Según testimonios, Puerto Londero fue fundado a fines de la década de 1920 y contó con un gran desarrollo durante las décadas del ‘40 y ‘50. En esa época existía en el sector un aserradero que empleaba mano de obra local y brasileña, y un importante intercambio comercial con Brasil, país limítrofe. Este paraje tenía Registro Civil, Correo Postal, destacamento policial, la escuela primaria provincial Nº 160, la capilla Virgen del Rosario y algunas viviendas de madera de dos plantas. Esa es la infraestructura que se destaca aún hoy, teniendo en cuenta el aislamiento de los pequeños centros urbanos de Misiones y de la ausencia de vía terrestre de comunicación con ellos.
Según Firmo Kunrath, durante el período de auge y mayor desarrollo laboral y económico, la zona estaba más densamente poblada que en la actualidad. “Estaban todos los obreros del aserradero y había unas 50 familias más o menos, después estaba Gendarmería, Prefectura, más tarde se fue Prefectura y vino la policía, los maestros. El momento de mayor esplendor fue en el año 1947, yo me acuerdo que había cinco maestros, había como 25 gendarmes, cinco oficiales de gendarmería, gente muy culta, educada. Todo era grandísimo, estaba el galpón del salón ahí porque era un pueblo grande, había muchas casas de negocios. Había una carnicería grande, están todavía los postes por ahí. Por todos lados había casas. Uno encuentra por todos lados por ahí por abajo los cepitos…” (sobre los que se levantaban las viviendas).
Kunrath – hijo del capataz del aserradero de esa época-, relató que “se hizo un aserradero muy grande, muy moderno para la época, que después se incendió y se construyó otro, pero ése era chaca – chaca, donde mi padre era capataz”.
Al encontrarse Puerto Londero a orillas del río Uruguay -curso de agua de fácil travesía para la población ya que las orillas de ambos límites nacionales se encuentran muy próximas-, y que la comunicación vía terrestre en territorio argentino era inexistente, se incrementaba y potenciaba las relaciones sociales y económicas con el Brasil. De este país provenían migrantes brasileros a radicarse, transeúntes ocasionales, comerciantes, y mercaderías de todo rubro.
Además de los nativos de Brasil y Argentina – en su mayoría hijos de inmigrantes alemanes e italianos-, se radicaron los pioneros de la inmigración europea en Sudamérica. El motivo de esta intercomunicación giraba principalmente entorno a la actividad económica que prioritariamente era la utilización de las vías navegables, esencialmente el río Uruguay. Por este curso de agua se desplazaban las “jangadas” (grandes balsas de troncos atados, para evitar su dispersión) que daban vida e impulso al quehacer que permitía la sobrevivencia o crecimiento pecuniario de los pobladores, según su condición social.
Estas jangadas daban empleo a mano de obra local que, según Isabel Sanazo de Londero, –esposa de uno de los copropietarios de las diez mil hectáreas a orillas del río Uruguay que dieron nombre al paraje- eran trasladadas, entre otros lugares, hasta la ciudad de Federación en la provincia de Entre Ríos. Esta intensa correspondencia económica, generó enlaces sociales de diferente naturaleza: matrimoniales, parentales, compadrazgos, amistades. De allí la inevitable alusión al país vecino en cuanta temática fuera abordada en los recuerdos de los testimonios recogidos, dado que de una u otra forma se encontraba vinculadas estas dos naciones. Otra consecuencia de este vínculo binacional es la construcción social del lenguaje local, popularmente llamado “portuñol”, es decir un ensamble gramatical y semiótico de los conceptos castellanos y portugueses.

Capilla “Virgen del Rosario”
El terreno donde está asentada la capilla “Virgen del Rosario”, originariamente pertenecía a la familia Londero pero luego el predio fue vendido a Enrique Frost. Fue construida muy cerca de la primera que data aproximadamente de la década del 40`. No existen registros escritos y muy escasa transmisión oral sobre la obra primigenia. Sí aseveran que fue desmontada y reconstruida con el propósito de permitir agrandar o ampliar la única escuela de la zona. Fue inaugurada en el año 1968, según Delsi Tomas -catequista desde hace 30 años-.
