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Más allá de no ser de la tierra colorada, no cabe duda que Darío Alberto Labaroni (60) marcó una huella imborrable en las canchas locales. Tanto en su faceta de jugador como en la de entrenador, el platense dejó su sello en cuanto a lo deportivo y es uno de los íconos del fútbol de la provincia.
Debutó con apenas 15 años y a los 20, con un bolso cargado de ilusiones, desembarcó de pura casualidad en Posadas, en una primera incursión que quedó para el olvido y tras la cual se prometió “nunca más volver”. Sin embargo, el destino se empecinó con Misiones y una llamada le cambió la vida.
“Soy un misionero más”, confiesa hoy a EL DEPORTIVO, a poco de cumplir 61 años y con las raíces firmes en la tierra colorada. En un mano a mano con este suple, Laba repasó su extensa carrera como futbolista, con anécdotas inéditas sobre su debut, el desembarco en la provincia, la llegada a Guaraní Antonio Franco, aquel primer ciclo frustrado y un regreso que le cambió la vida, además de su transformación de futbolista a entrenador. Imperdible.
¿Dónde diste tus primeros pasos en Primera?
A los 15 años debuté en Villa San Carlos, en la Primera C. Jugaba de nueve, de delantero. Si bien tenía el problema de la estatura, hacía goles. Tal es así que, a los 17, cuando estaba en la Reserva de Gimnasia de La Plata, salí goleador del torneo de AFA. Después, el Gallego Rosl me llevó al banco de Primera. Y ahí me hizo debutar José Puchero Varacka.
¿Y cómo terminaste jugando de volante central?
Cuando Horacio Bongiovanni era técnico de Guaraní, yo ya jugaba de 10, ya me habían corrido de puesto. Y estaba por empezar un Regional y llega Jorge Ramoa. Yo estaba jugando bien y no me podía sacar, entonces Horacio me dijo ‘mirá Darío, vas a tener que jugar de 8’. Yo dije que sí, me pareció que era un puesto parecido. Y a la semana lo traen al Flaco Dykstra, también de Boca Juniors. Ahí me dice Bongiovanni que iba a tener que jugar de 5. Le dije que ‘ni en pedo’. Nos peleamos con él por eso, pero terminé jugando gracias a Eduardo Moulia, mi amigo y hermano de toda la vida.
¿Moulia te convenció o cómo fue?
Justo jugábamos un partido decisivo ante Luz y Fuerza en cancha de Atlético Posadas. Ese día había un diluvio, estaba todo inundado. Y yo le había dicho que no jugaba apenas unas horas antes. A eso se sumó Moulia, que le dijo que si yo no jugaba, él tampoco. La cuestión es que jugué y, según los medios, fui figura en ese partido. Y desde ese día, nunca más volví a jugar en otro puesto.
¿Cómo llegaste a Guaraní?
Fue de pura casualidad. Yo estaba jugando una final en Trenque Lauquen, con un equipo que todos los años salía último. Se van a reír del nombre, se llamaba Club Atlético Las Guasquitas (N. de R: de hecho, el club todavía existe). Ahí tenía que ir los viernes nomás. Terminaba el partido y ya nos pagaban, era algo así como 20 o 30 mil pesos en plata de hoy. Y pata de cerdo, chorizo, carne, porque es toda una zona de campo. La cuestión es que allá estaba Tarucho Macías, que era dirigente de Guaraní. Un día me dijo si me interesaba venirme a Misiones y yo, a los 20 años, tenía la valija cargada para irme a cualquier lado. A la semana me vine.
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¿Cómo fue esa experiencia?
Fue cómica. Durante los primeros tres meses, no jugué ni a la bolita. Estaba de técnico Nelson Chabay y no me quería ni ver. De esa época, no me olvidó más: ganaba 600 pesos, que me alcanzaban para pagar el hotel y la comida. Vivía en el Hotel Nagel y comía lo más barato que había, en la esquina de Uruguay y Mitre, en el barcito que hasta hoy existe. Era surubí y papa hervida todos los días, para lo único que me alcanzaba. Y en el vestuario no me hablaba nadie, era el único de afuera. Cuando llegaron las fiestas, me dije “no vuelvo nunca más a Misiones”.
