Este día recuerda la vida de Lidwina, una niña nacida en una familia holandesa en el año 1380. Desde pequeña, la joven se vio atraída por la religión y rezaba permanetemente ante la imagen de Nuestra Señora de Scheidam, la patrona local, de la cual era devota.
Según cuenta la historia, durante el invierno de 1395, la niña salió a patinar junto a unas amigas en los canales congelados del pueblo. Durante su actividad, Lidwina fue empujada, resbaló y cayó al hielo (otras versiones indican que la superficie era demasiado delgada, se quebró y produjo la caída de la niña), en un confuso accidente que ocurrió con tal violencia que la joven se quebró una costilla. Desde entonces, su vida iniciaría un martirio que duraría alrededor de 38 años.
Nadie en la ciudad supo cómo curar las heridas de la menor, quien, día tras día, comenzó a sufrir dolores cada vez más intensos. Padeció infecciones que rápidamente se le esparcieron por todo el cuerpo, lo que la obligó a permanecer en estado de inmovilidad durante el resto de su vida.
Quienes la conocieron en su enfermedad, indicaron que la niña, durante su sufrimiento, producía efectos milagrosos desde su lecho y, tras correrse el rumor, comenzó a recibir numerosas visitas de habitantes de diferentes regiones del mundo.
Lidwina falleció el 14 de abril de 1433. Un año después, se construyó una capilla sobre su tumba la que, en breve, se convirtió en un lugar de peregrinaje. En 1615, sus reliquias fueron trasladas a Bruselas (Bélgica), pero en 1871 fueron devueltas a su pueblo natal, Scheidam.
Finalmente, el 14 de marzo de 1890, el papa León XIII puso sanción oficial de la Iglesia para declarar a Lidwina como la Santa Patrona de los patinadores sobre ruedas e hielo, enfermedades y sufrimiento.
En su recuerdo y honor, cada 14 de abril se celebra en todo el mundo el Día del Patinador.
Fuente: Tango Diario