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“Hoy está entronizada la figura de la víctima”, advierte la psicoanalista y ensayista Alexandra Kohan, que en “Y sin embargo, el amor” aborda entre otras cuestiones los riesgos que afronta el sujeto cuando queda cristalizado en posiciones de sufrimiento y advierte al respecto que “permanecer en el dolor nos deja en un lugar infantilizado, pasivo y victimizado”.
Las víctimas de múltiples formas de abuso o acoso tienen hoy una centralidad en la escena en un rango que va desde la visibilización testimonial de algún modo de sometimiento hasta el escrache virtual a quienes lo perpetraron ¿Cuáles son los riesgos de este fenómeno?
Hoy está entronizada la figura de la víctima. Y contrariamente a pensar que estamos visibilizando, en realidad estamos silenciando porque alguien que está en el lugar de víctima queda coagulado ahí. Y casi que queda anulada su posición de sujeto. Es víctima, y como víctima es sacralizada. Y si es sacralizada, es intocable y no se puede mover de ahí. Después están los que se enojan con las víctimas porque no son lo que ellos creían que eran.
Y ahí viene otro aspecto: qué pasa con el testimonio de la víctima, qué grado de lectura se puede hacer desde esa posición y por qué, conjuntamente con conferirle el lugar de autoridad, se censura que pueda tomar la palabra alguien que no estuvo en ese lugar. La víctima es la nueva autoridad, en todo. “Vos que no pasaste por esto mismo que pasé yo no podés hablar”. Hay todo el tiempo una competencia por establecer quién es más víctima, por conferirle autoridad y silenciar a todos aquellos que no fueron víctimas del mismo modo.
Se dice que el sistema judicial revictimiza. Sí, el sistema judicial revictimiza, pero no es el único que lo hace. Y eso sí es de esta época. Porque víctimas hubo en todas las épocas pero la idea de que la única autoridad es la de la víctima no sé si estuvo antes. Sobre la Shoá escribió un montón de gente que no estuvo en los campos de concentración, pero pareciera que ahora solo se puede hablar si pasaste por la experiencia, si lo viviste. El problema no es que haya víctimas y las reconozcamos, sino la autoridad que cobran automáticamente. Eso anula otras intervenciones.
¿El problema de esa épica es que fosiliza posiciones?
Efectivamente, hay toda una narración épica de la víctima. Y eso te impide a vos revisarte y te deja más sometido. Porque para mí la emancipación tiene que ver con revisarse uno y no con estar denunciando al otro todo el tiempo y quedarse en el lugar de la víctima. Hay una épica que impide. Esa es la pista de lectura. Lo que impide. No solo lo que no permite sino lo que impide. Porque no es solo que no funciona para evitarnos más daño sino que termina impidiendo otras cosas y nos deja más alienados al otro. Más sometidos, más alineados, más dominados. La épica es un callejón sin salida porque después tenés que obedecer a esa figura que vos construiste.
Esta cuestión se entronca también con la idea de empatía que te genera algunas objeciones…
Es que no sólo no te podés poner en el lugar de la víctima sino que cuando intentás hacerlo estás sacando al otro de su lugar. Por eso la empatía tiene ese doble filo. Me refiero a los usos de la empatía como modo de decir “si no pensás como yo es porque no tenés empatía”. Todo eso se puede poner en serie como nuevas palabras rimbombantes de la época. Las nuevas palabras de la enciclopedia del bien, del manual de cómo ser buena persona, obviamente a condición de que eso no me atraviese a mí. Porque el que no es empático siempre es el otro, el que hizo todo mal siempre es el otro. El que rompió la cuarentena es el otro, el antiderechos es el otro… Todo es sacarse de encima cualquier tipo de situación que te provoque una vacilación de tu certeza.
“Hoy hay más indignación porque alguien clavó un visto que por un comentario antisemita”
En paralelo a sus indagaciones sobre la naturaleza insondable del deseo, la psicoanalista alerta sobre el sesgo punitivista que acecha en la pretensión de redefinir los vínculos y sostiene que “decir qué es y qué no es amor, no tiene nada que ver con visibilizar violencias” y advierte sobre los discursos contra la otredad que adoptan variantes cada vez más radicalizadas en la redes.