Y volviste…
En la última práctica antes de las vacaciones, nadie lo sabía, pero Horacio Bongiovanni estaba mirando el entrenamiento desde la tribuna. Hicimos un partido, terminó la práctica y me fui. Teníamos que volver el 2 de enero y, obviamente, yo no regresé. El 3 de enero me llama Tarucho, yo le agradecí todo pero le dije que no volvía. Y el 7 me llama Humberto Tono Pérez. ‘Lo estamos esperando, ¿por qué no viene?’, me dice… Yo le dije que ganaba 600 pesos, que me pagaba todo, me moría de hambre y encima no jugaba. ‘Usted es prioridad para el técnico, así que venga”, me respondió. Sucedió que Bongiovanni había asumido como DT y después de esa última práctica, preguntó quién era yo, pero nadie me conocía, entonces saltó Tarucho y le contó. Ahí volví y pasé a cobrar 4.200 pesos más el hotel y la comida, una fortuna para la época. Son las cosas del fútbol…
Ese 85 fue histórico para Guaraní y para el fútbol misionero…
Siempre digo que respeto mucho lo que logró el club en 1981 (N. de R: cuando Guaraní debutó en el Nacional con un 2-2 ante River), pero lo del 85 fue impresionante porque, por ejemplo, Independiente se bajó del avión de ser campeón del mundo y le ganamos 1-0 con ese recordado gol de Palito Arce (N. de R: tras pase del propio Labaroni). Recuerdo que la revista El Gráfico tituló ‘Infierno Misionero’. Nadie lo podía creer, porque era imposible ganarle a ese Independiente. Hasta el día de hoy es algo que muchos recuerdan.
Fue un antes y un después…
Sí, ese partido nos marcó a todos. A mí, por ejemplo, me dio la posibilidad de volver a Buenos Aires. Antes de eso, ya había jugado un partido allá ante Huracán, hice un gol y eso me abrió las puertas.
Tras el paso por El Globo, volviste a Posadas… y te quedaste acá…
Sí, con Huracán terminamos de mitad de tabla para arriba, pero nos liquidó el promedio y descendimos. Tuve varias ofertas, pero volví a Posadas. Acá ya estaba como entrenador Juancito Echecopar, siempre lo digo, el técnico que me enseñó a hablar, a nunca hablar por separado para que después no se diga otra cosa. Después de eso, tuve un llamado de Douglas Haig, que estaba en la B Nacional, mientras que Guaraní ya jugaba el torneo local. Tuve la oportunidad, pero ya no me fui.
¿Por qué decidiste quedarte?
A mí me trataron muy bien acá. Mi trabajo, mis hijas, mi hijo, todo está acá. Misiones me dio todo eso. Hace dos años falleció mi mamá, me fui a Buenos Aires y al tercer día ya me quería volver. Muchos no se dan cuenta de lo linda que es la provincia. Pegás una vuelta a la Costanera, recorrés las rutas del interior. Es increíble todo lo que tenemos acá.
¿Qué rival fue el que más te complicó dentro de la cancha?
Bochini no me complicó, directamente soñé con él (se ríe). Mis mayores virtudes siempre fueron el anticipo y la pegada. Y al Bocha, cuando lo quería anticipar, ya no tenía más la pelota. Fue otro partido anecdótico contra Independiente, que perdimos 3-0 pero nos fuimos ovacionados. También Enzo Francescoli, pero era diferente a Bochini, tenía un tranco largo que, si te ganaba la posición, no lo agarrabas más. También jugué contra el Beto Alonso, entro otros grandes de la época. Por mi puesto, siempre me tocó bailar con la más fea…
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¿Es cierto que casi te retirás muy joven?
Es cierto. Tenía 19 años y pensé en dejar de jugar por una lesión. Yo estaba en Argentino de Quilmes, con Pachamé como técnico. Él agarró Estudiantes y me dice ‘Darío, no te puedo llevar porque no te curas’. Estuve un año sin jugar, hasta que con un grupo de amigos empezamos a recorrer la provincia de Buenos Aires. Y así llegué a Las Guasquitas, en Trenque Lauquen, que es donde empezó mi historia con Guaraní y con Misiones.
