Por: Juan Carlos Nuñes
El canto de los pájaros me despertó esa mañana.
El sol brillaba y el día estaba hermoso pero notaba que el trino de las distintas aves se sentía más que antes e incluso notaba el canto de alguna que nunca había escuchado.
Buscaba una respuesta pero mi mami se adelantó y me explicó lo que sucedía.
-Juan, te quiero contar que hay un bichito tan chiquitito que nadie lo puede ver y que está contagiando a las personas. Se encuentra en el aire y en la superficie. Por eso a partir de ahora nos tenemos que quedar en casa para cuidarnos y así cuidar a los otros.
Me contó también que no iría a la escuela, y que estudiaría en casa con la compu (¿cómo? Antes me sacaba de la compu para estudiar… ¿y ahora?…).
¡¡En fin!! Y así comenzaron a pasar los días de lo que llamaban cuarentena. Y más días…y más días.
Todos usaban un “tapaboca” o “barbijo” por lo que sólo se les podía ver los ojos. Y esos ojos comenzaron a ponerse tristes.
Y se me ocurrió una idea. Corrí a buscar los marcadores que me compraron para el cole y que por razones obvias, no estrené.
Busqué un palo viejo de escoba, en una de sus puntas até uno de ellos y desde mi ventana a cada persona que pasaba, le dibujaba una sonrisa.
Desde entonces la gente se veía con una sonrisa. Y tan solo con eso sus ojitos cambiaron.
Una sonrisa por más dibujada que sea, cura.