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Quizás porque cada año que pasa el dinero alcanza menos, se acentúa en las mesas de fin de año la preferencia por el importante menú de buenos augurios, en el que se incluyen dos cuestiones fundamentales: una es que todos prefieren comer chancho porque es un animal que escarba en busca de alimento, pero yendo siempre hacia adelante; mientras que dejan de lado el pollo porque ese animalito escarba, sigue hacia adelante y regresa para ver si no apareció algo que dejó atrás.
La creencia es que comiendo pollo “no se adelanta, te quedás en el año anterior o con lo mismo que tenías ese año; pero si comés lechón, tenés más posibilidades de salir adelante”.
Para no romper ese buen augurio, la gran mayoría de los posadeños prefirió comprar su lechón, aunque en menor medida que la pasada Nochebuena.
En muchas casas el menú es solo frío: desde el carré de cerdo relleno hasta el clásico vitel toné, pasando por el arrollado de pollo.
Ensalada de la abundancia
Algo que ya está instituido en casi todas las mesas de fin de año es el ritual -heredado de Italia- de comer
una cucharadita de lentejas cuando dan las 12. Para que la cena sea completa, preparar las nutritivas
lentejas y al mismo tiempo que su forma y cantidad simbolizan prosperidad económica, se incorpora el
nutriente principal de la sangre que es el hierro. De esa manera, quien no crea en el poder magnético y próspero de las lentejas, al menos cenará con una buena cuota de nutrición.
Algo que todavía no se supo instalar en esta capital es la ingesta de las doce uvas, como acostumbran en España. Esto se debe principalmente a que el precio de esa fruta está por las nubes y, hasta tanto eso no cambie, la tradición no llegará a estas tierras, aunque sí está instituida en la cuna del vino: Mendoza.
Y para el brindis no debe faltar la espuma, porque las burbujas son el símbolo de la felicidad que se tendrá todo el año.