Muchos se preguntan por qué es tan difícil salir de un entorno tóxico. La respuesta es porque, cuando alguien entra en nuestro círculo de intimidad afectiva, se crea con esa persona un lazo emocional. Desde la psicología, a eso se lo denomina “apego”. Por ejemplo, yo tengo dos lápices y uno me lo regaló mi abuelo.
Con ese lápiz escribo siempre, hasta que un día lo pierdo. ¿Qué sucede frente a esa pérdida? Siento que perdí algo de mi intimidad. Ese objeto tenía para mí un afecto. Entonces cada vez que yo escribía pensaba en él y en cómo me leía cuentos de chico. Es decir, que estaba “afectivizado”.
En cambio, si pierdo el otro lápiz no me importa ni me afecta de igual manera. Ambos lápices sirven para lo mismo, pero la primera pérdida me duele porque el objeto tiene una carga afectiva. Otro ejemplo: cuando me entero que se murió alguien en un país que no es el mío, pienso: “Pobre persona”; pero cuando parte un familiar, me duele, lloro y tengo que atravesar el duelo.
¿Cuál es la diferencia? Los dos se murieron, pero uno está afectivizado mientras que el otro está desafectivizado.
¿Por qué entonces cuesta salir de la toxicidad? Porque armamos un vínculo debido a la intimidad afectiva. No se trata de que la persona que sufre en manos de un tóxico tiene baja estima que no le permite accionar. El tóxico no busca gente débil y fracasada.En realidad, el cazador pretende cazar presas buenas. Quienes salen a cazar un león viejo y dopado para después sacarse una foto con él son los narcisistas. ¡El verdadero cazador desea meterse en la adrenalina de la selva!
Entonces, ¿a quién va a buscar alguien tóxico? A aquel por quien siente envidia porque tiene logros o méritos que él no tiene. Todos alguna vez hemos sufrido a esa minoría de gente tóxica que nos lastimó y aún recordamos lo vivido.
Esto nos sucede porque el cerebro recuerda lo negativo más que lo positivo. Recordamos a quienes nos lastimaron más que a toda la gente buena y nutritiva que sumó en nuestra vida. Todos tenemos esa marca y nos cuesta deshacernos de ella.
Necesitamos saber que no fuimos lastimados porque no valemos, sino porque el tóxico necesita hacernos sentir mal. También debemos entender que, si bien todos poseemos algún rasgo tóxico como la queja, el chisme o la culpa, alguien tóxico tiene una estructura disfuncional que lo lleva a buscar dañar al otro y hacerlo sentir mal (para sentirse bien él o ella).
Muchas víctimas piensan: “No sirvo, siempre me pasa lo mismo, siempre repito las parejas abusivas, etc.”; pero en realidad ellas tenían algo que el otro envidiaba y tal cual un cazador, buscó destruir.
La clave para no caer en las garras del tóxico o para salir de la toxicidad si ya caímos en esta, es trabajar en nosotros para saber con certeza quiénes somos y cuánto valemos. Amarnos equilibradamente para ser capaces de respetarnos, cuidarnos y convertirnos en un imán que atraiga todo lo mejor a nuestra vida.