Por: Lic. Hernán Centurión
“Esta es una gran oportunidad para todos, para ustedes, para llevar adelante el país, tenemos mucha gente que está mirándonos … los conozco, sé como son, sé lo que tienen adentro y la intensidad que tienen… y estos pibes, que se acuerden hoy lo que es Argentina… nos ganamos otra vez el derecho de soñar”.
Estas podrían haber sido las palabras de un presidente a su gabinete el primer día de gestión. Palabras rebosantes de esperanza, ímpetu y ganas de hacer despegar a Argentina de una vez por todas para que sea un país desarrollado. Pero lamentablemente no, fue parte de la arenga del cuerpo técnico y jugadores de la selección de Handball antes de la histórica victoria ante Croacia el pasado 23 de enero.
Sí, es muy probable que algo similar se haya escuchado en reuniones en la Casa Rosada, y que haya habido triunfos posteriores de gestión, pero la historia lo cuenta, tal como pasó en este mundial de Handball, siempre nos hicieron quedar a muy pocos pasos de la gloria. A los jugadores, el más alto respeto.
Es muy habitual, que en discusiones acerca de nuestras recurrentes crisis económicas, una gran parte de la población haya tomado como verdad esa idea que sostiene que el país se jodió hace 70 años con la aparición de Perón en la vida política nacional.
No nos vayamos tan lejos, situémonos en los comienzos de 1970, cuando durante la presidencia de facto de Agustín Lanusse ya se palpitaba el regreso del coronel luego de 17 años en el exilio. En el primer lustro de esa década, no hubo variaciones significativas respecto al nivel de pobreza que se registraba en Argentina.
Si bien en aquellos años las únicas estadísticas que se manejaban eran las de Capital Federal y Buenos Aires, dado que no había un sistema de medición integrada a nivel nacional, según la obra “El persistente deterioro de la distribución del ingreso en la Argentina”, Oscar Altimir y Luis Beccaria (2001), entre la década de 60 y hasta 1974 el coeficiente Gini (que mide la distribución de los ingresos) se había mantenido estable. La pobreza alcanzaba al 8% de la población. Desde aquel año comenzó un deterioro que se potenció durante el gobierno militar 1976-1983.
Un reconocido periodista que se desempeña en el diario El Cronista y que por sus años vivió la transición entre la vuelta de la democracia (1973) y el retorno al poder de los militares en el ‘76, recordaba “bares, restaurantes y tiendas llenas de gente” durante los 49 días que duró la “primavera camporista”, el mandato de Héctor J. Cámpora.
En muy poco tiempo, entre el regreso de Juan Domingo Perón, su tercera presidencia, su fallecimiento y la asunción de María Estela Martínez de Perón, en junio de 1975, el ministro de economía Celestino Rodrigo aplicó una brutal devaluación y suba de tarifas para corregir los desequilibrios económicos. Hay economistas que coinciden en que este fue el comienzo de la debacle argentina que hasta hoy padecemos.
El plan económico instaurado por la Junta Militar que se extendió hasta que abandonaron el poder en diciembre de 1983 fue otro mazazo. Dejó como saldo la destrucción de la industria nacional, el consecuente desempleo y el auge de los negocios financieros, “la bicicleta”.
Las mediciones que se tienen de la época marcan que cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia, la pobreza era del 21%. Nueve años antes era del 8%. Argentina descendía por el tobogán. Para cuando el líder radical dejó su mandato, según las estadísticas del INDEC, la pobreza había trepado al 38%. Dato anecdótico para los memoriosos y para graficar el costo de los bienes en esos años: para comprar un radiograbador, existían planes de ahorro en 60 cuotas. “Ahorra Grande…”
Carlos Menem había asumido su primera presidencia 5 meses antes, o mejor dicho, Alfonsín entregó el poder cuando la hiperinflación ya hacía prácticamente inviable su gestión hasta diciembre del ‘89. 764% mensual en mayo de ese año. Tal como explican hasta el hartazgo los economistas, la inflación no se puede bajar de un mes al otro, ni siquiera considerablemente de un año al otro. Hubo que esperar hasta mediados de los ‘90.
Siempre según las estadísticas del INDEC, en octubre del ‘89 la pobreza había trepado al 47%. Desde el año anterior ya había mediciones que integraban los datos de al menos 10 provincias. Prácticamente la mitad de la población nacional estaba bajo la línea de pobreza.
Menem no la tuvo fácil, cambió varios ministros de economía hasta que el canciller Domingo Cavallo dejó el palacio San Martín y llegó al Ministerio de Economía en 1991. Tras su implementación, el plan de convertibilidad (1 peso = 1 dólar), hizo que en 1992 la inflación cayera al 25% anual. Dicho esto, a la par se generaban otros desequilibrios como por ejemplo el déficit comercial (aumento de importaciones), el cierre de empresas, la suba del desempleo, el aumento de la deuda externa, que sería la herencia económica que recibiría el gobierno de Fernando De la Rúa.
