Bajo ese escenario es que el Gobierno argentino, que hace meses perdió la iniciativa y pretende recuperarla dando golpes de timón siempre en la misma dirección, vuelve a apostar a recetas a las que ya recurrió en el pasado, recetas que, sin embargo, lejos estuvieron de rendir todo lo esperado.
La inflación, por caso uno de los mayores problemas para este y todos los gobiernos argentinos, parece tener vida propia y no regirse por decisiones semanales, controles de precios, exhortaciones al optimismo o presiones discursivas.
Habría que ver si se sensibilizaría frente a un plan, un proyecto económico a mediano o largo plazo, pero para ello habría que encontrar a alguien que lo diseñara.
Desbocado como está, el Índice de Precios al Consumidor viene provocando escalofríos a todos los actores implicados en su control: Economía, Banco Central, Secretaría de Comercio, sociedad, familias, etc.
Luego del monumental 4,8% de marzo nos preparamos para el dato de abril, ese que, prometió el ministro Martín Guzmán, traería vientos de alivio.
Pero bueno, siendo la inflación un factor que no se rige por decisiones semanales, controles de precios, exhortaciones al optimismo o presiones discursivas, no sorprendería un nuevo índice elevado.
En ese sentido, las consultoras que mes a mes miden el IPC abonan datos que arriman el piso del índice al 4%. Fuertes alzas en los precios de los alimentos, una vez más, abonan esa tesis y echan por tierra otra parte del plan (?) oficial: favorecer con sus políticas a los sectores más humildes.