Algo que hemos escuchado reiteradas veces en medio de esta pandemia es la palabra “triage”. Es un término que significa en francés: clasificar. Cuando hay una guerra, un accidente o una catástrofe, aparece el grupo de socorristas y colocan banderas de distintos colores. A la persona que hay que atenderla de inmediato, una banderita roja. Al que puede esperar, una banderita verde. Y al que tiene una urgencia media, una banderita amarilla.
En tiempos difíciles necesitamos todos los días hacer un “triage psicológico”. ¿Qué significa esto? Colocar banderitas a cada cosa que hacemos o tenemos obligación de hacer. Entonces nos preguntamos qué cosas son importantes y no pueden esperar; y qué cosas pueden esperar y podemos posponer.
Leí hace un tiempo que en los EE. UU unos jóvenes entraron en un negocio y cambiaron todos los precios de lugar. Por ejemplo, el precio de un mueble grande lo pusieron en un objeto pequeño. Fueron cambiando los precios de lugar y divirtiéndose al hacerlo. Obviamente, cuando el negocio abrió se dieron cuenta de lo sucedido y volvieron a acomodar los cartelitos.
Me quedé pensando en esta anécdota y me pregunté: ¿Y si todos los días alguien nos cambia los precios de lugar y lo que nos dicen que es importante, en realidad, no vale ni dos pesos? ¿Y si lo que nos dijeron que vale dos pesos, en realidad, es algo muy valioso? Apliquemos el triage y clasifiquemos. Tomémonos tiempo para preguntarnos:
¿Detrás de qué voy?
¿Qué es importante para mí?
¿Qué cosas son valiosas y son aquellas en las que tengo que invertir tiempo y esfuerzo?
¿Qué cosas son trascendentes en mi vida y debo colocarles una banderita que diga: “Esto es muy valioso”?
Una anécdota del Talmud cuenta que un señor judío muy rico se estaba muriendo y les dijo a sus hijos: “Hijos, me voy a morir, me voy con Dios. Por favor, cuando ya no esté aquí, lean la carta 1 y la carta 2”. “Papá, no digas eso”. “Por favor, léanlas en ese orden”. El hombre se murió y, a las pocas horas, los chicos decidieron abrir las cartas que el padre les había dejado. Abrieron la primera carta y esta decía: “Queridos hijos, ya estoy con Dios. Les pido mi último gran deseo: que me entierren con las medias blancas de algodón”. Entonces fueron a ver al rabino y le dijeron: “Mire, papá quiere que lo enterremos con las medias blancas de algodón”. “De ninguna manera. Para nosotros, el entierro es sagrado y va con mortaja. No es posible”. Así que abrieron la segunda carta y esta decía: “Queridos hijos, como ven, no me puedo llevar ni mis medias blancas de algodón. Pero me llevo todos los recuerdos lindos que ustedes me sembraron y que yo sembré en ustedes. Esta es la herencia más importante que les quiero dejar”.
¿Estás preocupado, confundido, angustiado o ansioso? Enfocate en lo que de verdad importa en tu vida y procurá generar los mejores recuerdos para vos mismo, para vos misma, y para tus seres queridos.
