Mauricio Ezequiel Debarbora (25) soñaba con defender su tesis parado sobre la tarima del salón de actos, un espacio histórico del Instituto Balseiro, de Bariloche, pero la pandemia evitó que pudiera tener esa imagen del día en que se recibió de ingeniero nuclear. Pero no se puede quejar: Lo hizo desde la habitación de su casa, en el barrio Villa Urquiza, a través de la plataforma Zoom, aprobando con 10 su trabajo final.
Y lo mejor de todo fue que detrás de la puerta lo esperaban sus padres, tíos y una media docena de amigos para fundirse en esos interminables y merecidos abrazos por el logro profesional. “Fue uno de los días más felices de mi vida”, recordó emocionado.
Admitió que si bien se encuentra mucho más tranquilo, que en aquella jornada del 22 de julio, “recién estoy cayendo. Apenas recibido me sentía abrumado con todo lo que había pasado. Los últimos dos meses fueron complicados. Ahora puedo disfrutar de mi familia, de mis amigos, de tener mis momentos, estoy aprendiendo a tocar guitarra y dedicando mas tiempo a mi mismo, lo que me hace sentir bien”.
Apenas recibido, preguntaban a Mauricio ¿cómo me sentía?, y “yo no caía. Ahora lo siento mío, al decir soy ingeniero nuclear. Parecía que había terminado un semestre más de la facultad.
Ahora es como que estoy incorporando esa sensación del objetivo cumplido, aunque me pongo a pensar todo lo que pasó en el tiempo que estuve en Bariloche, cómo me sentía, las cosas que pasaron, las dificultades que tuve, cómo me sobrepuse a eso. Estoy dando valor a esas cosas, y me esta haciendo sentir bien”, insistió el ex alumno del colegio Roque González y del Instituto San Arnoldo Janssen.
Con el título de maestro mayor de obra en mano, el joven pensaba que sería una buena idea seguir ingeniería civil en la Facultad de Ingeniería de la UNaM. Y como sus amigos tomaron el rumbo hacia Oberá, se terminó uniendo a ellos.
En la Capital del Monte se encontraba “contento, bien”, pero con el paso del tiempo “no estaba tan convencido de la carrera. Veía otras cosas que me gustarían seguir estudiando. En ese tiempo conocí el Balseiro y decidí rendir el ingreso”.
Mauricio entiende que para su papá, Jorge Debarbora, mamá Susana Sosa y hermano Matías -es ingeniero mecánico, recibido en Córdoba y radicado en Chile-, “fue como una decisión encontrada. Si bien estaban contentos por lo que quería hacer, la idea que viviera a tres mil kilómetros de distancia, no les simpatizaba.
Somos muy familieros y entendíamos que iba a ser difícil el desarraigo. Sabía que una posibilidad de volver a vivir tranquilo en Posadas, trabajando de lo que me iba a recibir, era difícil. Pero recibí mucho apoyo. En ese momento estaba muy convencido de lo que quería hacer, era una meta que me proponía, me apoyaron en todo momento y creo que están contentos con lo que hice”, analizó, tratando de imaginar su vida, durante el 2017.
Aún no entiende muy bien que fue. Pero cuando empezó la universidad “comencé a ver que materias como física y matemática básica de las carrera, me resultaban muy interesantes. Después del horario de clases, en mi tiempo libre, me ponía a leer más sobre eso, veía documentales, me interiorizaba, buscaba en Internet cosas por mi cuenta.
A medida que fui avanzando en la carrera, ya no te enseñaban esa parte básica de la ciencia, y me di cuenta que yo quería más de eso. Era lo que me gustaba, lo que me apasionaba, quería seguir aprendiendo más sobre esos temas”, confió.
Conocía el Instituto a través de su amigo posadeño, Norberto Schmit, que se recibió el año pasado. “Empece a investigar, y pensé en la posibilidad de estudiar una carrera como ingeniería nuclear que tenía mucho de física, de matemática, y como es una ingeniería, tenes que tener un cierto sentido común para tomar decisiones, cómo diseñar cosas, cómo hacer cosas nuevas.
No es solo la parte científica sino que a la parte ingenieril también la tiene involucrada, y eran las dos cosas que me interesaban”, manifestó, al explicar el porqué de su decisión.
Ganar experiencia
Según Mauricio, muchos ingenieros nucleares recibidos en el Balseiro terminaron trabajando en INVAP. “Es una gran posibilidad, algo que me llama la atención pero no es algo a lo que me abocaría en este momento.
Es que necesitaría ganar más experiencia en lo que respecta a cómo desarrollar proyectos, en entender cómo organizar uno, necesito aprender otro tipo de cosas”.
Su idea es “entrar a ver cómo se maneja ese mundo dentro de la empresa, cómo trabajan los profesionales en esta industria, y aprender de ellos porque son los que tienen la experiencia, los que hicieron cosas importantes y están dispuestos a enseñar también a los que se están iniciando.
Es un buen camino de aprendizaje para formarse”.
Señaló que en otro momento “diría que mi sueño era trabajar o formarme en otro país, ver cómo son las cosas o como de desenvuelve la industria en otras latitudes. Pero sé que en Argentina también se puede aprender y se puede progresar.
Pero me gustaría mucho conocer a gente de otros países, ver qué enfoque le dan ellos en sus carreras, qué aprenden, qué saben y qué no”.
Sorteando obstáculos
Los primeros tiempos fueron difíciles para el profesional mientras estaba en Bariloche aunque, con el tiempo, logró hacerse de un grupo importante de amigos que “estábamos en la misma situación, y con quienes me sentí muy cómodo.
