La investigación en los días posteriores al duelo a muerte que protagonizaron en noviembre de 2015 dos agricultores del paraje Las Tunas, a unos 35 kilómetros del centro de San Vicente, mostró algunos detalles reveladores sobre el irracional accionar de los contendientes.
Es que, según fuentes del caso, en el medio del conflicto había una mujer, que no era la esposa ni la amante de ninguno de los implicados. Se trata de la hija de uno de ellos que habría sido pretendida por el otro.
El lugar donde supuestamente se produjo el intento de seducción fue en un baile realizado en la zona.
Lo llamativo dentro del macabro cuadro de esta historia es que ese episodio habría sucedido dos años antes del cruento desenlace. Al parecer era una “bronca” de vieja data que el padre de la chica no habría podido superar con el paso del tiempo.
Tal como publicó PRIMERA EDICIÓN, el trágico final llegó el jueves 19 de noviembre de 2015, al filo del mediodía. Paradójicamente el clima estaba “bravo” esa jornada, a decir de los lugareños del paraje Las Tunas.
Algunas gotas ya presagiaban un temporal, pero nadie hubiera imaginado en su sano juicio que también eran los momentos previos a un verdadero baño de sangre.
La tormenta
Según pudo averiguar la Policía, aquel mediodía Domingo Oscar Giménez (48) se enteró de que Víctor Manuel Kehl (35) cortaba madera en una chacra cercana a la suya. También habría recordado un episodio ocurrido hace dos años, cuando ese mismo hombre habría pretendido a su hija.
Giménez le dijo a su pareja que se alejara unos mil metros, que vaya a buscar tabaco. Se presume -tal vez- para ponerla a resguardo porque sabía que algo podría salir mal. Muy mal.
Los investigadores presumen que por esta actitud estaba preparando una emboscada. Buscó una
escopeta y fue al encuentro de quien se cree consideraba su enemigo.
Sabía además que para salir del otro terreno, el hombre al que le habría declarado una guerra personal tenía que pasar por un camino que atravesaba su propiedad.
Los nubarrones eran cada vez más negros. Lloviznaba en la zona. Fue entonces que ambos hombres se encontraron. Kehl iba en su camioneta y llevaba uno o dos machetes.
No se sabe a ciencia cierta por qué descendió del rodado si seguramente vio que Giménez llevaba el arma larga, tal vez imaginó que la cosa no iba a llegar a mayores.
Tal vez intentó dialogar. Lo cierto es que recibió un disparo a quemarropa que prácticamente le perforó la boca del estomago.
“Me dio un tiro y tuve que…”
A varios metros de distancia un vecino escuchó el disparo. No era un trueno, seguro, aunque se avecinaba una tormenta. No había nadie cazando en la zona.
Se preocupó porque al igual que otros vecinos sabía de la vieja enemistad, manifesta, entre ambos involucrados.
Al llegar encontró un cuadro dantesco. Giménez se estaba arrastrando con sus últimas fuerzas y sangraba abundantemente, producto de múltiples machetazos.
Kehl también estaba con vida. Pero tenía un orificio enorme producto del escopetazo a la altura del
estómago y un corte profundo de arma blanca en la cabeza.
Advertido del hecho llegó a la escena el hermano de Kehl, a quien habría llegado a decirle “me dio un
tiro y tuve que…”. Es más que obvio que habría justificado el brutal ataque a su agresor.
Giménez falleció a los pocos minutos por la severa hemorragia que sufrió, no hubo nada que hacer. Tenía una decena de machetazos, tenía amputado un brazo, una de sus orejas, y cortes profundos en cráneo y espalda.
Para los pesquisas resultó increíble, pero no improbable, la secuencia de lo sucedido. Pese a tener un disparo mortal en la boca del estómago, Kehl se hizo de fuerzas para atacar a machetazos al hombre que le disparó. Lamentablemente también falleció, camino al hospital donde lo trasladó en un vehículo su hermano.
La Policía se enteró del terrible episodio cuando el hombre entró al nosocomio. La investigación posterior, a cargo de los hombres de la Unidad Regional VIII, con asiento en San Vicente, develaría que la chispa que hizo explotar la desgracia había comenzado hace dos años, en un baile.