Cuando observo la forma de relacionarnos, una de las cosas que me llaman la atención es que necesitamos poner límites para vivir en comunidad, sin embargo nos cuesta. Para convivir en paz debemos conocer y saber dónde está nuestro límite para poder comunicarlo antes de colapsar y decirlo de una forma inadecuada.
El límite que marcamos es una forma de mostrarle al otro hasta dónde puede llegar, sin embargo nos cuesta porque pensamos que el otro tiene que saber lo que ¡sentimos!
Un error común, ya que somos nosotros los que tenemos que comunicar hasta dónde puede ir la otra persona. Lo que sucede es que fuimos educados para complacer, ser “buenos” y eso se confunde, ya que hacer algo que no queremos no es saludable.
Aguantamos hasta que llega la puesta de límites en una forma fuerte y aparece el conflicto. Frases como: “yo nunca le haría algo así” o “cómo puede ser tan egoísta y no pensar en mí”, “¡no puedo entenderlo!” hacen que busquemos la culpa en el otro y no la posibilidad de ver que podemos poner límites y decir qué queremos y qué no.
Si pudiéramos conocernos sabríamos ver al otro y entenderíamos que el otro muchas veces vive en automático sin pensar ni siquiera en él ¿por qué debería pensar en nosotros?. En cambio nosotros sí podemos hacerlo y priorizar nuestras necesidades y deseos.
¿Voy a seguir permitiendo que me lastimen? ¿O pondré limites de forma sana? Dice Brene Brown: “Atreverse a establecer límites se trata de tener el valor de amarnos a nosotros mismos incluso cuando corremos el riesgo de decepcionar a otros”.
Tenemos que saber qué decir que no moleste. Nuestro ego siempre quiere ser importante, a todos nos sucede, así que cuando podemos verlo en nosotros también entenderemos al otro y de forma consciente elegiremos quedar bien o sentirnos bien.
Cuando ponemos límites no podemos pensar en cómo se sentirá el otro, lo que sí podemos hacer es observarnos y ver qué sentimos nosotros cuando decimos “no”.
¿A quién creemos que vamos a decepcionar?, ¿me van a dejar de querer?, ¿no me van a aceptar? Observar eso nos puede llevar a ver nuestras heridas de rechazo que tenemos y ahí podemos respirar profundo y conectar con esas emociones, sentirlas, darles las gracias y soltarlas.