De todas maneras, el adiós fue también de joven, a los 31…
El tema fue así. El Negro Roldán estaba de técnico y yo venía con un problema de mi mujer, y no podía dormir. Y siempre dije que, el día que me cueste entrenar, no jugaba más. Entonces iba fusilado a las prácticas, pero no por vago. Y un día el Negro me dice ‘mirá Darío, necesito un ayudante de campo, si querés seguir jugando yo te banco, y si no, te invito a que seas mi ayudante’. Le dije que lo iba a pensar, pero fue gracioso… Como jugador cobraba 7 mil y, como ayudante, 15 mil. No lo dudé (se ríe)… Lo llamé al Negro y le dije ‘acá tenés a tu ayudante’.
Y arrancaste desde el banco…
Sí, sí. El Negro me dio mucho, fue extraordinario conmigo. Él me enseñó el manejo de grupo, que es tan importante. Si no lo tenés, te pasan por arriba. Con él estuve en el ascenso de San Martín de Tucumán a Primera. Y ahí dirigí en Reserva.
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Dirigiste varios equipos de acá…
Sí y con casi todos gané títulos, solo me faltó con Candelaria. Con Guaraní ganamos en 2000 y fuimos bicampeones en 2002. Después llegué a Huracán, donde ganamos el primer campeonato del club. Eso fue algo para destacar, porque agarré un grupo de jugadores grandes que nadie quería y se armó un equipazo que jugaba muy bien. También pude festejar con Rosamonte.
¿Qué te quedó de ese Huracán de Rocamora?
Esos jugadores jugaban muy bien y lo voy a remarcar siempre. Recuerdo el día que perdimos la semi del Torneo del Interior por 3-2 ante Sol de América, en Formosa… Terminamos con ocho jugadores, pero los chicos dejaron todo, al punto que el rival pedía la hora. Cuando terminó el partido, el presi Topa López, que en paz descanse, me dijo ‘menos mal que perdimos’. Yo primero lo quería boxear, pero después entendí. ‘Darío, no damos más, no tenemos un mango’, me contó. Con ese Huracán comíamos en los comedores estudiantiles porque nos salía más barato. Fue un esfuerzo muy grande el que se hizo.
Con ese Huracán vivieron una situación extrema en Corrientes…
Uffff… Jugamos contra Lipton en Corrientes y acá, en la ida, hubo problemas entre las hinchadas. Cuando fuimos allá, nos recibieron y despidieron a piedrazos. Ni la montada nos podía sacar. La Policía se portó bien y nos sacó de la cancha, pero tuvo que abrir camino a los palazos. Eso antes era más común, jugar de visitante no era fácil…
El local te hacía sentir el rigor…
Visitar a Chaco For Ever, Juventud Antoniana, Chacarita, era muy complicado. En cancha de Chaca una vez nos llenaron el vestuario de aceite para que nos resbalemos y cuando salíamos a la cancha nos esperaba la hinchada. ¡Era una cosa de locos! Te metían adentro de la cancha a las piñas. En Chaco, por ejemplo, bajabas del colectivo y había un pasillo de diez metros hasta el vestuario. Había un vallado policial pero, cuando empezabas a caminar, los policías se daban vuelta. ¡Mamá! ¡La de piñas que nos pegaban! Nos bancábamos cada cosa. Y eso muchas veces nos daba más ganas de jugar.
¿Es cierto que alguna vez te tuviste que ‘disfrazar’ de periodista para zafar en una tribuna visitante?