Pero como ocurre habitualmente, los gobiernos argentinos toman medidas para ganar la próxima elección, “después se verá” y así estamos. Para 1995, la pobreza había caído al 22% principalmente porque se controló la inflación. Para cuando Menem dejó la presidencia otra vez la pobreza había crecido al 27%.
Y llegó De la Rúa y otra vez la economía a punto de estallar. Trajeron de nuevo a Cavallo para que arreglara prácticamente lo que él había creado años antes. Pero todo explotó. Antes que renunciara, la pobreza había trepado de nuevo al 35%.
Cinco presidentes en una semana. Devaluación del 300% de Eduardo Duhalde para arreglar la crisis de la forma más fácil pero la más dura. Resultado: octubre de 2002, el 66% de los argentinos era pobre.
Siguió la política de recomposición de ingresos del gobierno de Néstor Kirchner. La inflación anual del 9,8% en el año 2006, cerró con una baja de la pobreza al 37%. La reelección del modelo estaba asegurada.
En su primer mandato, Cristina Kirchner bajó este índice al 28%, según un estudio del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la Universidad de la Plata (Cedlas). Pero ya desde el 2007 había comenzado la intervención del INDEC, de manera que los informes que de allí se propalaban eran literalmente un “dibujo” de las cifras. Fue así que según los datos oficiales la inflación del año 2011 fue del 9,5%.
En ese punto ya habían comenzado las mediciones privadas y hasta la iglesia desde el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina comenzaron a mostrar que los números eran más del doble. Para ellos, el 2011 cerró con una cifra real que giró alrededor del 22,8%. Respecto a la pobreza, cuando Cristina Kirchner dejó el poder en 2015, había vuelto a subir al 30%. La inflación está directamente vinculada a ella. Oficialmente no había cifras porque habían dejado de medirla desde el 2013. Todo un símbolo.
Apenas asumió Mauricio Macri se transparentaron los números y en el segundo trimestre el INDEC señalaba que la pobreza se encontraba en un 31,4%. Ya había subido producto de la devaluación ocurrida en diciembre de 2015 y el inicio del aumento de tarifas. Cuando dejó el poder, la pobreza se había afirmado en un 35,8% según el Cedlas. El 2019 cerró con una inflación del 53,8%. “Quiero que midan mi gobierno por mi capacidad de reducir la pobreza”. Ok Mauricio.
Ahora pase usted Alberto Fernández. Según el Observatorio de la Deuda Social, en diciembre de 2020 la pobreza trepó al 44,2% de la población. En medio ocurrió la pandemia, y si se quiere dejar de lado la crítica política, es difícil evaluar la gestión cuando al actual presidente le tocó lidiar con un “cisne negro”. La crítica honesta podría haberse hecho si las condiciones eran normales. Un gran dilema que es aprovechado por la oposición y por el peronismo tradicional.
Para paliar los efectos de la cuarentena compulsiva que detuvo en seco a la economía, el Gobierno ordenó que se emitieran pesos para asistir a los sectores más vulnerables y ayudar a las empresas a pagar salarios. Sólo hasta el primer semestre, se imprimieron más de 533 mil millones de pesos. Depende de cuáles sean las medidas que se tomen este año y el próximo 2022, esta gigantesca emisión podría rebotarnos como más inflación (y hasta una hiperinflación) dentro de un año.
Para cerrar. Más o menos ha quedado expuesto en estas líneas que dentro de poco se van a cumplir 50 años de impericia de los sucesivos gobiernos que han condenado a la mitad de los argentinos a vivir a duras penas. Algunos lo hicieron mejor que otros, pero ninguno tuvo aciertos que fueran duraderos. Hemos pasado de primaveras a los más crudos inviernos sin estaciones intermedias. Directamente fueron un fracaso, o cuando se les acabó la pólvora eligieron ocultar que la situación no era buena para intentar ganar tiempo y no dejar el poder.
Por lo que se ve hoy, seriamente no se puede esperar un futuro próximo donde por fin la Argentina (que tiene todo para ser un gran país) sea la gran nación que alguna vez amagó instalarse en el contexto mundial. El orgullo de ser argentino siempre está. Por la gente común, por los deportistas, los científicos, los artistas, por nuestra tierra. Son los que siempre nos hacen quedar bien ante el mundo y exhiben el potencial que tenemos. Sin embargo hay un sector que se cree iluminado cuando sólo demostró ser idóneo para el rol de burócratas mediocres, privilegiados, ricos e inmunes a los desastres que generaron. Impacta ver cómo las personalidades destacadas de la sociedad los aplaude y venera a pesar de todo.
Modestamente, una cosa sí es clara, ninguno de los modelos económicos que se instauraron funcionó. ¿Y por qué sirve para países desarrollados y no para la Argentina? Justamente no es el modelo, es quienes lo llevan adelante. Y lo peor, es que siempre son los mismos.