Decía días atrás el jefe de Gabinete de ministros de la Nación, Santiago Cafiero, que la meta anual inflacionaria del 29% era esa, pero que podría moverse unos pocos puntos, intentado así quitarle presión al drama de los precios. Era, encubiertamente, la admisión de que la meta había nacido muerta y que era meramente testimonial, algo así como un relleno que quedaba más o menos bien en el proyecto de presupuesto para el presente año.
También días atrás fue la secretaria de Comercio Interior, Paula Español, la que admitió que el Gobierno descarta su propia proyección. “Ya no estamos trabajando sobre el 29% de inflación del presupuesto. Tenemos una expectativa de desaceleración de la inflación para el segundo semestre”, generando una nueva expectativa dado el fallo monumental con la meta anterior que se rompería entre agosto y septiembre de acuerdo a la inercia que lleva el IPC a estas alturas del año.
Y es que uno de los mayores problemas, además de la constante escalada de precios, es justamente la venta de expectativas. Porque, es necesario decirlo, la gente intenta planificar su vida de acuerdo al plan que trazan quienes tienen a cargo las riendas del Estado. El problema se presenta cuando la venta de expectativas es una, la proyección es otra y la realidad distinta a las otras dos. Y eso es lo que sucede hoy en cuanto a los precios.
Ejemplos abundan y vale verse en el contexto regional. Los países de América del Sur, excluidos la Argentina y Venezuela, tuvieron en mayo una inflación promedio de 0,42%, en un mes en el que varios países acusaron el impacto en la suba de los precios de los alimentos, en particular Colombia y Brasil, con niveles del 1% y 0,83%, respectivamente.
Argentina conocerá su Índice de Precios al Consumidor de mayo el próximo miércoles, aunque diferentes consultoras anticiparon un nivel cercano al 3,6%.
Ya entramos al segundo semestre y si desaceleración significa bajar un punto de casi cuatro, entonces la realidad está aniquilando a la proyección y a la venta de expectativas.