Por: Lic. Hernán Centurión
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en el segundo trimestre de este 2020, el Producto Bruto Interno (PBI) de Argentina cayó más de un 19 %. Por su parte, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) informó que la desocupación trepó al 13,1%, es decir hay más de 4,5 millones de argentinos sin trabajo o con problemas para conseguirlo. Murieron más de 14 mil personas por el COVID-19 desde que se declaró el primer infectado en nuestro país el pasado 3 de marzo. La mayoría de los economistas reconocen que vamos a una de las peores, sino la peor, crisis de nuestra historia. De forma generalizada, se puede decir que la población está a un paso de “perder un tornillo” ante tanta cantidad de realidad negativa. Encima de todo ese peso se tuvo que observar el descaro, la burla y la impunidad de la clase dirigente resumida en un diputado de la nación, que se mostró en pleno acto íntimo con su pareja mientras se desarrollaba una sesión parlamentaria.
La imbecilidad de los que se atribuyen ser los representantes de la voluntad popular llegó al paroxismo. No hubo excusa que valiera, ni siquiera la primera frase de cualquiera de los idiotas útiles que cuando supieron que se trataba de un legislador del partido al que adhieren salieron a defenderlo. Hasta dónde los ha llevado el fanatismo de la política para tener que sustentar de forma gratuita (aunque probablemente no sea así), que militantes y actores minimizaran una situación inconcebible ante un pueblo que está harto de los gestos de esa casta, que cada vez los alejan más de ese gran sector que está fuera de la burbuja de los dedos en V y el “sí se puede”, y no se sienten representados por los mitómanos seriales, los reciclados de siempre, que están salvados económicamente y saben que al articular un par de frases hechas que contengan la palabra pueblo, patria o república, tienen asegurada su permanencia en una banca o en una estructura que nunca los deja de lado. Cabe en estas líneas citar el sincericidio del exgobernador pampeano Carlos Verna, que el 17 de octubre del año pasado dijo en un acto: “Nosotros los dirigentes siempre caemos parados, siempre tenemos un cargo, un amigo, una asesoría, un palenque donde rascarnos…”. O la frase de la actual ministra de Desarrollo Habitacional, María Eugenia Bielsa (que cuesta mucho entender que sea la hermana de Marcelo Bielsa, el actual técnico del Leeds United, conocido por su honestidad e integridad), quien antes de ser funcionaria había reconocido en una charla con militantes la cual se puede encontrar en internet: “Voy a ser sincera, me duele tener que sentarme en una mesa y explicar por qué robamos, muchachos perdónenme que lo diga así, robamos, y no hay que robar en la política, porque la plata del pueblo no se toca”. Así lo había expresado con énfasis mientras era aplaudida por los comensales. Si no hay que robar ¿entonces por qué lo hacen? Será por la sensación de impunidad que les otorga el poder, en un país donde la Justicia le cae con todo el peso al ciudadano común, mientras ellos se manejan a sus anchas, como cuando la principal dirigente tuvo el tupé de desafiar a un Tribunal cuando ya sabía que nuevamente había ganado las elecciones y retomado el poder con todo lo que eso implica, en una República en la que la Justicia no es independiente del Poder Ejecutivo: “A mí me absolvió y me absolverá la historia, y a ustedes los va a condenar la historia”, le dijo a los magistrados. Huelgan las explicaciones.