Las ventanas y tablas que pertenecían a la capilla desmontada fueron utilizadas para la construcción de la que se encuentra vigente. La mujer recuerda que numerosos pobladores colaboraron con su construcción, a algunos de los cuales los tiene muy presentes: “Son todos fallecidos ya pero de algunos nombres me acuerdo. Zipper era el apellido del brasilero que hizo todas las ventanas, Deno Rodríguez, Alfredo Rodríguez, Tomavila. Era chiquita pero me acuerdo. El más antiguo que quedó en el lugar es Cassol y mis papás José Tomas e Irondina Da Silva. Ellos también vinieron de Brasil cuando acá era un pueblo y había aserradero. Ellos vinieron a trabajar y ahí se juntaron para hacer la nueva iglesia, pero ya existía la antigua”.
De acuerdo a lo relatado por José Cassol, parte de la madera fue transportada desde Brasil y su constructor también provino del vecino país, dos elementos más que confirman el intenso intercambio entre ambos países. “La madera era de pino, los ladrillos de la base son de acá y creo que el resto de los materiales también son de acá. El techo estoy seguro que era de Brasil”. No sólo los materiales para la infraestructura eran importados, sino también la imagen de la virgen patrona, la campana y algunos accesorios decorativos, tal como señalaron los vecinos. “Todo era del Brasil, la campana que todavía está con el campanario. Fue Don Billi Lutt, que criaba ganado y vivía a cuatro kilómetros del predio, quien efectuó la donación. A la virgen la trajeron de Brasil, creo que fue Kunrath, también un rosario de piedras, y las tejas. Era fácil porque quedaba cerca, y en esa época daban permiso para hacer eso”. La construcción se concretó rápidamente gracias a la desinteresada colaboración y afecto depositado por los colonos en esta obra comunitaria que la sentían como propia. Fue rápido, en esa época no se cobraba, un vecino daba dos días, otro daba dos días y así”.
El templo convocaba a toda la población de la zona y contaba con la asistencia religiosa de un sacerdote no residente al que recuerdan con mucho afecto, el padre Max. No existía comunicación terrestre en territorio argentino, razón por la cual el religioso arribaba a Puerto Londero en embarcaciones a través del río Uruguay. Este sacerdote visitaba a los feligreses una vez al mes y oficiaba misa durante tres días continuos para satisfacer la demanda de los lugareños. Cassol, que había participó de los acontecimientos y cotidianeidad de la vida parroquial, narró que desde El Soberbio “venía a caíco. Se quedaba en la casa de cada uno. Cuando había misa podía pasar lo que sea pero él venia”.
Las fiestas religiosas se convertían en acontecimientos sociales que ocupaban a los colonos desde días previos a las fechas celebratorias, esto es, concreción de actividades como preparaciones culinarias caseras y de la vestimenta acorde a la ocasión, adquisiciones especiales como fuegos artificiales y hasta las barras de hielo que se transportaban de Brasil para refrescar las bebidas. Dada la importancia que tenia Puerto Londero, parece contradictorio que no tuviera tendido eléctrico que obligaba a abastecerse de hielo del país limítrofe.
Una vecina recordó que dos días antes empezaban a hacer “una cantidad de panes dulces en el horno de afuera. Sacaban una tanta, y ponían otra. También masitas, y rapadura con maní para los chicos. Al clarear el día, hacían estallar las bombas de estruendo, ya nos alegrábamos y estábamos prestos a salir. Era tan lindo!”.
Las fiestas -casamientos, bautismos, comuniones, confirmaciones- reunían a la población, en especial el día de la Virgen del Rosario, Santa Patrona del templo. “Antes, el 8 de diciembre era la fiesta grande, como decíamos. Como acá era un pueblo grande, estaba Aurora pero el principal pueblo de esos lugares era Londero, porque acá había trabajo, entonces venia hasta el obispo Jorge Kemerer para hacer la confirmación. Antes eran lindas las fiestas, bien preparadas”, agregó.
Primero todos iban a la iglesia. “Era un lleno total por dentro y por fuera. Muchas veces los que hacíamos la procesión no podíamos entrar adentro. Después seguía el fútbol y el baile. Con eso se completaba la fiesta. Cuentan que hasta en la cancha terminaron bailando varias veces, de la cantidad de gente que se acercaba a compartir ese momento”.