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Fuertes y diversas experiencias en instituciones públicas y privadas, y el permanente contacto con colegas de distintas localidades, hicieron que Francisco Castillo Nuñez (61) acumulara abundante material sobre la enfermería en Misiones. La enfermera Hilda “Pelusa” Gallardo le había sugerido que escribiera un libro pero el ahora jefe del Departamento de Enfermería del Ministerio de Salud Pública no encontraba “la punta del ovillo” para comenzar a hilar tantas historias, vivencias, acontecimientos. En 2015, con el inicio de la maestría en cultura guaraní jesuítica, en la Facultad de Artes de Oberá, por sugerencia del secretario académico de la UGD, Luciano Duarte, encontró la veta para el desafío. Supo que había que comenzar desde los ancestros.
Nacido en Puerto Indio, Departamento de Hernandarias, Paraguay, Castillo Nuñez quiso ser médico, pero el destino lo llevó a ejercer una profesión afín que le permitió trascender en diversos escenarios y de la que “no esperaba, me diera tanto”.
Tras egresar como licenciado de la Escuela de Enfermería de la UNaM, su primer trabajo lo llevó a Ituzaingó, Corrientes, donde la Entidad Binacional Yacyretá (EBY) levantaba el barrio de las Mil Viviendas. “Nos prepararon para trabajar dentro del hospital, no en obras en construcción. Cuando pregunté a una docente cómo era el trabajo de la enfermería industrial, me respondió: ´no te preocupes, vas a curar deditos´”, dijo, y recordó que el primer día “nos llevaron a un centro asistencial donde tenía de todo. Era como una terapia intensiva, donde estaba el médico y yo, y teníamos por jefe a un ingeniero, que nos dijo que cuando sonaba la sirena, llegaría una camioneta blanca, a la que teníamos que subir, llevando todo lo necesario. Ahí conocí el oxígeno y el desfibrilador portátil, que ahora es de uso común pero que en el 80 ya teníamos en esa empresa extranjera”. Tal como estaba previsto, sonó la sirena, subieron con el médico pero no sabían con qué iban a encontrarse. “Estaban haciendo la fosa para las cloacas y, al parecer, los muchachos se olvidaron de apuntalar la excavación, y se produjo un derrumbe, aplastando a once operarios. Cuando estábamos llegando vimos que los compañeros, en la desesperación por sacarlos, se pusieron a trabajar con la retroexcavadora. En dos palazos sacaron un montón de tierra y en el medio, un cuerpo mutilado por la uña. A los gritos, les dijimos que abandonaran el propósito y comenzamos la tarea con pala para rescatar con vida al resto, que por el aplastamiento quedó desmayado. Ese fue mi debut como enfermero de obra”, acotó, quien desde pequeño residió en Villa Sarita. Mucho tiempo después volvió a Posadas, ciudad a la que costó adaptarse, pero donde inició lo que podría llamarse la transformación de la actividad, el camino a la profesionalización.
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Encontró trabajo en una clínica donde Meza, una de las primeras egresadas, fue su supervisora. “Me hizo recorrer todos los espacios de enfermería como para conocer de base, desde una emergencia, hacer consultorio, atención en piso, pre y posquirúrgico, atención de la madre y el niño en gineco obstetricia, pediatría. Desconocía sobre las habitaciones vip y tuve que adaptarme a ellas”, manifestó. Tras el fallecimiento de un niño se creó el área de neonatología le pidieron que se hiciera cargo y organice el área. “Salió bien el armado, sin Internet, sólo consultando libros. Con un poco intuición y ganas, averiguando con pediatras, se volvía complejo, pero dejamos armado el servicio. Después me llevaron a cuidados intensivos, conocí el servicio y me hicieron especialista en el área. Me dejaron a cargo, y pasé por la supervisión hasta llegar a supervisor general”, señaló, al hablar de experiencias. Después de incursionar en la enfermería prehospitalaria, se sumó al plantel docente de la Escuela de Enfermería y en 1986 ganó por concurso la cátedra de enfermería médico-quirúrgica, como ayudante. Después fue adjunto y ocupó otros cargos hasta 1992, cuando se alejó de la institución en busca de mejores horizontes. A fines de 1988 lo convocaron desde el Ministerio de Salud Pública (MSP). “La que fue mi supervisora estaba como jefa de enfermería del Madariaga y me dijo: ´cuando vengas, te vas a hacer cargo de maternidad´ pero me dejaron dentro del Ministerio para reemplazar al colega Carlos Cantalicio Dávalos. No sabía nada de lo que era el Estado. Antes todo se manejaba con papeles, y había que conseguirlos, leerlos y saber qué era lo que pasaba”, contó, quien lleva 36 años en la profesión.
Allá por 1988, pidió autorización al entonces ministro Arnaldo Pastor Valdovinos para hacer un relevamiento de la enfermería de la provincia y el funcionario le dio luz verde. “Nos sorprendimos al enterarnos que más del 60% era empírico. Los titulados como auxiliares eran pocos, y solo 17 enfermeros profesionales en toda la provincia. La mayoría estábamos dentro de la Escuela de Enfermería. Eran muy pocos dentro de los hospitales de Oberá, Eldorado y Posadas. Fue entonces que pergeñaron la posibilidad de permitir a esa gente que, del empirismo, pase a ser, a lo sumo, auxiliar de enfermería”, acotó. Actualmente el 90% de los enfermeros son profesionales, y quedan muy pocos auxiliares.
