Cada país tiene una forma diferente de recibir el nuevo año, sobre todo con respecto a las comidas y a las bebidas. En el nuestro, ya se sabe, el vino, la cerveza, el champán, la sidra, corren como el agua de nuestros arroyos con tanta lluvia -y arrastran a más de uno-.
En Perú, el ritual está dado por la chicha -bebida que se hace con el maíz fermentado- y es interesante lo que cuenta Danilo Sánchez, un rescatador de tradiciones: “Para que la chicha salga rica y sustanciosa, se dice que utilizan el esqueleto del brazo y la mano de un muerto para moverla. De esa botija se sirve cuando es temprano y se quiere que los parroquianos se queden y consuman en la tienda. Pero otras botijas se remueven con el esqueleto del pie de un difunto. Entonces cuando ya es tarde y no quieren irse, poniéndose pesados, se le sirve ‘de la chicha que patea’. Y solitos se van los cholos”.
También se entierra el Año Viejo para que pueda nacer el Nuevo, siempre con chicha de por medio. La preparación lleva su tiempo y sus ingredientes: “Las botijas donde madura la chicha son centenarias, hechas de barro cocido y rugoso hacia afuera, que en alguna época pudo haber sido de arcilla colorada. Ahora devinieron en ser negruzcos recipientes que siempre terminan su parte inferior en punta, redondeada, en una especie de bola dura de barro macizo, donde se depositan los ‘conchos’, con las poñas de la jora, la cebada, las menestras y la chancaca que se echa. Esta resaca hace un líquido marrón oscuro y espeso, que es bueno para mezclar con el amasijo cuando se hace pan, haciendo que la masa fermente”.
Sigue contando Danilo que cada vez que sus dueñas pasan cerca de las botijas las acarician con las manos, las palmotean y frotan. Si está muy fría, abrigan el recipiente. A través de la corteza de barro de la botija las señoras se comunican con la chicha que se agita adentro.
Otras veces, para apurar la fermentación, hay que regalarles un baile. El cajero toca la tonada. Y ahí arranca a bailar el Saturnino vestido con todo su atuendo escarlata. Eso sí, siempre tiene que ser buen cholo el que les baile.
La chicha bailada por pallo es temible, muy peligrosa. Tiene mañas y emborracha a veces muy feo. Y hace trastrabillar al más trejo. Y dicen que esta chicha es mellicera, es decir que de ella nacen mellizos.
La chicha se la ofrece en unas botellas transparentes, tapadas con tuza o coronta de maíz. Y se sirve en vasos de vidrio, biselados y piadosos por el uso. Se la suele acompañar con un plato de caldo de cabeza de carnero o con “cashallurto”.
En otras partes del mundo
Por circunstancias familiares, pasé un Año Nuevo en Melbourne, Australia. Por supuesto, como buenos latinos, hubo una cena con amigos y delicias gastronómicas, pero no a medianoche, sino y según se acostumbra en esas latitudes, a la entrada del sol. Y ni una sola cañita voladora o bengala cruzó el cielo oscuro a las 12 hs.p.m. menos aún, cohetes o estruendos de algún tipo. El vecindario, a esa hora, dormía. Sí hubo fuegos artificiales en la desembocadura de un río, en el centro de la ciudad, absolutamente controlado todo y con bomberos a la expectativa por si las moscas.
Países del primer mundo, nos explicaban. Y donde las leyes se cumplen a rajatabla bajo el riesgo de pagar elevadas multas. Nada de cruzar semáforos en rojo ni hablar por celular mientras se conduce y respetar siempre la velocidad permitida. Porque además de las multas que puntualmente llegan con fotografía incluida, se puede perder el registro de conductor. E indefectiblemente el que va a conducir el vehículo, se abstiene de beber.
El Año Nuevo se festeja el 1º de enero, en los amplios parques y con toda la familia haciendo pic nic estilo inglés y sin que un solo papelito afee el impecable césped. Tampoco estridencias de música con parlantes a toda. (Ya sé, algunos dirán qué aburrido. Pero no).
Después visité a unos amigos que residían en Adelaida y según comentaron, allí los habitantes no eran tan respetuosos de tales leyes. Por lo visto, se cuecen habas en todas partes.
En otra oportunidad, con una amiga, fuimos invitadas a la celebración de fin de año en la casa de una familia tradicional de Caracas. Disfrutamos de una abundante cena con pavo relleno y la famosa “hallaca” (como nuestra norteña humita en chala, solo que a esta la ponen sobre hojas de plátano y la rellenan con pollo y aceitunas). A la hora del brindis, apenas dos botellas de champán, como lujo; es que esta bebida era difícil de conseguir y muy cara, venía del exterior.
Luego nos instaron a salir de parranda; es decir, a recibir el año hasta la salida del sol y de casa en casa, con serenatas incluidas. Pero luego de haber caminado todo el día, nos disculpamos y volvimos al hotel.
De otras costumbres
La celebración del Año Nuevo es una de las más antiguas y universales de las festividades. Hace aproximadamente 4.000 años, los babilonios fueron los primeros en convertir el Año Nuevo en un ciclo festivo que duraba 11 días y que se celebraba al comienzo de la primavera.
Los egipcios celebraban el fin del año con el comienzo de la crecida del río Nilo y la preparación de las tierras para la siembra, mientras que los romanos también hacían coincidir la celebración con la llegada de la primavera y lo festejaban el 25 de marzo.
Pero fue el emperador Julio César el que cambió la fecha al primero de enero, primer día del mes dedicado al Dios Jano. Esto fue confirmado en las adaptaciones que hizo el Papa Gregorio XIII, y es el calendario que rige en nuestros días.
Como buenos argentinos, hemos tomado varios rituales: comer las doce uvas y con cada una formular un deseo; el plato de lentejas con un billete debajo para que no nos falte el vil metal durante el año; dar vuelta a la casa con una valija en mano así la suerte nos puede deparar un viaje, estrenar un calzón rosado (las mujeres!), etc. etc.
En otros países latinoamericanos se estila poner un anillo de oro en la copa de champagne, para tener dinero, o bien dentro del zapato, un billete. O encender velas de colores: las azules traen la paz; las amarillas, abundancia; las rojas, pasión; las verdes, salud; las blancas, claridad, y las naranjas, inteligencia.
En las zonas trigueras, se reparten espigas como augurio de abundancia. Y también se quema un muñeco vestido con ropas viejas; en el bolsillo se le coloca una lista de cosas que se quieren eliminar.
Por Rosita Escalada Salvo
Publicado en PRIMERA EDICIÓN el 30 de diciembre de 2009