Pero mientras estaba acá, tomando la decisión, la parte mas difícil fue decir ¡me voy!”. Tenía intenciones de ingresar ya en 2016 pero “no estaba seguro si valía la pena dejar de lado la parte familiar con tal de ir a hacer eso que quería. Con el paso del tiempo me di cuenta que lo tenía que hacer. Decidí internarlo, y no me arrepiento. Estoy contento con mi decisión”.
Para el posadeño, el Instituto Balseiro superó “mis expectativas”. Destacó el nivel académico que “fue excepcional” y la calidad humana de los docentes. “Sentía que era importante para ellos enseñarnos lo mejor que podían.
Algunos no tienen necesidad de dar clases, lo hacen de forma vocacional porque quieren que continúe esto que tiene el Balseiro, producto de los docentes y los buenos alumnos. Fue muy difícil, las exigencias son muy altas. La beca era completa, lo único que tenía que hacer era estudiar. En mi curso éramos 12 y había clases hasta con cuatro profesores, eran mas bien clases personalizadas. Todos dan materias en las que ellos están trabajando”, valoró.
Estaba en Bariloche, terminando la tesis (mejoró un programa sobre código de cálculo de reactores nucleares), cuando apareció la pandemia. “Cuando me di cuenta que lo de la cuarentena seguiría por mucho tiempo, salió un permiso a nivel nacional para que las personas que no estaban en su domicilio, pudieran volver.
Fue entonces que me organice con un chico de Oberá y, otro de Posadas, y nos volvimos en auto en 42 horas, prácticamente sin dormir. Nos recorrimos el país en dos días para volver a casa”, rememoró.
Para el joven, rendir en forma virtual fue una sensación rara. “Nunca esperé que fuera así. Por suerte los profesores se adaptaron bien, pusieron empeño para que las clases no decaigan y que el formato de los exámenes se adapten a una modalidad virtual. Puedo decir que, inclusive, fue hasta mas tranquilo”. Es así que “rendí mi último final en la habitación, tranquilo, sin problemas.
Fue una experiencia distinta pero para nada mala. Tuve que dar la defensa de mi tesis, que es con lo que me recibí, por Zoom”. Expresó que “fue un poco raro porque lo que uno esperaba era recibirse haciendo la defensa de tesis en el salón de actos del instituto, que es como un lugar histórico.
Me hubiese gustado tener esa imagen mía parado sobre la tarima. Pero no me puedo quejar, estaba rindiendo en mi habitación, y en el living de casa tenia a media docena de amigos, tíos, padres. Fue, seguramente, uno de los días mas felices de mi vida”.
Añadió que “apenas terminé de rendir, me despedí de todos y cerré el Zoom, mamá entró a buscarme. Hubo harina, huevos, y corte de cabello, toda la ceremonia que caracteriza al recibir un título.
Fue algo muy lindo que pudieran estar todas estas personas. Hasta Bariloche hubiesen llegado mis padres, algunos tíos, algunos de mis amigos más cercanos, pero hubiese podido compartir con mis amigos del Sur, con las personas con las que conviví en ese tiempo, con los que nos bancamos mutuamente. Ese momento hubiese sido muy lindo. Pero no se puede pedir más, no me puedo quejar”.
Después de tanto sacrificio comprendió que “hay que buscar cosas que a uno le guste, independientemente de que lo piensen los demás. Y el camino será difícil, pero no hay que bajar los brazos por más que sea cuesta arriba. Hay que tener constancia y no bajar los brazos cuando las cosas no te salen o te equivocaste, y seguir con el sueño que uno tiene”, concluyó.
A tener en cuenta
El Instituto Balseiro es una de las entidades académicas de mayor alto nivel del país, que funciona en las instalaciones del Centro Atómico Bariloche por convenio entre la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) y la Comisión Nacional de Energía Atómica(CNEA).
Satélite argentino
Al satélite argentino Saocom 1B, recientemente lanzado al espacio, lo pudo ver “cuando lo estaban construyendo en INVAP (Investigación Aplicada), que es una empresa dedicada al diseño y construcción de sistemas tecnológicos complejos.
Justo era mi ultimo año de carrera, tuvimos una visita guiada y concurrimos hasta la firma para ver el salón donde se hacía el satélite. Me parece muy lindo que se haga algo así en Argentina, y sobre todo que haya podido estar tan cerca y ver cómo lo estaban preparando”.
Palabra autorizada
“Para nosotros, es un gran orgullo por el sacrificio que hizo el desde todo punto de vista, no solamente en el académico que, me consta, fue muy difícil, muy tedioso. Es un chico criado en una familia en la que mamá y papá siempre estuvieron presentes.
Por eso se que, en el fondo, también le costaba, igual que a nosotros. Pero es un gran orgullo porque persiguió sus sueños y los logró”, dijo Susana Sosa.
“Crié dos hijos varones para la vida -aunque suene trillado- pero tengo sentimientos encontrados como toda madre que quiere que estén cerca. Con mi esposo priorizamos que tienen que hacer lo que ellos quieran, que tienen que intentar todo lo que quieran. El techo se lo ponen ellos”, sostuvo.
Al tiempo que se mostró “agradecida a la vida y a Dios, que lo cuidó tan lejos de casa. Estoy satisfecha y orgullosa de mi hijo no sólo porque es un ingeniero nuclear sino porque es una excelente persona”.