Esta es la historia de alguien que no puede ser juzgado. Ni por la ley ni por nadie que, tras conocer a su extraño protagonista, tenga un mínimo de piedad. Es la historia de uno de los mayores falsificadores que ha conocido Estados Unidos. Un individuo con talento artístico, trastornos de personalidad, hambriento de cariño e incapaz de estafar económicamente a nadie, aunque algunos museos se quejen de haber perdido dinero analizando las obras que han recibido gratuitamente de sus manos durante las últimas décadas.
Todas esas obras eran falsas. Una heterogénea gama de pequeños cuadros aparentemente creados por pintores no excesivamente conocidos pero sí reputados como el impresionista Charles Curtney Curran, el paisajista Alfred Jacob Miller, el fauvista Valtalt o incluso por iconos de Hollywood como Walt Disney, quien firmó dos dibujos del perro Goofy y el Pato Donald, que acabaron en los archivos de la Grummond Children’s Literature Collection de la Universidad del Sur de Mississipi.
La realidad es que todas las obras que han llegado hasta los fondos y salas de casi 30 museos estadounidenses y unos 45 en todo el mundo por vía de este generoso donante, que últimamente se presentaba bajo una sotana de jesuita y se hacía llamar padre Arthur Scott, las había pintado o dibujado él mismo. Eso sí, jamás pidió ni un solo dólar por ellas.
El falso jesuita, menudo, de aspecto frágil y enfermizo, como dejan entrever las fotografías, en realidad se llama Mark Landis, nacido el 10 de marzo de 1955 en Norfolk (Virginia, EEUU).

A principios de 2011, Mark Tullos, director del Hilliard University Art Museum de Lafayette (Luisiana) y última víctima del “padre Arthur Scott”, alertaba a sus colegas a través de un viralizado correo electrónico.
Allí contaba que Landis, con su sotana y un pin de la Compañía de Jesús en la solapa, desembarcó frente a ese museo en un Cadillac rojo tras haber coordinado con Tullos la cesión de una pintura al pastel de Charles Curtney Curran.
“Todo parecía normal. Nos explicó que su madre era una coleccionista adinerada que había fallecido recientemente y nos ofreció una obra de ese artista y además prometió donar más”, explicó Tullos.
“Un regalo de…”
Los museos estadounidenses están llenos de cuadros junto a los que dice “un regalo de…”, y pocas cosas pueden hacer más felices a sus directores que recibirlos. Y aunque el padre Arthur Scott trató sospechosamente de evitar entrar en detalles sobre su familia, al pasearse por el museo mostró tener un amplio conocimiento del mundo del arte.
“Por eso, a pesar de ciertos modales excéntricos, que por otro lado suelen ser comunes entre la gente adinerada que solemos frecuentar, nada nos llamó especialmente la atención”, recuerda.
La despedida incluyó una bendición en latín y después el padre desapareció raudo en su Cadillac rojo.
No obstante, la conservadora del museo, Joyce Penn, no tardó ni una hora en descubrir que aquel Curran no era auténtico. Tras pasarlo por la luz ultravioleta y bajo la lupa del microscopio, la pintura desveló que se había realizado sobre el patrón de puntos de una reproducción.
El fraude hizo pensar a Penn en un encuentro anterior con otro falsificador. Rebuscó en sus archivos y allí encontró una fotografía con el nombre de Mark Landis y el rostro del padre Arthur Scott: un año antes había tratado de donar otro cuadro en otra institución en la que ella había trabajado.
Coherente e inteligente
“Empecé a pintar en el colegio. No había nada mejor que hacer. Solía copiar las pinturas de los libros y, en fin, una cosa lleva a la otra”, relató el elusivo Landis en una entrevista con John Gapper para el Financial Times, el único que ha hablado con el falsificador sobre su sorprendente adicción.
“Lo busqué en la casa en la que vivió su madre y allí estaba. Me pareció coherente e inteligente, muy preparado artísticamente y con sincero amor por el arte. Un día se le ocurrió comenzar a donar obras falsas para que sus padres fueran recordados y lo convirtió en su forma de vida. No tiene problemas económicos así que se lo puede permitir. Le divierte la experiencia de visitar museos y hablar de arte con sus responsables. Creo que lo ve como algo inocente, aunque sin duda es un tipo algo extraño”, explicó Gapper.
Landis tuvo un brote esquizofrénico a los 17 años, tras la muerte de su padre, y pasó más de un año hospitalizado, según descubrió Gapper.
En su amor desmedido por sus padres parece estar el origen de una carrera como falsificador.
Fuente: diario El País