¿Cómo se vincula ese discurso tan normativo y punitivo sobre las formas de relacionarse con el otro con el fenómeno del odio y el rechazo al “distinto” que está hoy centro de las sociedades?
Es interesante la relación con estos discursos del odio, incluso proveniente de sectores progresistas. Porque el discurso del odio del nazi es estridente y uno lo reconoce sin esfuerzo. ¿Pero qué pasa cuando el odio va tomando las esferas más progresistas, cuando dentro de algo familiar que es un cierto sector en el que uno se mueve surge un estado de vigilancia y de punitivismo que da miedo y parece siniestro? De la derecha y de los discursos reaccionarios espero eso, pero no lo espero de ciertos lugares y cuando aparece ahí descoloca. Es el concepto de ominosidad de Freud: cuando en lo familiar algo deviene extraño en el sentido de la otredad radical. En ese caso diría los discursos de odio, la vigilancia permanente, el escrache permanente… No el escrache de denunciar a alguien porque te acosó. Me refiero a los pequeños escraches en lo que podría estar yo incluida, porque no me siento afuera de eso. Tiene que ver, por ejemplo, con exhibir la captura de pantalla de una conversación que fue un pacto íntimo.
Eso se está viendo claramente con respecto a la pandemia: los discursos que están surgiendo desde cierto progresismo en relación a la gente que rompe la cuarentena. Es muy sencillo ser tolerante a la otredad cuando esa otredad ya está establecida. Tolerar al judío, al negro o al homosexual. La otredad que hay que poder alojar es la radical, la que alude a ese otro no que no me representa sino que hace algo que excede lo que yo querría que hiciera. Porque es otro, justamente. Paradójicamente, el nazismo en las redes es muy tolerado… a veces noto más indignación porque alguien clavó un visto que porque alguien hizo un comentario antisemita. Y sí se establecen nuevos regímenes de dominación. Es pueril creer que ahora no va a haber dominación.
Las redes organizan los intercambios por patrones de afinidad y uno se acostumbra a transitar circuitos amables y condescendientes ¿La radicalización y los intercambios agresivos en las redes son producto de esta especie de desacostumbramiento al disenso?
Falta la gimnasia política de poder conversar con el adversario y no hacerlo pelota en las redes sociales. El asunto es ver qué tipo de conversación podés mantener con alguien que no piensa como vos. Porque si no, solo hablo con la gente que piensa como yo, solo escucho la radio que dice lo que yo pienso, etc… y al otro lo lincho, como se hace habitualmente. Todo bajo el discurso de la pluralidad, porque si alguien se declara intolerante y lo hace desde ese lugar ¡Listo! Pero en realidad todo el mundo se autopercibe tolerante y plural.
Pero hay una cuestión más: si estamos todo el tiempo señalando que el otro se equivocó, todo ese dispositivo de vigilancia y de denuncia impide que uno se revise a sí mismo y eso para mí es un divisoria de aguas. ¿Vos estás incluido en esa revisión que estás produciendo? ¿Te estás revisando a vos mismo o simplemente estás denunciando lo que otros hacen y te vas a dormir tranquila pensando que sos buena y denunciaste al machirulo?
¿Eso se exacerbó durante la pandemia?
Ciertos noticieros se ocupan de señalar al cheto de Palermo, pero además ponen la cámara de manera tal que parece que el cheto es el responsable del coronavirus. Eso implica distribuir narrativas y producir subjetividades y estigmatizar. Lo único que puedo leer en alguien que dice “runner” es estigmatización. Así empezó la pandemia: estigmatizando. Desde que era un virus chino hasta que era el virus de los chetos que viajaron a Europa. Por eso digo que esta modalidad punitivista excede a algunos feminismos.
Fuente: Agencia de Noticias Télam