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El ladrido de uno de los perros que cuidan la casa y un gallo que se acercó ruidoso hasta la camioneta de PRIMERA EDICIÓN sacó de su plácida siesta a don Cornelio García (83), quien pese a estar encarando seriamente más de ocho décadas de vida, se lo observa salir vigoroso y decidido.
Como si estuviera acostumbrado a dar notas a la prensa, ni se inmuta al saber que los desconocidos llegaron hasta su alejada vivienda del centro de Concepción de la Sierra lo buscan para recordar todo lo que vivió el día que su único hijo desapareció.
A 20 años del “Milagro de Beto”, una historia reciente, la de Bruno el chico de 9 años que se perdió casi 18 horas en Itaembé Guazú de Posadas trajo a la memoria el caso del chiquito de 2 años que se perdió en el monte y movilizó a todo el pueblo en su desesperada búsqueda.
A Beto lo hallaron recién al día siguiente de estar perdido, un 26 de julio de 2000, y tras haber pasado toda la tarde y noche en el monte.
Una perrita que participó de la búsqueda fue su heroína. Se puso a ladrar frenéticamente frente a un alto pastizal, por donde todos habían pasado miles de veces. Alertado, un oficial de la policía se metió entre los juncos y lo encontró acurrucado semidormido, con hambre y frío.
Todos en el pueblo recuerdan esa noche como la más fría entre muchísimos inviernos. Y aunque algunos detalles se olvidaron con el tiempo, la memoria de la fuerte helada que cayó durante la madrugada persiste. Cornelio sostiene que a consecuencia de ello Beto desarrolló un trastorno del habla e incluso después del episodio no volvió a ser normal.
Tarefero y olero hasta que se jubiló, el anciano padre de Beto, repite una y otra vez que ese día el niño vestía sólo una remerita y que le agradece al Gauchito Gil -de quien es devoto- al menos dos milagros: haberlo encontrado con vida y que después de cuatro meses de esos eventos volviera a hablar.
Luis Alberto o Beto, actualmente tiene 22, habla poco y depende para todo del anciano, quien contó a este Diario su preocupación cuando “yo ya no esté”, dijo entre las lágrimas que trató de ocultar con las manos en el rostro.
Cornelio contó que gracias a su jubilación y la pensión del hijo, ambos pueden vivir modestamente y a la vista está que no se permiten lujos: la casita destartalada, sin pintar coinciden con la apariencia humilde de los miembros de la familia.
Después de esa noche la vida de ninguno de los miembros de la familia volvió a ser igual. Mucho menos la de Beto, quien no pudo completar sus estudios y ya hecho un hombre tampoco puede insertarse laboralmente.
Él camina detrás de su padre hacia donde quiera que éste va y como si todavía fuera el niño que -persiguiendo una mariposa- se adentró en la selva, sonríe sin entender la tristeza de su progenitor.
“Escuché llantos y un grito: Beto se perdió”
La tarde que Beto desapareció Cornelio volvía de una pesada jornada de tarefa. Se sorprendió al ver gentío en su casa y apuró el paso con el corazón en la boca. “De lejos escuché llanto y un grito: Beto se perdió”, recordó.
Entre lo que pudo entender de las explicaciones desesperadas de su mujer supo que su pequeño estaba desaparecido del hogar desde la siesta y sin pensar dos veces se metió en un trillo que lo llevaba hasta un montecito lindante a la vieja casita.
Corrió hasta el arroyito cercano porque temió lo peor y lo empezó a llamar sin respuesta. “Pasé no una, miles de veces por el pajonal donde lo encontró la perrita. Lo mismo la gente del pueblo que después se sumó a buscarlo. Nadie lo vio ni escuchó nada. La gente dijo después que eso le pasó porque no era bautizado”, rememoró Cornelio sobre la historia que, aunque afortunada, desató en el pueblo todo tipo de teorías sobre pomberos y el yasy yateré.
Aunque reticente al principio, el jubilado accedió a volver al lugar donde ocurrieron los hechos. A varios kilómetros de su domicilio actual no queda rastro alguno del paisaje que rodeaba la casa.
Para llegar no se puede trazar el camino con un vehículo, se accede a pie y a pasos agigantados, el hombre contó sorprendido que lo único que sigue en pie es el árbol donde la mamá lo dejó jugando mientras limpiaba la casa en compañía de su hermana.
Beto no estaba, así como no estaban los perritos que jugaban con él. El montecito donde se perdió se divisa a lo lejos, lo mismo que el ojo de agua donde también fue a jugar.
“Me vino a la cabeza que me lo robaron porque no se veía ni escuchaba nada. Se estaba haciendo de noche y me fui a la comisaría donde rápidamente se armó una cuadrilla de rescate con linternas”.
“Caminamos toda la noche y nada. Yo seguía creyendo que lo raptaron. El comisario me convenció de seguir buscando y que si seguíamos sin éxito actuaríamos de otra manera. Había una esquina alambrada y un pajonal alto. Ahí estaba, a cuatro metros de donde lo buscamos mil veces. Todo el lugar se llenó de policías, gendarmes, vecinos. Había linternas por todo el monte no paramos de rastrillar hasta el mediodía del otro día cuando fui a casa para comer”.
Cuando Cornelio volvió supo que lo habían encontrado. La pequeña perra de unos pobladores que se habían sumado al rastrillaje indicó con sus ladridos el lugar donde estaba. Acurrucado, asustado pero sano y salvo.
Nuevamente los perros como héroes
Hace algunas semanas la sociedad misionera se vio conmovida por la milagrosa historia de Bruno, el niño que se perdió casi 18 horas en Itaembé Guazú de Posadas y que cuando lo encontraron estaba en compañía de sus perros.
Luis Alberto García, Beto, va a cumplir 23 años el 31 de agosto próximo y los detalles de su desaparición son semejantes a los del chico de Posadas por otro detalle, además del tiempo que estuvo perdido y son los canes. No sólo que acompañaron a los niños estando perdidos sino los que colaboraron en su hallazgo.
La perra que encontró a Beto, y que solía jugar con él, por el tiempo transcurrido ya no vive. Sin embargo fue, por muchos años, considerada la heroína. El detalle: otros canes que pasaron por el lugar evitaban acercarse al pajonal, iban hasta un punto y volvían.
La perrita, de la cual Cornelio ya no recuerda el nombre, fue la que no sólo se acercó sino que ladró incansablemente en un punto fijo hasta que alertó a los rescatistas.
En contraste con lo vivido por el niño posadeño, éste nunca fue abandonado por sus canes quienes lo cobijaron ante el frío y el terror que puede significar para un pequeño estar desorientado y lejos de su familia. Así las cosas, dos décadas después, también en el mes de julio, la valentía y el amor de los perros protagonizaron el final feliz en ambas historias.