Llamó poderosísimamente la atención la rapidez con la que el diputado del Frente de Todos, Juan Emilio Ameri, se quedó sin apoyo. Apenas unas horas después, cuando en pleno uso de sus facultades conscientes, en “hora de trabajo”, sentado en su banca virtual, ante la mirada de los demás, no pudo guardar su lascivia para el ámbito privado. Ameri enseguida salió a explicar que creyó que estaba fuera de línea y ese fue el motivo de su acción. La Cámara baja fue golpeada por un tsunami de moralidad y a viva voz se pedía que el hombre fuera expulsado. Sergio Massa lo único que hizo fue dejar que todo fluyera bajo los dictados del sentido común y pidió la suspensión del representante de la provincia de Salta. No hubo espíritu de cuerpo, no hubo defensa en bloque. La repudiable actitud del diputado hizo erupcionar la indignación ante un acto sexual, pero jamás se ha escuchado que todos estuvieran de acuerdo cuando un integrante de la cámara era denunciado por un hecho de corrupción. Los argumentos que se esgrimen son que si alguien metió la mano en la lata eso lo resolverá la Justicia, la denuncia es una persecución, es el “law fare” bla bla bla. Pero que un diputado arme semejante escándalo al tocar un seno en público merece el repudio inmediato, y bien hecho que está, pero qué distinto sería todo si sus pares tampoco le dieran chance a quien malversa fondos públicos. Una utopía, dirían algunos, está en la naturaleza misma del ser humano caer en la tentación, pero específicamente la clase dirigente argentina ha dado sobradas muestras de innumerables Adanes llevándose la fruta prohibida para su propio paraíso. ¿Cómo pueden? Con cada vez más gente en la miseria.
En la parte legislativa la pandemia mostró el ingenio para la trampa del legislador Esteban Bullrich, que mandó imprimir una gigantografía suya para que lo reemplazara mientras él se iba a hacer vaya uno a saber qué cosa. Y el descuido del diputado Luciano Laspina cambiándose la ropa en plena sesión. Otros, subyugados por las siestas de Morfeo. Y Ameri, y Ameri hizo recordar al senador por Tucumán, José Alperovich, que el año pasado fue denunciado en la Justicia y con una carta abierta por su sobrina por hechos de violación. Ahí sí se vio el espíritu de cuerpo del bloque, que peleó discursivamente para aplacar otra situación escandalosa. Finalmente el legislador pidió licencia para defenderse de la acusación. A diferencia de lo que pasó con Ameri, nadie vio en vivo cuando según lo denunciado, Alperovich realizaba los actos sexuales contra la joven. Ojos que no ven, basura que se puede “aguantar” bajo la alfombra.
De regreso con el diputado salteño, rápido de reflejos presentó la renuncia antes que ocurriera una expulsión. De por sí ese trámite se iba demorar semanas y el “enroque” legislativo entre gallos y medianoche hasta podría llegar a conseguir que lo perdonaran en la medida que pasaran los días y se calmara la tormenta. Pero al presentar su dimisión, podrá volver a integrar una lista o aspirar a un cargo público a futuro. En principio se mencionó que tenía denuncias por acoso sexual, pero éstas habrían sido solamente denuncias públicas y manifestaciones de grupos de mujeres en su contra. No habría este tenor de acusaciones en la Justicia, aunque sí tuvo casos por amenazas y daños, según los datos que maneja el Ministerio Público de Salta.
¡Sin tetas no hay paraíso diputado! Por eso, “por ahora del Estado yo mejor me las pico”, habrá pensado Ameri. Seguro lo verán volver, con la frente marchita, en alguna recóndita oficina, con la misma asesora, o con alguna otra secretaria, pero sin cámaras en el despacho y con una cinta adhesiva color oscuro en la cámara de la laptop.
Para ser justos, son menos los dirigentes como Ameri que sólo en países con corrupción enquistada como el nuestro usan descaradamente los cargos públicos. Si fueran mayoría, de verdad seríamos Costa Pobre, aquella nación corrupta gobernada por el dictador encarnado por el actor Alberto Olmedo. Pero al que le quepa el sayo que se lo ponga.
Imposible terminar de hablar del bochorno del diputado sin mencionar las estrofas del tango Cambalache. Una letra profética que no tiene tiempo y cada vez nos muestra cuánta razón tenía Discépolo. “El que no llora no mama y el que no afana es un gil. ¡Dale nomás…! ¡Dale que va…”