Cuando la energía circula, cuando los fuegos avanzan y nos rodean, suben las térmicas interna y externa, y nos eleva a través de la transformación de las emociones y sus pensamientos de origen. Suben los aires hacia la garganta, suben y tienen necesidad de ser soltados, expulsados.
Cuando todo el movimiento es desde la percepción plena, desde ese estado impasible que no nace ni muere, nosotros nos podemos situar como los observados desde adentro y afuera, arriba y abajo, y volviendo al centro. Nos vemos desde ese centro vacío que somos y habitamos sin miedo, sin juicios, sin rótulos, sin identificaciones.
Nos vemos desde esa parte que no es nuestra identidad, desde el todo nos percibimos y podemos ser canales vacíos por donde ascienden y descienden las energías, el calor, la luz. Somos entonces canales transmutadores de nuestras vidas y del entorno.
Sólo nos sucede cuando nos entregamos y nos volvemos sencillos, simples y naturales. Despojándonos de todo hasta que no quede nada, soltando las identificaciones, atravesando nuestra zona de confort podemos derribar las murallas del ego que construimos por el miedo que nos produce no poder controlar.
Esas murallas que pensamos nos protegen, en realidad nos atrapan. Abrir la garganta al canto, a la palabra, a la exhalación y dejar salir todo aquello que alguna vez quedó estancado atrapado por miedo.
Volverse sencillo y natural, es volverse inocente como niños, recuperar la alegría para que el miedo no nos invada. Pegar el salto al vacío sabiendo que somos momentos y que sólo existimos en el presente.