Atesoro los momentos vividos en mi imagen interna, en mi retina, en mi corazón.
Esas imágenes que quedaron grabadas vuelven una y otra vez, suavizando tanto dolor, esas imágenes de alegría, de encuentros de miradas están, jamás se irán, están dentro de mí en mi memoria, en mi química, en mi recuerdo. ¡Con sólo recordarlas, el amor y la expansión nuevamente vuelan hacia mí!
Agradezco tu paso por mi vida.
Agradezco tu fidelidad, tu devoción, tu enseñanza. Agradezco que me hayas enseñado de ese amor tan puro como ningún otro amor humano lo puede igualar.
Agradezco tu presencia silenciosa a cada paso. Fuiste un ángel en mi camino.
Yo te quería salvar a vos, sin darme cuenta que fuiste vos quien me salvo a mí.
¡Pero cuánta arrogancia la mía, pensar que podemos salvar a alguien! Cuánta arrogancia en no darme cuenta que cada uno de ustedes, pequeños ángeles que viven tan poco en comparación con la vida humana, nos vienen a enseñar el amor incondicional. Cuánta arrogancia en pensar que somos nosotros los que estamos a cargo de ustedes sin darnos cuenta que necesitan muy poco de esta vida para darnos tanto hasta hacernos comprender que el amor se transmite. ¡Somos sólo canales! El amor lo rodea y permea todo, no es de nadie, somos sólo vehículos por los cuales puede pasar. Cuanto más nos limpiamos, más puros somos, más lo sentimos, más lo canalizamos, más nos habita, él nos traspasa.
No lo podemos poseer es para dar y compartir. Es entonces cuando a través de la mirada de amor ternura y compasión, aunque más no sea sólo por un instante, podemos llegar a la inmensidad de ese amor que lo abarca todo.
En un instante, tan solo en un chispazo, sentimos en cada una de nuestras células, la unidad de la vida en donde el trasfondo, lo que en realidad sostiene todo es ese amor que siempre está disponible para cada uno de nosotros.
Gracias mi ángel alado, por siempre estarás en mi recuerdo. Recordándome el amor que fuimos capaces de dar.
No te lloro porque desmerezco tu misión, no te lloro, te recuerdo siempre a mi lado.