(Se ríe)… Yo era ayudante de campo en Central Córdoba de Santiago del Estero, estaba con Roldán. Y un día me voy a Jujuy, a ver Gimnasia ante Almirante Brown, porque de ahí salía nuestro próximo rival. En ese tiempo no había celular, así que voy con mi agenda a la platea y empiezo a anotar. Los hinchas sospecharon algo y empezaron a preguntar quién era yo y de dónde venía. Y se me ocurrió decirles que era del Diario Popular (se ríe), que estaba cubriendo el partido. Ahí me agarraron confianza y me empezaron a tirar datos del equipo… Yo, claro, anotaba todo. Nadie se enteró que era un espía… (se ríe)
En Oberá también tuviste una que quedó para el recuerdo…
Sí (se ríe). Fue la definición de un Provincial contra Atlético Oberá, con Huracán. Era el tercer partido y, si empatábamos, salían campeones ellos. Estábamos 1-1 y se lesiona un jugador mío, Luis Pichi Olivera. Entonces hago el cambio… Y a los minutos viene el utilero y me dice ‘Darío, Pichi está jugando’. ¡Estábamos jugando con doce! Ahí le digo que vaya, pegue la vuelta y le diga a Pichi que salga. Enseguida hicimos el 2-1 y ganamos. Ellos hicieron la protesta, pero ahí citamos a Boca del 69, que durante 20 minutos jugó con doce contra Central. La cuestión es que ganamos.
Hay un viaje insólito con Huracán hacia Asia…
Sí (se ríe). Eso fue en Buenos Aires. Llego un martes a entrenar con Huracán y me preguntan si tenía pasaporte. ¿Qué iba a tener pasaporte yo? Me lo tramitaron enseguida y ese jueves agarramos un vuelo de 36 horas a Corea del Sur. Pensamos que íbamos a jugar dos partidos, pero estuvimos un mes allá. Había nueve selecciones que se preparaban para el Mundial de 1986. Jugamos contra Canadá, las dos Corea, Irak y no recuerdo el resto. De Sudamérica estábamos nosotros, Unión Española de Chile y Bangú de Brasil.
¿Cómo fue estar un mes allá?
Fue una locura, caminábamos por las paredes. Y la cultura, al menos en ese momento, era muy diferente. Un día voy a un negocio y llega una señora, le abro la puerta y le hago señas para que pase primero. Y la mujer se clavó ahí y no se movía. Vino el traductor y me dijo ‘ no se va a mover’. Tuvo su parte cómica pero, a la vez, fue muy triste. Caminando por las calles en Corea te dabas cuenta que la mujer iba siempre dos pasos atrás del hombre y cargada de bolsas. Era una sociedad totalmente machista.
¿Por qué le cuesta tanto triunfar al fútbol misionero con jugadores locales?
Mirá, en la época en la que jugaba, el 90 por ciento del equipo eran misioneros. Entonces, ¿qué cambió de ese entonces a hoy? Creo que el problema es la ambición rápida, la exigencia a los dirigentes por ganar títulos para ser reelectos. Hay que hacerle entender a la gente que hay que darle prioridad a los nuestros. Para eso, quizás dejemos de figurar dos o tres años, pero vamos a tener un proyecto serio y formar jugadores. La organización y no depender del resultado son fundamentales. Acá siempre se hizo mucho hincapié en la trayectoria, pero dejémonos de joder con eso un tiempo, porque mirá dónde estamos hoy a nivel deportivo. Esto lo digo después de estar fuera de la provincia, que muchas veces los clubes de acá traen 20 jugadores para la temporada, termina, se van esos 20 y vienen otros 20. Y nunca hay una base.
Y eso arrastra más problemas…
Claro.. Y graves. Antes los jugadores de acá tenían las mismas posibilidades que los de afuera. Hoy el chico no se dedica porque los técnicos ponen a los de afuera y no le dan chances. Antes, el jugador de acá y el de afuera ganaban prácticamente lo mismo. Ahora, al pibe local dicen ‘vamos a darle cinco mangos, total vive acá’. Y el de afuera se lleva 500.
¿Te quedó algo pendiente en el fútbol?
No, soy un agradecido al fútbol. Jugué en Primera C, Primera B, Primera A. Como técnico dirigí Federal B, Federal A, la B Nacional y Primera. ¿Qué más puedo pedir? Y todo eso, desde Misiones, porque estar en Buenos Aires te da otras posibilidades.
No quedan dudas de que ya sos un misionero más…
Ya perdí la cuenta de cuánto tiempo llevo acá. Me encanta todo de acá. Sin dudas, soy un misionero más.