Por Hernán Centurión
Licenciado en Comunicación Social
Hace casi nueve años, allá por agosto de 2012, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos publicaba datos de inflación que eran un insulto a la inteligencia, o para decirlo más en términos coloquiales, una burla al sentido común de Doña Rosa. Oficialmente, nos decían que con 6 pesos por día era posible comprar alimentos que alcanzaran para aportar las necesidades nutricionales de una jornada. Para hacer memoria, un sándwich de jamón y queso valía $13.
La inflación anual para este 2021 que proyectó el ministro de Economía Martín Guzmán, debería ubicarse en un 29%. Cuando esto apareció en el presupuesto, tal vez sólo los propios creyeron que esto podía llegar a ser realidad. Solamente los primeros tres meses ya acumularon un 13%. Pero a decir verdad dijo que los índices de precios se iban a ubicar por encima del 29%, o sea que estrictamente puede ser cualquiera superior a ese. Puede parecer una burla pero a la luz de los números actuales no es ninguna “sarasa”.
Con la monstruosa emisión monetaria para sostener la economía durante la pandemia, porque cerraron todo cuando eran muy pocos los contagios y no prefirieron insistir con el distanciamiento y la profilaxis aunque la actividad se derrumbara porque total “el Estado te cuida”, sólo quedaba esperar la consecuencia directa, que la inflación continúe en ascenso. Era imposible que el índice se redujera, pero como deben ser las cosas en la política, hay que hablar de buenas noticias, no importa si son falacias. La verdad única no existe, pero nunca se debe intentar al menos acercarse a ella tomando como parámetro el relato de un funcionario.
Otro dato relevante, Argentina acumuló durante marzo (4,2%), prácticamente la inflación de todos los países de Sudamérica juntos. Venezuela no está incluida por las razones que a esta altura de las circunstancias nadie debe desconocer. Consuelo de tontos, los días en la patria socialista son desde hace años peores que en la Argentina (hasta ahora).
Las diferentes administraciones que nos ha tocado padecer, no son compartimentos estancos, como si con la jura de un nuevo mandatario comenzara todo de cero. Todo es un arrastre de políticas y de malas y buenas decisiones que tomaron en las últimas décadas.
Lamentablemente todas han sido malas, ninguna pudo sostenerse de forma viable y consistente a lo largo del tiempo. De una manera u otra todos activaron bombas que terminaron estallando a los que venían por delante. Ni siquiera el veranito del primer gobierno de Néstor Kirchner pudo sostenerse de una manera que no generara problemas hacia adelante.
Cayó el precio de las materias primas y hasta ahí llegó la bonanza. El resto del tiempo fue imprimir billetes para sostener de forma ficticia el gasto, sin crecimiento. Aunque así lo digan, el objetivo nunca es desarrollar al país y a su gente, porque saben que con lo que hacen no lo van a lograr. Todo es un gran parche. Los discursos tienen ese perfume encantador, la dulce armonía de las palabras pueblo, patria, pobres, pero lo único que buscan es votos. Permanecer.
En este nivel las decisiones económicas son solamente para ganar la futura elección, después se verá. Si después se pone difícil el pueblo acompaña, y los que no son “gorilas antipatria” o “kirchneristas destituyentes”. Siguen con el juego de la división de los argentinos. La patria es el otro es solamente un slogan, al menos uno incompleto. “La patria es el otro que piensa igual que yo”, es el real, pero no se puede andar diciendo esas cosas.
Un informe del año 2018 de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, daba cuenta que Argentina es un caso de estudio económico a nivel mundial. Pero claro, por lo desastroso de sus números. La tasa de inflación promedio del último siglo dio un 105% anual. Una bestialidad que hace darnos cuenta que estuvimos gobernados por una casta de brutos. Si la mayoría de los países pasan su historia reciente con una inflación que como mucho pude llegar al 3% anual, ¿por qué acá nadie pudo hacer lo mismo de forma consistente? La excusa siempre es “no es culpa nuestra, estamos arreglando el problema que heredamos”.