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Se contactaron con distintos entes del Estado, principalmente con Educación porque en ese entonces el Sistema Provincial de Teleducación y Desarrollo (SiPTeD) estaba en auge y tenía delegaciones en toda la provincia. “Entendimos que con ellos debíamos asociarnos. Como director estaba Carlos Rey Leyes, a quien le propusimos el proyecto, que se dio tras varias idas y vueltas. Puso a disposición al equipo técnico para confeccionar los cuadernillos y empezar a tener delegados enfermeros en toda la provincia. Fue una cuestión difícil porque tuvimos que empezar a recorrer la provincia cada quince días, y cuando terminábamos el circuito teníamos que repetir el viaje”, rememoró.
Para Castillo Nuñez, este desarrollo se pudo lograr “gracias a esos pocos colegas que estaban en los distintos lugares, donde dictaban, orientaban y viajaban a otros sectores para abarcar lo mas que podían el desarrollo técnico de la formación de estos nuevos auxiliares. Tenían muchas ganas. Decían que nunca habían hecho nada por ellos. Mientras tanto, decíamos que para que esto no ocurra necesitábamos un marco legal. En ese entonces nos matriculábamos en el Colegio Medico porque éramos rama auxiliar de la medicina. Los pocos que éramos, éramos un poco rebeldes y decíamos que teníamos que tener nuestro propio colegio”. Hablaron con abogados del MSP que ayudaron en la redacción y la colega Blanca Elizabeth Clauser se ofreció pasar todo con la Olivetti 47 con hojas similares a papel de calcar y carbónico de por medio. La tarea llevó mas o menos un año. “Trabajamos en conjunto con la Escuela de Enfermería y como éramos todos conocidos, resultó mas fácil. Un día la docente Carmen Gritis (ya fallecida) dice: dejemos de dar vueltas, y llevemos a la Cámara de Diputados. Ingresamos el bosquejo del proyecto por mesa de entradas justo cuando estaba terminando el período de sesiones. Pero en breve se creó por Ley, el Colegio de Profesionales de Enfermería de Misiones”, confió, quien fue promotor de esta anhelada iniciativa y gestor oficioso para que Personas Jurídicas estuviera presente durante la elección de la primera comisión directiva (María Isabel cañete fue la primera presidente), donde fue designado vocal.
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Desde hace 26 años, Castillo Núñez es parte de la Fundación Docencia e Investigación para la Salud, de Buenos Aires, lo que “me abrió las puertas al mundo, porque viajé mucho con convenios internacionales, pasantías de distintos tipos, ayudándome a crecer profesionalmente y a tener otra mirada de la enfermería, otro tipo de expectativa y desarrollo. Todo ese bagaje de conocimientos traté de bajar a quienes estaban a mi lado. Tuve la oportunidad de recorrer la Argentina y puede darme cuenta que estamos siempre un paso adelante del resto de las enfermerías del país, con nuestras limitaciones, carencias, pero apuntando a un Norte, para que en esa aspiración podamos tener un buen desarrollo de tipo técnico científico”.
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Y “Retazos de blanco” es un poco de todo esto. Se trata de un libro que salió, “como todas las cosas en la enfermería, a los empujones”, dijo, entre risas. Desde 1988 a 1995 integró el Departamento Central de Enfermería del MSP y, luego, desplazado a Atención Primaria de la Salud (APS). “Eso me ayudó a conocer a colegas que trabajaban en los distintos lugares, haciendo actividades que no son propias de la enfermería, cuando la necesidad de la gente prima (suturas, intervenciones delicadas, partos). Y Gallardo -que vio en mi al verborrágico del grupo- me dijo porque no escribís algo de las tantas cosas que escuchamos en nuestros recorridos, y le respondí ¿porqué no escribís vos?. Y quedó flotando la idea. En 2008 comencé a escribir muy tímidamente. Y decía: ¿por dónde empiezo?”.
El 28 de octubre entregaron a Castillo Núñez el ejemplar editado por la Editorial de las Misiones. “Lo miraba, y me pasaba una película. Recordaba a mamá Trifina, que decía que si realizaba el esfuerzo, en algún momento se me iba a premiar, y que la única herencia que nos podían dejar eran los estudios, que la única libertad que íbamos a tener era ser profesionales. Era una cosa de la niñez que hasta, ahora plasmado en estas páginas, es algo muy grande”, reflexionó, visiblemente emocionado. Fue mucho el peregrinar de la obra antes de ver la luz. La profesora de Literatura, Rosina Ríos, fue la que le indicó que la obra debía ser escrita en primera persona, que la tercera era muy lejana para detallar lo que se narraba. “Y si bien me tiró el ánimo por el suelo, tuve que rehacer todo lo que tenía”. Después, entre disculpas y excusas diversas, el autor andaba con el pendrive para poder publicarlo. Hasta que se dio, justo en el Año Internacional de la Enfermería.