La vida de este pueblo recostado sobre el río Uruguay está marcada por un sinnúmero de pequeñas historias de personas, negocios y lugares. Uno de ellos es la de la pista la baile conocida como “La Estrella”, en inmediaciones del cerrito, a pocas cuadras del casco céntrico de San Javier.
“La Estrella” fue la continuidad de un local de ramos generales nacido en el municipio de colonia Guaraní, propiedad de Wilfrida Bogado, quien junto a su esposo, Gotliet Santrovichi (de origen ruso), se acercaron a San Javier a mediados de los 60, en momentos en los que la caña de azúcar era una promesa de prosperidad económica para la zona.
La propiedad fue adquirida por Santrovichi a la familia Lentini Fraga, una edificación que ya tenía sus años, muy amplia y en gran parte construida en madera dura del monte misionero. La misma sufriría una serie de modificaciones y ampliaciones que darían lugar al nuevo emprendimiento familiar.
“En sus primeros años la pista de baile -cuenta Jorge Santrovichi, hijo de los propietarios- tenía techo de paja, traída desde Mojón Grande, localidad próxima a San Javier”.
Wilfrida Bogado, conocida como doña Estrella, estuvo siempre al frente del local, con la ayuda de algún empleado, e incluso de su hijo Jorge.
Era tal la fama del lugar que desde pueblos aledaños venían los parroquianos a conocer el local y a disfrutar de un momento grato. Personas de pueblos vecinos, efectivos de las fuerzas federales asentados en el pueblo, viajantes, empleados del ingenio y algunos clientes que cruzaban el río Uruguay para formar parte de sus eventos.
Uno de los detalles que menciona Santrovichi (h), común en esas épocas, era que durante la Cuaresma y la Semana Santa no se realizaban fiestas, respetando de manera estricta la práctica católica, costumbre que se mantuvo muchos años en el pueblo. No faltaban los tangos en la pista de baile, que sonaban desde una bocina de válvulas, los pasodobles, la música riograndense y algún cantor en vivo como “Taitalo, guitarrero”. De vez en cuando subía al escenario su hermano “Moncho”, cantor local; el recitador Pedro Peshe; el intérprete de tango Yango Martínez, y un buen guitarrista del cruce de Itacaruaré, de apellido Montero; Mario Miranda, un muy buen acordeonista, y por último los Hermanos Engroff, de Porto Xavier.
Como detalle, Jorge contó que para acceder a su casa/local era necesario subir por “unas escaleras de piedra, de unas ruinas que había ahí”, haciendo referencia a los restos dispersos de aquel primer pueblo fundado por los hombres de la Compañía de Jesús en 1629.
De ese emblemático lugar de diversión de San Javier, quedan algunas paredes en pie, la familia abandonó el negocio hace muchos años, a pesar de que continuó por algún tiempo administrado por otros dueños.
Jorge Santrovichi, uno de los hijos del matrimonio que inició este negocio, abandonó el pueblo siendo muy joven por cuestiones laborales y hoy reside en el sur del país. Desde allí se prestó a colaborar con relatos, fotos propias y algunas que recibió de lugareños y amigos que conocieron el lugar. Durante un tiempo el cruce de mails y llamados, fue intenso, aportando anécdotas, recordando a sus padres y a amigos del pueblo. A él va el agradecimiento por los aportes de su historia familiar que ya forman parte de la historia de San Javier.
Por Ernesto Cubilla. Docente. Departamento de Estudios Históricos y Geopolíticos, Instituto Combate de Mbororé. Posadas, Misiones. [email protected].
El aporte fotográfico y testimonial es de Jorge Jesús Santrovichi, hijo de los propietarios. El agradecimiento es también a Ramón César Villalba y a María Esther Do Santos (Doña Nena).