Clelia “Teté” Horrisberger (85) se ingenió para afrontar la pandemia de una manera diferente. En realidad, fue una de sus nietas la que se interiorizó sobre la actividad que realiza el Programa Vecinos Sustentables y le transfirió la idea.
Y “como no hago mucho en la casa, me gustó experimentar con esto. Me entusiasmé y voy haciendo cada día un poquito”, contó la abuela, al tiempo que aconsejó a sus amigas para que también lo hagan, teniendo en cuenta que “no podemos ir a ninguna parte”.
En Concepción de la Sierra vive una de sus tías, con unos años más que ella, “que estos días llamó para saludarme y me preguntó qué es lo que yo hacía. Cuando le conté, me dijo: yo también voy a hacerlas Teté. Así que ya tengo una en la lista de seguidores”, contó, entre risas.
Sostuvo que los recipientes plásticos “son fáciles de conseguir, en realidad, todo es fácil –corrigió- porque todos son recortes de plásticos que se usan en la casa” que la mujer recorta prolijamente y arma las “botellas de amor”.
En ellas introduce papeles de golosinas, de fideos, cepillos de dientes, cucharitas de helado, “pero tienen que estar limpitos. Los lavo, los corto, y los empujo con algún elemento para que quede compacto porque muchas veces parece que están llenas pero, comprimiento, se hace espacio”.
Si bien la familia (hijo Roberto, nuera Graciela y nietas: María Victoria, María Emilia y María Ángela) es absolutamente consciente de la problemática y es su “proveedora”, “Teté” comentó que tiene que estar atenta para que no tiren nada a la basura. “Abuela, ´acá hay botellas´ o ´acá tengo un papelito´, me dicen. No se tira nada, se junta todo”, acotó.
Dijo que “Estoy contenta con esta tarea porque realizándola me siento útil. Sirve para combatir un poco los focos de basura que tanto vemos por las calles. Comen algo y tiran, me molesta porque de esa manera nunca vamos a tener la ciudad limpia”.
“Recupero todo eso y después vienen los chicos, recolectan y mandan a Buenos Aires donde confeccionan muebles de plástico, que tienen mucha utilidad. No tengo idea cuanto aporté, pero en estos meses hice varias entregas”, celebró.
Por lo general, el momento elegido para estas “manualidades” es desde la tarde y hasta la noche. “Me pongo delante del televisor, y aunque no vea la imagen, escucho los comentarios, mientras me entretengo”, acotó la mujer, a la que le gusta mucho la cerveza, y en su familia le dicen que ese es el secreto de la juventud, que la mantiene tan dinámica, alegre, jovial.
Nacida en el barrio Rocamora, de Posadas, reconoció que al comienzo, la pandemia le producía depresión porque está acostumbrada a salir. “Me gusta viajar, y estaba media molesta, pero con esto me distraigo. En ocasiones hago un parate y me vuelco al tejido, haciendo carpetitas. Pero esto es lo que me llama la atención, quiero ver más botellas llenas. Hago solo con lo que tenemos, se genera bastante basura de este tipo”.
Siendo joven, “Teté” vivía en Buenos Aires, en casa de unos tíos que viajaban mucho, entonces los acompañaba en sus paseos a Mar del Plata, Córdoba, Salta, Jujuy. “Hacia donde se les ocurría ir, los seguía. Le tomé el gusto y no quería quedar. Pero cuando regresé a Misiones, me casé, y ya no hubo viajes”.
Fue entonces que hace unos años, su nuera la anotó en el Club de Abuelos “Eterna juventud”, que funciona en la Delegación Municipal de Itaembé Miní, y con sus integrantes efectuó varias travesías. “Volví a Salta, a Jujuy, fuimos a muchos lugares del interior, a la Fiesta del Inmigrante, de picnic al Salto Berrondo, e hice amistades”.
“Eso es lo que extraño. Pero ahora me estoy acostumbrando porque pienso que no solo a mi me pasa, a todos las personas le sucede lo mismo. Ojalá esto termine pronto para poder salir, por eso me quiero cuidar, para poder volver a salir”. De todos modos, aunque termine la pandemia, aseguró que continuará llenando botellas “porque esto del plástico no se va a terminar nunca”, agregó.
Qué tiempos aquellos
“Teté” estudió peluquería en Buenos Aires, profesión a la que se dedicó hasta después de casarse con Ángel Augusto Solís. Cuando llegaron sus hijos, Teresita y Roberto Augusto, prefirió quedarse a cuidarlos, convirtiéndose en ama de casa.
De su barrio, recordó las calles de tierra bien “coloradas”, sin nada de asfalto, nada de veredas. “Así nos criamos con mis hermanos Ema, Dora y Miguel pero todos felices, jugando juntos. Cada vez que paso por ahí no quiero ni mirar porque está todavía mi casita vieja. Me da mucha nostalgia”.
Gumercindo, su papá, y varios tíos, fueron los fundadores del Club Huracán, que quedaba a escasos metros. Manifestó que para hacer las compras su mamá, Cornelia Godoy, les mandaba al centro porque sobre Santa Catalina, estaba la despensa de Ramón Saucedo pero “no tenía tantas cosas”.
En el centro estaba la tienda Buenos Aires y la frutería del mismo nombre, donde se compraban cosas de calidad. Además, “cerca del agua corriente, había un señor de apellido Leiva, que traía cosas de Buenos Aires. Hacíamos el pedido y todos los meses él nos llevaba las cosas porque en los almacenes casi no se conseguía”.
Con un particular aprecio rememoró a “Viejato”, un almacenero que tenía teléfono. Hasta allí, iban a comprar cuando eran chicos y “siempre pedíamos la yapa. Como no nos daba, le decíamos ´viejo´, ´viejito´, bueno, ´viejato´ (así quedó el apodo). Bueno ´viejata´ –nos decía-, esperá, y nos daba un caramelo de yapa. Era nuestra diversión”.
Fue a la Escuela N° 106, en Santa Catalina y Rocamora. Antes de terminar sexto, el establecimiento se mudó a Lavalle y Almirante Brown, y “nosotros hicimos la mudanza de a pie, como podíamos, pero todos ayudamos, y luego de dos meses terminaron las clases”.
Vecinos de los Cormillot
Un párrafo aparte merecen los padres y una hermana del doctor Alberto Cormillot, que vivían en inmediaciones de la iglesia San Antonio. “El doctor se había ido a estudiar a Buenos Aires, y su papá tenía un voiture, chiquitito como un juguete, al que le ponía parlantes y hacía propaganda de la tienda Buenos Aires, de Casa Fedorischak, de Mercería Pilú, y de una joyería.
El hombre era de la policía, pero en sus francos se ocupaba de la publicidad. Cada sábado se ponía en una esquina de Villa Urquiza o de otros barrios, y cuando le tocaba Rocamora, paraba frente a casa, nos quedábamos contentos porque venían a tocar música”.
En el pasto que había en el barranco, los jóvenes se sentaban en hilera y le pedían que pasara temas de la época, boleros y, él, los complacía. “A mi primero, a mi primero, se escuchaba, y nos volvíamos a sentar”.
Cuando su papá falleció y “Teté” instaló su peluquería en el barrio, con la ayuda económica de su tío, la esposa de Cormillot, a la que le decían “Inesita”, fue su primera cliente. “Después me traía clientas del centro, amigas de ella, y les exigía que me dejaran propina, aduciendo que yo recién empezaba”.