a respetar la palabra, a aprender a manejarme y entender las reglas.
A pesar de mi renuencia de involucrarme en política, me abrió un mundo que yo desconocía y es maravilloso”, celebró. La menor, en tanto, lo describió como un padre presente, cariñoso, familiero, que “nunca nos hizo faltar nada, a pesar de las diversas actividades que desarrolló a lo largo de su vida. Cada primero de mayo hay que sacarse el sombrero para decirle feliz día del trabajador porque trabajó muchísimo -aún lo sigue haciendo- y es multifacético”.
Sostuvo que fue él quien decidió lo que los tres hijos iban a estudiar ciencias económicas y los mandó a Resistencia, Chaco. “Después van a estudiar lo que quieran”, les había advertido. Rememoró que cuando era director del SAMIC Eldorado, “nos levantaba los domingos a las 7 para leer la breve historia del mundo.
Nos inculcó el amor por la naturaleza, permitía que lo acompañáramos al monte, nos enseñó a cazar, a pescar, a reconocer animales y árboles. Y lo mejor es que siempre nos tenía confianza. Nos sentimos fuertes porque cada vez que emprendemos algo, contamos con su apoyo. Siempre nos alienta y es muy positivo, emprendedor, alegre. Con la cara más seria te puede decir la ocurrencia más disparatada”.
“Para mí toda esta travesía es una satisfacción. Nunca tuve problemas legales, de dinero, con lo que administré. A ellos les dejo un nombre sin tacha así que pueden estar orgullosos de ser mis hijos”, reflexionó, quien dejó de asistir al coro de la UNaM por cuestiones de horario pero sigue jugando al golf y pedaleando la bici alrededor de la cuadra.
En el tintero
“Coco” repitió cuarto grado porque su papá quería comparar el nivel de enseñanza de la escuela del monte con la del centro de Leandro N. Alem, que era la Nº 62. “Me inscribió otra vez en cuarto. No estudiaba nunca porque lo que se daba yo ya sabía”. Cuando llegaba el sábado, el niño se tomaba el colectivo y volvía a su casa de Picada López, y regresaba el lunes de madrugada. Un sábado fue a la parada y como llovía, el colectivo no había venido. Y se largó caminando. “Encontré a unos tipos tomando en un bar y me llevaron en la camioneta. Después seguí caminando y llegué a una zona donde había una cruz que habían colocado porque allí habían asesinado a un hombre. Era de tarde y llovía y mi sobretodo de lana pesaba cada vez más”, relató. Hizo un desvío para pasar lejos de la cruz, siguió caminando, hasta que embarrado y muerto de frío, llegó a la casa de la tía “Quilla”, que “me había criado cuando era bebé, porque mis papás fueron a una zona inhóspita y no se animaron a llevarme”. Y todavía faltaban tres kilómetros para llegar a su casa. Pasó la noche con los parientes y al día siguiente lo acercaron a su hogar.
Fue interventor y presidente del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) durante varios períodos aunque nunca accedió a cargos electivos. En 1999 “estuve muy cerca, a raíz con una alianza con los radicales. Era el número 9 y era casi seguro que entraba. Pero ese año se peleó ‘Cacho’ Barrios con ‘Tulo’ Llamosas y sacaron 8. Era la única vez que estuve en la puerta de la diputación. Me dedico a la política por puro placer. Porque me gusta. Y a mi hija, Fabiana, le endosé mi pasión. La primera vez que fue candidata le exigimos que se postule, aceptó con renuencia y salió electa. En el segundo período estaba entusiasmada y apasionada por la política.”
Cuando estaba con el obraje en Aguas Blancas, fundamos una Cabaña de Brahman, que es una variedad de cebú. A veces debíamos trasladarnos en avioneta desde el Aeroclub de Eldorado. Luego, otros ganaderos siguieron nuestro camino, nos juntamos y creamos la Asociación de Ganaderos del Alto Paraná. Me eligieron presidente durante dos o tres períodos. Es una entidad que creció muchísimo. Siempre digo que las asociaciones de entidades, crecen cuando son útiles, y desaparecen cuando no lo son. Ésta es importante. Recuerdo que la primera balanza que tuvimos en el predio nos facilitó Ricardo Barrios Arrechea”.