El inconveniente es que ese problema que colaboraron a generar y del que no se hacen cargo, los aguarda más adelante, porque el que lo recibió o no pudo solucionarlo o lo agravó, e hizo que volvieran los primeros. Y así de generación en generación. Cada vez peor, sólo para recordarlo, entre 1960 y 1974, la pobreza en Argentina alcanzaba al 8% de la población (“El persistente deterioro de la distribución del ingreso en la Argentina”, Oscar Altimir y Luis Beccaria. 2001). Tristemente, como paso de comedia al estilo “Esperando la Carroza”, se puede decir que existía una “pobreza digna”, impensada a los niveles de miseria que tiene el país actualmente.
Los que nacieron en los primeros años de la década del ’80 y ni que hablar de los más viejos (sobre todo estos últimos), recordarán profundamente la inflación que vivieron los argentinos en 1989, año en el que entregó anticipadamente la presidencia Raúl Alfonsín para cederle el bastón de mando a Carlos Menem. 3.079% fue el número hiperinflacionario con el que cerró ese año. Éramos Venezuela sin Nicolás Maduro.
A Menem le llevó un par de años “domar” esa inflación. En marzo de 1991 con el Plan de Convertibilidad (1 peso – 1 dólar) comenzó a gestarse la baja que llegó a 0% en el segundo mandato del riojano. Y volvemos a la idea anterior, el 1 a 1 era insostenible en el tiempo, le explotó a Fernando De La Rúa ¿y quiénes volvieron para solucionar el desastre? los peronistas.
Según el mismo informe de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, la primera presidencia de Néstor Kirchner tuvo un promedio de 11% de inflación, mientras que los dos mandatos de Cristina Fernández acumularon un 25% con un pico de 38% en 2014, luego de la devaluación de comienzos de ese año realizada por el entonces ministro de Economía Axel Kicillof. En aquellos años del mandato de Cristina era habitual escuchar dos afirmaciones de los funcionarios: que la inflación era menor que la de Alemania, y que el Indec no estaba intervenido para que dieran números inferiores a los reales.
Los certeros eran los publicados por la UCA (Universidad Católica Argentina). No era difícil saber cuál era la inflación real, sólo bastaba escuchar el porcentaje de aumento que pedía Hugo Moyano para sus camioneros. Efectivamente, fluctuaba entre el 25 y hasta un 33% en 2014. Para las paritarias de otras actividades y los que estaban en negro, era conocida la frase “demasiados días hasta el próximo sueldo”.
“Un poco de inflación no es mala”, justificaba el gobierno sin hablar de los números reales, porque con la emisión se mantenía activo el consumo. La gente tenía plata en mano y con eso alcanzaba para ganar elecciones. ¿Si era sustentable?, eso no importaba.
La presidencia de Mauricio Macri tuvo una inflación promedio del 33% y su pico en 2018 con un 47%. Sus números fueron los más altos de la década.
“La inflación demuestra la incapacidad para gobernar” decía. Invitó a subir la escalera al cielo pero fue un tobogán hacia la pobreza. El 2019 cerró con un 53,8%. Millones de nuevos pobres y la historia continúa.
Nada ha cambiado, pueden decir que la pandemia fue el cisne negro que nadie esperaba y por eso el kirchnerismo no es totalmente responsable de lo que sucede con la economía. Pero la realidad es concreta, la lástima a un gobierno se le puede ir a llorar a una iglesia. Desde la suba del precio de los alimentos a cualquier electrodoméstico o medio de movilidad, ya sea desde una bicicleta y ni que hablar de un auto, comenzó a volverse inalcanzable para la mayoría de los salarios. La desigualdad va ser tremenda en los próximos años. Como dijo alguien en un comentario escuchado al pasar: “el que tiene, tiene y el que no que se olvide”.