
Emma Silva dejó por escrito lo que pretendía que sus descendientes hicieran con la cuna que la había cobijado de pequeña, cuando ella ya no estuviera en este mundo. Y para ello, como buena maestra que era, dejó las indicaciones anotadas en un cuaderno con renglones, de esos que usaban en las aulas.
Sin precisar el destino, el mueble llegó a Posadas en junio de 1905, tras el nacimiento de su primera dueña, Emma Silva, hija de Honoria Bianchi y de Manuel Silva. Luego fue utilizada por sus hermanos, Nidia Justiniana y Aberardo Silva. Más tarde, cedido a la familia de Andrés Bianchi, casado con María Urbana Ferré, y en ese hogar acunó a Delia, Sara, Alba, Antonia, María Elba, Raúl, Jorge y Mario César Bianchi.
Pasaron los años, y en 1930 volvió a su primera dueña para dar calor a los hijos que Emma concibió junto a Juan Halty: Juan Manuel, Aberlardo Fernando y Bernardo Ramón Halty. Después pasó por la casa de Abelardo Silva y Lita Marchese, para ser ocupada por Abelardo Miguel Ángel y Marta Antonia Silva Merchese.
Un poco más tarde, entre las escasas excepciones, la cuna fue prestada a Luis Santinoni y Alida Bonifato para acunar a su nieta Marilina Sobrero. Después llegaron al mundo, Juan Carlos y Graciela Halty, hijos de Abelardo Fernando Halty y Nilda Olga Monges. Esto sucedió entre los años 1960 y 1962. El mueble siguió su recorrido para hamacar a Jorge Fernando y Claudia Teresa Halty Scherer, hijos de Juan Manuel Halty y Clara Sarita Scherer, todos nietos de su primera dueña, en los años 1963 y 1964. Nuevamente fue cedida en calidad de préstamo para la llegada de Emmanuel, hijo de Oscar Cassoni y María Elena Pedros. La cunita sigue su marcha y llega a la casa de Abelardito Silva para que la ocupen sus hijas María Laura y María Eugenia Silva, y también vuelve a la vivienda de la familia Sobrero para recibir a María Gimena Sobrero de Gómez Ávalos. Ya en 1986, tiene la suerte de recibir a Martín Fernando Halty Grahl, bisnieto de su primera dueña, hijo de Jorge Fernando Halty y Miryan Grahl. Hasta ese momento habían sumado 26, los bebés acunados en ella.
Pasaron dos años y en 1988 recibe a Andrea Fabiana Halty Quiroz, hija de Claudia Halty y Alejo Quiroz, y en 1992 y 1994, acuna a Cristian Ernesto y Ernesto Nicolás Halty Quiróz, también hijos de Claudia y Alejo. En 1997 recibe a Sebastián Martín Quiróz, nieto de Alejo. En 1999 vuelve a la casa de Claudia Halty y recibe a Ernesto Fernando, último hijo del matrimonio. En 2003 acunó a Franco Matías Halty Grahl, hijo de Jorge Halty y Miryan Grahl.
Después de todos estos acontecimientos seguidos, descansó por un buen tiempo en la casa de Clarita Scherer de Halty, hasta que en mayo de 2012 nació Lisa Valentina Halty Landaida, primera tataranieta de Emma, hija de Martín Fernando Halty y Nadia Landaida. Un gran acontecimiento que se produjo 107 años después que la cuna llegara a la capital de la provincia.
Con el nacimiento de Lisa, se cambió el color natural por el blanco a modo de restauración y también para acompañar los tiempos modernos. A partir de ahí comenzó la tarea de acunar a los tataranietos de Emma. En diciembre de 2017 lo hizo con Sofía Magalí Fleitas Quiroz, hija de Fabiana Quiroz y Diego Fleitas, que la pintó de un bello rosa para endulzar aún más la bella misión encomendada por Emma. Y como dijo y escribió la primera dueña en su momento, “sigue firme y dispuesta a cualquier llamado de la cigüeña, para dicha y bendición de todos”.
Historia singular
Claudia Teresa Halty (56) es nieta de Emma y fue designada por el círculo más cercano como la encargada de hacer conocer los pormenores de esta singular historia. Confió que Bernardo Silva, su bisabuelo, era viajante de barco, y que en uno de esos viajes trajo de regalo la cuna para la primogénita de la familia. Después usaron sus dos hermanos, Nidia y Abelardo, y también cedida a familiares maternos, que pedían a modo de préstamo cuando se iba a producir algún nacimiento. “Y, así, se fue prestando de familia en familia. Después volvió a la familia Halty cuando mi abuela, la primera dueña, tuvo a sus hijos: mi papá Juan Manuel, y mis tíos Abelardo Fernando y Bernardo Ramón”, contó, emocionada, mientras evocaba los recuerdos de sus seres queridos.
Después la usó “el hermano de mi abuela para sus hijos: Abelardito y Martita, sobrinos de mi abuela. Fue pasando, pasando, y usó mi papá cuando llegamos nosotros. Mi hermano Jorge y yo, estuvimos en la cuna familiar. Y los hijos de mi tío Fernando Halty, Juan Carlos y Graciela”. Así, fue viajando de casa en casa. “Al nacer el hijo de mi hermano Jorge, Martín Fernando, fue el primer bisnieto que ocupó la cuna porque mi abuela ya había tenido una bisnieta antes que Martín, pero estaba en Buenos Aires, y por la distancia no pudieron hacerle llegar la cuna”, agregó.
Lo que la abuela Emma pretendía era que el mueble acune a los chicos de la familia, que siempre esté dentro del círculo más íntimo. Y sus descendientes se encargan que eso suceda. “Mantuvo su color oscuro original por muchos años, lo único que hacíamos era barnizar y mantener. Cuando nació Lisa la restauraron y la pintaron de blanco. Se la modernizó un poco. Y cuando nació Sofía, el papá se la pintó de rosa. Y ahora si viene varón, seguramente se pintará de azul”, agregó Claudia.
En todo ese tiempo, “se iba manteniendo la madera. Es una cuna que se hamaca, tiene accesorios para colocar el mosquitero, y colgantes para los juguetes, era una modernidad para la época. El abuelo la trajo en barco, pero no sabemos su procedencia como tampoco el tipo de la madera en la que está confeccionada”, acotó.
“Seguimos usándola dentro de la familia porque es lo que mi abuela siempre quiso. Es el legado de la abuela. Ella comenzó escribiendo y nos dijo que sigamos anotando porque esta historia no se tiene que perder”, sostuvo.
La abuela vivía en el barrio Los Aguacates, sobre avenida Roca, justo donde empieza la costanera. Cuando comenzó el relevamiento para la obra de la represa de Yacyretá, expropiaron el lugar y se mudaron a Villa Sarita, por calle Sargento Cabral. La cuna estuvo con ella y cuando murió fue a la casa de Clarita. Y seguirá estando ahí para cuando alguien de la familia la necesite. Recorrió los hogares “con los mejores augurios porque los niños nacieron y crecieron sanos y felices. Algunos se encuentran estudiando, en otras provincias, otros en el interior de Misiones, y todos adoran la cuna que los cobijó durante una parte de su vida y porque sus hijos podrán utilizarla”.