
El miércoles 19 de enero de 2011, el horror se apoderó del asentamiento “Los Trillitos”, en el barrio San Onofre de Posadas. Los vecinos enfurecieron porque Diego Eduardo Méndez, hoy de 31 años, asesinó a golpes y estranguló a su hija Agustina, de 5, porque lo despertó en plena mañana.
El macabro crimen actuó como un telón que se corrió y abrió el ingreso al infierno. Entonces se supo que Méndez sometía a su esposa e hijos a maltratos constantes, situaciones de extrema violencia, que incluían golpizas y la violación de otros dos pequeños hermanos de Agustina. No tardó en acuñarse y generalizarse el calificativo: “la Bestia de San Onofre”.
Un joven que actuó sin piedad, atrapado por los excesos en el consumo de las drogas y alcohol, Méndez puso fin el 25 de abril de 2016 a más de cinco años de recursos judiciales y pericias psiquiátricas que rechazaron definirlo como un “insano mental inimputable”. Finalmente ese día aceptó una propuesta de juicio abreviado y firmó una condena a prisión perpetua como autor de los delitos de “homicidio calificado por el vínculo, dos casos de abuso sexual con acceso carnal calificado por el vínculo y la situación de convivencia, todo en concurso real”.

La muerte de Agustina fue descubierta cerca de las 10 del 19 de enero de 2011 en una de las casillas montadas entre la avenida Avellaneda y calle 71 del asentamiento “Los Trillitos”. Uno de los hijastros de Diego Méndez huyó desesperado porque vio cómo su hermana fue asesinada a golpes y estrangulada por el irascible sujeto, que gritaba molesto porque la pequeña lo despertó.
Ocurrió cuando la madre de Agustina no se hallaba en el hogar: había salido a comprar el almuerzo con los pocos pesos que le quedaban de la Asignación Universal por Hijo, el único ingreso del que disponía, porque Méndez no trabajaba y tampoco salía a buscar trabajo.
El niño corrió hasta el complejo habitacional A4, en el sur posadeño. Fue a suplicarle socorro a su abuela materna. Como pudo le relató que su hermana fue asesinada por el padre, que la golpeó hasta que dejó de respirar.
La mujer antes de llegar a la vivienda de San Onofre se encontró con su hija y juntas corrieron a ver lo sucedido.
Allí encontraron a otros dos hermanos menores, llorando desconsolados frente al cadáver de Agustina y sin saber hacia dónde huyó Méndez.
A las 16.30 de la misma jornada, Diego Méndez fue atrapado cerca del hospital Pedro Baliña, en un descampado de la avenida Jauretche casi ruta nacional 12. Al verse sin salida intentó defenderse como un animal acorralado. Lanzó furiosos golpes para que no lo agarraran. Se mostró rebelde y dispuesto a todo ante los policías. Pero de poco le sirvió: fue reducido y esposado y no volvió a recuperar su libertad.
Tras ser detenido, sus antecedentes delictivos no tardaron en aparecer y pintarlo como un joven “peligroso, adicto a las drogas y criado callejero y violento”, según los informes de la época. Fue acusado de participar en constantes hurtos y arrebatos en el Sur de la capital provincial. Fue demorado por su presunta participación en el asesinato a puñaladas de un joven de 24 años, a quien apuntaban junto con sus amigos como el autor del robo de una bicicleta. Pero por este crimen recuperó la libertad por falta de mérito.
Los nueve meses en el penal de menores de poco le sirvieron para corregir su conducta. Salió y en pocos días se hundió en la oscuridad de los estupefacientes y las consecuentes acciones de violencia para robar.
Tras el crimen de Agustina, y a lo largo de cinco años, fue examinado por cinco juntas médicas psiquiátricas. Fue declarado como una persona con noción plena, la suficiente para ser declarado imputable. Fuentes consultadas en su momento por PRIMERA EDICIÓN remarcaron que “parece un adolescente, un chico incapaz de haber cometido tamaño crimen”. Pero él resaltó en cada asistencia a estrados judiciales que comprendía el daño que causó a su familiay aseguró que lo saldaría en prisión, en la que deberá permanecer al menos 35 años.