Por Myrtha Magdlaena Moreno
Había una vez… había una vez… había una vez…
Todos los días, los cuentos de su mamá o papá comenzaban así. Los dibujitos de la tele eran repetidos aunque cambiara de canal. Jugar encerrado en su habitación o en la sala era convivir con los nervios alterados de su progenitora: “¡cuidado con la tele, Benjamín! ¡cuidado con el florero! ¡cuidado con el espejo!”… Y más.
No sabía qué hacer, se aburría porque no era lo mismo que salir al aire libre, a la canchita o a los juegos de la plaza, correr carreras con sus amigos.
Extrañaba esos días que vivió hasta que llegó ese bicho con corona y que, como un rey, se apoderó de todo el mundo aprisionándolos en sus casas hasta que él quisiera, o los doctores, los científicos hallaran una vacuna para curar a los que él atacara.
El único consuelo de Benjamín era el momento en que hacían la videollamada a los abuelos. Ellos, no sabía cómo ni por qué, sólo con verlos, llevaban calma a su impaciencia. Aunque eran unos pocos minutos, esperaba ansioso ese momento y luego se iba a dormir tranquilo, contento como si los hubiera abrazado de verdad, no en forma virtual.
Ahora, Benjamín ¡hasta la escuela extraña!. Siempre daba trabajo a su mamá para levantarse, vestirse, lavarse los dientes, desayunar, protestar todo el camino hasta llegar a ella, hacer las tareas… ¡ahora, en este encierro, no ve la hora de que empiecen de nuevo las clases!
¿Cuándo terminará esta cuarentena? ¿cuándo podré salir al parque a andar en mi bici? ¡libre!¡Libre! Sin horarios ni requisitos de mascarilla (que me ahoga), alcohol en gel…
Esas y muchas más son las preguntas de Benjamín. ¿quién tiene las respuestas?